viernes, 6 de noviembre de 2009
Painter: Rembrandt. Harmenszoon van Rijn. 1606-1669. Part 2
Poesía: Raúl Gonzalez Tuñon. El poeta murió al amanecer
El poeta murió al amanecer
Sin un céntimo, tal como vino al mundo,
murió al fin, en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas, las esperanza y la miseria.
Fue un poeta completo de su vida y de su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.
Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.
Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.
Literatura: Vicente Blasco Ibañez. Cuento (completo): En la boca del horno
En la boca del horno
Como en agosto Valencia entera desfallece de calor, los trabajadores del homo se asfixiaban junto a aquella boca, que exhalaba el ardor de un incendio.
Desnudos, sin otra concesión a la decencia que un blanco mandil, trabajaban cerca de las abiertas rejas, y aun así, su piel inflamada parecía liquidarse con la transpiración, y el sudor caía a gotas sobre la pasta, sin duda para que, cumpliéndose a medias la maldición bíblica, los parroquianos, ya que no con el sudor propio, se comieran el pan empapado en el ajeno.
Cuando se descorría la mampara de hierro que tapaba el homo, las llamas enrojecían las paredes, y, su reflejo, resbalando por los tableros cargados de masa, coloreaba los blancos taparrabos y aquellos pechos atléticos y bíceps de gigante que, espolvoreados de harina y brillantes de sudor, tenían cierta apariencia de femenil.
Las palas se arrastraban dentro del homo, dejando sobre las ardientes piedras los pedazos de pasta, o sacando los panes cocidos, de rubia corteza, que esparcían un humillo fragante de vida; y, mientras tanto, los cinco panaderos, inclinados sobre las largas mesas, aporreaban la masa, la estrujaban como si fuese un lío de ropa mojada y retorcida y la cortaban en piezas; todo sin levantar la cabeza, hablando con voz entrecortada por la fatiga y entonando canciones lentas y monótonas, que muchas veces quedaban sin terminar.
A lo lejos sonaba la hora cantada por los serenos, rasgando vibrante la bochornosa calma de la noche estival; y los trasnochadores que volvían del café o del teatro deteníase un instante ante las rejas para ver en su antro a los panaderos, que, desnudos, y teniendo por fondo la llameante boca del homo, parecían ánimas en pena de un retablo del Purgatorio; pero el calor, el intenso perfume del pan y el vaho de aquellos cuerpos dejaban pronto las rejas libres de curiosos y se restablecía la calma en el obrador.
Era entre los panaderos el de más autoridad Tono el Bizco, un mocetón que tenía fama por su mal carácter e insolencia brutal; y eso que la gente del oficio no se distinguía por buena.
Bebía sin que nunca le temblasen las piernas, ni menos los brazos; antes bien, a éstos les entraba con el calor del vino un furor por aporrear, cual si todo el mundo fuese una masa como la que aporreaba en el homo. En los ventorrillos de las afueras temblaban los parroquianos pacíficos, como si se aproximara una tempestad, cuando le veían llegar de merienda al frente de una cuadrilla de gente del oficio que reía todas sus gracias. Era todo un hombre. Paliza diaria a la mujer; casi todo el jornal en su bolsillo, y los chiquillos descalzos y hambrientos, buscando con ansia las sobras de la cena de aquella cesta que por las noches se llevaba al homo. Aparte de esto, un buen corazón, que se gastaba el dinero con los compañeros para adquirir el derecho de atormentarlos con sus bromas de bruto.
El dueño del homo le trataba con cierto miramiento, como si temiera, y los camaradas de trabajo, pobres diablos cargados de familia, se evitaban compromisos, sufriéndole con sonrisa amistosa.
En el obrador, Tono tenía su víctima: el pobre Menut, un muchacho enclenque que meses antes aún era aprendiz, y al que los camaradas reprendían por el excesivo afán de trabajo que mostraba, siempre ansiando un aumento de jornal para poder casarse.
¡Pobre Menut! Todos los compañeros, influidos por esa adulación instintiva en los cobardes, celebraban alborozados las bromas que Tono se permitía con él. Al buscar sus ropas, terminado el trabajo, encontrábase en los bolsillos cosas nauseabundas; recibía en pleno rostro bolas de pasta, y siempre que el mocetón pasaba por detrás de él dejaba caer sobre su encorvado espinazo la poderosa manaza, como si se desplomara medio techo.
El Menut callaba resignado. ¡Ser tan poquita cosa ante los puños de aquel bruto, que le había tomado como un juguete!
Un domingo, por la noche, Tono llegó muy alegre al homo. Había merendado en la playa; sus ojos tenían un jaspeado sanguinolento, y, al respirar, lo impregnaba todo de ese hedor de chufas que delata una pesada digestión de vino.
¡Gran noticia! Había visto en un merendero al Menut, a aquel ganso que tenía delante. Iba con su novia, una gran chica. ¡Vaya con el gusano tísico! Bien había sabido escoger.
Y, entre las risotadas de sus compañeros, describía a la pobre muchacha con minuciosidad vergonzosa, como si la hubiera desnudado con la mirada.
El Menut no levantaba la cabeza, absorto en su trabajo; pero estaba pálido, como si dentro del estómago se revolviera la merienda, mordiéndole. No era el de todas las noches; también él olía a chufas, y varias veces sus ojos, apartándose de la masa, se encontraron con la mirada bizca y socarrona del tirano. De él podía decir cuanto quisiera, estaba acostumbrado; pero ¿hablar de su novia?... ¡ Cristo!
El trabajo resultaba aquella noche más lento y fatigoso. Pasaban las horas sin que adelantasen gran cosa los brazos torpes y cansados por la fiesta, a los que la masa parecía resistirse.
Aumentaba el calor; un ambiente de irritación se esparcía en tomo de los panaderos, y Tono, que era el más furioso, se desahogaba con maldiciones. Así se volviera veneno todo el pan de aquella noche. Rabiar como perros a la hora que todo el mundo duerme para poder comer al día siguiente unos cuantos pedazos de aquella masa indecente. ¡Vaya un oficio!
Y, enardecido por la constancia con que trabajaba el Menut, la emprendió con él, volviendo a sacar a ruedo la belleza de su novia.
Debía casarse pronto. Les convenía a los amigos. Como él era un bendito, un cualquier cosa, sin pelo de hombre siquiera... Los compañeros, ¿eh?... Los buenos mozos como él harían el favor...
Y antes de terminar la frase guiñaba expresivamente sus ojos bizcos, provocando la carcajada brutal de todos los camaradas. Poco duró la alegría. El joven había lanzado un voto redondo, al mismo tiempo que una cosa enorme y pesada pasó silbando como un proyectil por encima de la mesa, haciendo desaparecer la cabeza de Tono, el cual vaciló y se agarró a los tableros, doblándose sobre una rodilla.
El Menut, con una fuerza nerviosa, jadeante el ancho pecho y trémulos los brazos, le había arrojado a la cabeza todo un montón de masa, y el mocetón, aturdido por el golpe, no sabía cómo despojarse de aquella máscara pegajosa y asfixiante.
Le ayudaron los compañeros. El golpe le había destrozado la nariz, y un hilillo de sangre teñía la blanca pasta. Pero Tono no se fijaba en ella, revolviéndose como un loco entre los brazos de sus compañeros y pidiendo a gritos que le soltasen.. En eso pensaban.
Todos habían visto que aquel maldito, en vez de abalanzarse sobre el Menut, intentaba llegar hasta el rincón donde colgaban sus ropas, buscando, sin duda, la famosa faca, tan conocida en las tabernas de las afueras.
Hasta el encargado del homo dejó quemarse una larga fila de panes para ayudar a contenerle, y nadie pensaba sujetar al agresor, convencidos todos de que el infeliz no había de pasar de su primer arrebato.
Apareció el dueño del homo. ¡Qué oído el de aquel tío! Le habían despertado los gritos y el pataleo, y allí estaba casi en paños menores.
Todos volvieron a su trabajo, y la sangre de Tono desapareció en las entrañas de la pasta, vuelta a sobar.
El mocetón mostrábase benévolo, con una bondad que daba frío. No había ocurrido nada: una broma de las que se ven todos los días. Cosas de chicos, que lo hombres deben perdonar. Ya era sabido..., ¡entre compañeros!
Y siguió trabajando, pero con más ardor, sin levantar la cabeza, deseando acabar cuanto antes.
El Menut miraba a todos fijamente y se encogía de hombros con cierta arrogancia, como si, rota ya su timidez, le costara trabajo volver a recobrarla.
Tono fue el primero en vestirse, y salió acompañado hasta la puerta por los bueno s consejos del amo, que él agradecía con cabeza das de aprobación.
Cuando se fue el Menut, media hora después, los compañeros le acompañaron. Le hicieron mil ofrecimientos. Ellos se encargarían de ajustar las paces por la noche; pero mientras tanto, quieto en casa, y a evitar un mal encuentro, no saliendo en todo el día.
Despertábase la ciudad. El sol enrojecía los aleros; retirábanse, en busca del relevo, los guardias de la noche, y en las calles sólo se veían las huertanas, cargadas de cestas, camino del mercado.
Los panaderos abandonaron al Menut en la puerta de su casa. Vió cómo se alejaban, y aún permaneció un rato inmóvil, con la llave en la cerraja, como si gozara viéndose solo y sin protección. Por fin se había convencido de que era un hombre; ya no sentía crueles dudas, y sonreía satisfecho al recordar el aspecto del mocetón cayendo de rodillas y chorreando sangre. ¡Granuja! ... ¡Hablar tan libremente de su novia...! No; no quería arreglos con él.
Al dar la vuelta a la llave oyó que le llamaban:
- Menut! ¡Menut!
Era Tono que salía de detrás de una esquina. Mejor: le esperaba. Y junto con un temblorcillo instintivo, experimentó cierta satisfacción. Le dolía que le perdonase el golpe, como si fuera él un irresponsable.
Al ver la actitud agresiva de Tono, púsose en guardia como un gallito encrespado; pero los dos se contuvieron, notando que llamaban la atención de algunos albañiles que, con el saquito al hombro, pasaban camino del andamio.
Se hablaron en voz baja, con frialdad, como dos buenos amigos, pero cortando las palabras, como si las mordieran. Tono venía a arreglar rápidamente el asunto: todo se reducía a decirse dos palabritas en sitio retirado. Y como hombre generoso, incapaz de ocultar la extensión de la entrevista, preguntó al muchacho:
- Portes ferramenta?
¿La herramienta? No era de los guapos que van a todas horas con la navaja sobre los riñones. Pero tenía arriba un cuchillo que fue de su padre, e iba por él; un momento de espera nada más. Y, abriendo el portal, se lanzó por la angosta escalerilla, llegando en un vuelo a lo más alto.
Bajó a los pocos minutos, pero pálido e inquieto. Le había recibido su madre, que estaba arreglándose para ir a misa y al mercado. La pobre vieja extrañaba aquella salida y había tenido que engañarla con penosas mentiras. Pero ya estaba él allí con todo su arreglo. Cuando Tono quisiera..., ¡andando!
No encontraban una calle desierta. Abríanse las puertas, arrojando la fétida atmósfera de la noche, y las escobas arañaban las aceras, lanzando nubecillas de polvo en los rayos oblicuos de aquel sol rojo, que asomaba al extremo de las calles como por una brecha.
En todas partes, guardias que los miraban con ojos vagos, como si aún no estuvieran despiertos; labradores que, con la mano en el ronzal, guiaban su carro de verduras, esparciendo en las calles la fresca fragancia de los campos; viejas arrebujadas en su mantilla, acelerando el paso, como espoleadas por los esquilones que volteaban en las iglesias próximas; gente, en fin, que, al verlos metidos en el negocio, chillaría o se apresuraría a separarlos. ¡Qué escándalo! ¿Es que los hombres de bien no podían pegarse con tranquilidad en toda una Valencia?
En las afueras, el mismo movimiento. La mañana, con exceso de luz y actividad, envolvía a los dos trasnochadores como para avergonzarlos por su empeño.
El Menut sentía cierto decaimiento, y hasta probó a hablar. Reconocía su imprudencia. Había sido el vino y su falta de costumbre; pero debían pensar como hombres, y lo pasado..., pasado. ¿No pensaba Tono en su mujer y los chiquillos, que podían quedar más desamparados de lo que estaban? Él aún estaba viendo a su viejecita y la mirada ansiosa con que le siguió al abandonarla. ¿Qué comería la pobre si se quedaba sin hijo?
Pero Tono no le dejó acabar. ¡Gallina! ¡Morral! ¿Y para contarle todo aquello iban vagando por las calles? Ahora mismo le rompía la cara.
El Menut se hizo atrás para evitar el golpe. También él mostró deseos de agarrarse allí mismo; pero se contuvo viendo una tartana que se aproximaba lentamente, balanceándose sobre los baches de la ronda y con su conductor todavía adormecido.
-¡Che, tartanero..., para!
Y, abalanzándose a la portezuela, la abrió con estrépito e invitó a subir a Tono, que retrocedía con asombro. Él no tenía dinero: ni esto. Y, metiéndose una uña entre los dientes, tiraba hacia afuera.
El joven quería terminar pronto. «Yo pagaré.» Y hasta ayudó a subir a su enemigo, entrando después él y subiendo con presteza las persianas de las ventanillas.
-¡Al Hospital!
El tartanero se hizo repetir dos veces la dirección, y como le recomendaban que no se diera prisa, dejó rodar perezosamente su carruaje por las calles de la ciudad.
Oyó ruido detrás de él, gritos ahogados, choques de cuerpos, como si se rieran haciéndose cosquillas, y maldijo su perra suerte, que tan mal comenzaba el día. Serían borrachos que, después de pasar la noche en claro, en un arranque de embriaguez llorona, no querían meterse en la cama sin visitar a algún amigote enfermo. ¡Cómo le estarían poniendo los asientos!
La tartana pasaba lenta y perezosa por entre el movimiento matinal. Las vacas de leche, de monótono cencerreo, husmeaban sus ruedas; las cabras, asustadas por el rocín, apartábanse sonando sus campanillas y balanceando sus pesadas ubres; las comadres, apoyadas en sus escobas, miraban con curiosidad aquellas ventanillas cerradas, y hasta un municipal sonrió maliciosamente, señalándola a unos vecinos.
¡Tan temprano, y ya andaban por el mundo amores de contrabando!
Cuando entró en patio del Hospital, el tartanero saltó de su asiento y, acariciando a su caballo, esperó inútilmente que bajasen aquel par de borrachos.
Fue a abrir, y vio que por el estribo de hierro se deslizaban hilos de sangre.
-¡Socorro!... ¡Socorro!... -gritó, abriendo de un golpe.
Entró la luz en el interior de la tartana. Sangre por todas partes. Uno, en el suelo, con la cabeza junto a la portezuela. El otro, caído en la banqueta, con el cuchillo en la mano y la cara blanca como de papel mascado.
Acudieron las gentes del Hospital y, manchándose hasta los codos, vaciaron aquella tartana, que parecía un carro del Matadero, cargado de carne muerta, rota, agujereada por todas partes.
Painter: Rembrandt. Harmenszoon van Rijn. 1606-1669. Part 1. English - Español
1626 Bapteme De L Ennuque. Utrecht.
1626 Lapidation De St Etienne. Utrecht.
1627 L A Potre Paul En Prison. Stuttgart
Rembrandt Harmenszoon van Rijn (clic here Wiki) (July 15, 1606 – October 4, 1669) was a Dutch painter and etcher. He is generally considered one of the greatest painters and printmakers in European art history and the most important in Dutch history.[1] His contributions to art came in a period that historians call the Dutch Golden Age.
Having achieved youthful success as a portrait painter, his later years were marked by personal tragedy and financial hardship. Yet his drawings and paintings were popular throughout his lifetime, his reputation as an artist remained high[2] and for twenty years he taught nearly every important Dutch painter.[3] Rembrandt's greatest creative triumphs are exemplified especially in his portraits of his contemporaries, self-portraits and illustrations of scenes from the Bible. His self-portraits form a unique and intimate biography, in which the artist surveyed himself without vanity and with the utmost sincerity.[1]
In both painting and printmaking he exhibited a complete knowledge of classical iconography, which he molded to fit the requirements of his own experience; thus, the depiction of a biblical scene was informed by Rembrandt's knowledge of the specific text, his assimilation of classical composition, and his observations of Amsterdam's Jewish population.[4] Because of his empathy for the human condition, he has been called "one of the great prophets of civilization."[5]
Life
Rembrandt[6] Harmenszoon van Rijn was born on July 15, 1606 in Leiden, the Netherlands. He was the ninth child born to Harmen Gerritszoon van Rijn and Neeltgen Willemsdochter van Zuytbrouck.[7] His family was quite well-to-do; his father was a miller and his mother was a baker's daughter. As a boy he attended Latin school and was enrolled at the University of Leiden, although according to a contemporary he had a greater inclination towards painting; he was soon apprenticed to a Leiden history painter, Jacob van Swanenburgh, with whom he spent three years. After a brief but important apprenticeship of six months with the famous painter Pieter Lastman in Amsterdam, Rembrandt opened a studio in Leiden in 1624 or 1625, which he shared with friend and colleague Jan Lievens. In 1627, Rembrandt began to accept students, among them Gerrit Dou.[8]
In 1629 Rembrandt was discovered by the statesman Constantijn Huygens, the father of Christiaan Huygens (a famous Dutch mathematician and physicist), who procured for Rembrandt important commissions from the court of The Hague. As a result of this connection, Prince Frederik Hendrik continued to purchase paintings from Rembrandt until 1646.[9]
At the end of 1631, Rembrandt moved to Amsterdam, then rapidly expanding as the new business capital of the Netherlands, and began to practice as a professional portraitist for the first time, with great success. He initially stayed with an art dealer, Hendrick van Uylenburg, and in 1634, married Hendrick's cousin, Saskia van Uylenburg.[10] Saskia came from a good family: her father had been lawyer and burgemeester (mayor) of Leeuwarden. When Saskia, as the youngest daughter, became an orphan, she lived with an older sister in Het Bildt. They were married in the local church of St. Annaparochie without the presence of his relatives.[11] In the same year, Rembrandt became a burgess of Amsterdam and a member of the local guild of painters. He also acquired a number of students, among them Ferdinand Bol and Govert Flinck.[12]
In 1635 Rembrandt and Saskia moved into their own house, renting in fashionable Nieuwe Doelenstraat. In 1639, they moved to a prominent house (now the Rembrandt House Museum) in the Jodenbreestraat in what was becoming the Jewish quarter; the mortgage to finance the 13,000 guilder purchase would be a primary cause for later financial difficulties.[12] He should easily have been able to pay it off with his large income, but it appears his spending always kept pace with his income, and he may have made some unsuccessful investments.[13] It was there that Rembrandt frequently sought his Jewish neighbors to model for his Old Testament scenes.[14] Although they were by now affluent, the couple suffered several personal setbacks; their son Rumbartus died two months after his birth in 1635 and their daughter Cornelia died at just 3 weeks of age in 1638. In 1640, they had a second daughter, also named Cornelia, who died after living barely over a month. Only their fourth child, Titus, who was born in 1641, survived into adulthood. Saskia died in 1642 soon after Titus's birth, probably from tuberculosis. Rembrandt's drawings of her on her sick and death bed are among his most moving works.[15]
During Saskia's illness, Geertje Dircx was hired as Titus' caretaker and nurse and probably also became Rembrandt's lover. She would later charge Rembrandt with breach of promise and was awarded alimony of 200 guilders a year.[12] Rembrandt worked to have her committed for twelve years to an asylum or poorhouse (called a "bridewell") at Gouda, after learning Geertje had pawned jewelry that had once belonged to Saskia, and which Rembrandt had given her.
In the late 1640s Rembrandt began a relationship with the much younger Hendrickje Stoffels, who had initially been his maid. In 1654 they had a daughter, Cornelia, bringing Hendrickje a summons from the Reformed church to answer the charge "that she had committed the acts of a whore with Rembrandt the painter". She admitted this and was banned from receiving communion. Rembrandt was not summoned to appear for the Church council because he was not a member of the Reformed church.[16] The two were considered legally wed under common law, but Rembrandt had not married Henrickje, so as not to lose access to a trust set up for Titus in his mother's will.[15]
Rembrandt lived beyond his means, buying art (including bidding up his own work), prints (often used in his paintings) and rarities, which probably caused a court arrangement to avoid his bankruptcy in 1656, by selling most of his paintings and large collection of antiquities. The sale list survives and gives us a good insight into his collections, which apart from Old Master paintings and drawings included busts of the Roman Emperors, suits of Japanese armour among many objects from Asia, and collections of natural history and minerals; the prices realized in the sales in 1657 and 1658 were disappointing.[17] He also had to sell his house and his printing-press and move to more modest accommodation on the Rozengracht in 1660.[18] The authorities and his creditors were generally accommodating to him, except for the Amsterdam painters' guild, who introduced a new rule that no one in Rembrandt's circumstances could trade as a painter. To get round this, Hendrickje and Titus set up a business as art-dealers in 1660, with Rembrandt as an employee.[19]
In 1661 he (or rather the new business) was contracted to complete work for the newly built city hall, but only after Govert Flinck, the artist previously commissioned, died without beginning to paint. The resulting work, The Conspiracy of Claudius Civilis, was rejected and returned to the painter; the surviving fragment is only a fraction of the whole work.[20] It was around this time that Rembrandt took on his last apprentice, Aert de Gelder. In 1662 he was still fulfilling major commissions for portraits and other works.[21] When Cosimo III de' Medici, Grand Duke of Tuscany visited Amsterdam in 1667, he visited Rembrandt at his house.[22]
Rembrandt outlived both Hendrickje, who died in 1663, and Titus, who died in 1668, leaving a baby daughter. Rembrandt died within a year of his son, on October 4, 1669 in Amsterdam, and was buried in an unmarked grave in the Westerkerk.[23][24]
Works
In a letter to Huyghens, Rembrandt offered the only surviving explanation of what he sought to achieve through his art: the greatest and most natural movement, translated from die meeste ende di naetuereelste beweechgelickheijt. The word "beweechgelickhijt" is also argued to mean "emotion" or "motive." Whether this refers to objectives, material or otherwise is open to interpretation; either way, Rembrandt seamlessly melded the earthly and spiritual as has no other painter in Western art.[25]
Earlier 20th century connoisseurs claimed Rembrandt had produced over 600 paintings, nearly 400 etchings and 2,000 drawings.[26] More recent scholarship, from the 1960s to the present day (led by the Rembrandt Research Project), often controversially, have winnowed his oeuvre to nearer 300 paintings.[27] His prints, traditionally all called etchings, although many are produced in whole or part by engraving and sometimes drypoint, have a much more stable total of slightly under 300.[28] It is likely he made many more drawings in his lifetime than 2,000, but those extant are more rare than presumed.[29]
At one time about ninety paintings were counted as Rembrandt self-portraits, but it is now known that he had his students copy his own self-portraits as part of their training. Modern scholarship has reduced the autograph count to over forty paintings, as well as a few drawings and thirty-one etchings, which include many of the most remarkable images of the group.[30] Many show him posing in quasi-historical fancy dress, or pulling faces at himself. His oil paintings trace the progress from an uncertain young man, through the dapper and very successful portrait-painter of the 1630s, to the troubled but massively powerful portraits of his old age. Together they give a remarkably clear picture of the man, his appearance and his psychological make-up, as revealed by his richly-weathered face.[31]
Among the more prominent characteristics of his work are his use of chiaroscuro, the theatrical employment of light and shadow derived from Caravaggio, or, more likely, from the Dutch Caravaggisti, but adapted for very personal means.[32] Also notable are his dramatic and lively presentation of subjects, devoid of the rigid formality that his contemporaries often displayed, and a deeply felt compassion for mankind, irrespective of wealth and age. His immediate family — his wife Saskia, his son Titus and his common-law wife Hendrickje — often figured prominently in his paintings, many of which had mythical, biblical or historical themes.
1627 La Fuite En Egypte.Rembrandt Harmenszoon van Rijn (clic aquí Wiki) (Leiden, 15 de julio de 1606 – † Ámsterdam, 4 de octubre de 1669) fue un pintor y grabador holandés. La historia del arte le considera uno de los mayores maestros barrocos de la pintura y el grabado, siendo con seguridad el artista más importante de la historia de Holanda.[1] Su aportación a la pintura coincide con lo que los historiadores han dado en llamar la edad de oro holandesa, el considerado momento álgido de su cultura, ciencia, comercio, poderío e influencia política.
Habiendo alcanzado el éxito en la juventud, sus últimos años estuvieron marcados por la tragedia personal y la ruina económica. Sus dibujos y pinturas fueron siempre muy populares, gozando también de gran predicamento entre los artistas, y durante veinte años se convirtió en el maestro de prácticamente todos los pintores holandeses.[2] Entre los mayores logros creativos de Rembrandt están los magistrales retratos que realizó para sus contemporáneos, sus autorretratos y sus ilustraciones de escenas bíblicas. En sus autorretratos, especialmente, encontramos siempre la mirada humilde y sincera de un artista que trazó en ellos su propia biografía.[1]
Rembrandt tenía un profundo conocimiento de la iconografía clásica, y en sus pinturas y grabados solía interpretarla libremente para ajustarla a su propia experiencia. Así, en la representación de una escena bíblica Rembrandt solía combinar su propio conocimiento del texto con su particular concepto de la composición clásica y algunas observaciones anecdóticas de la población judía de Ámsterdam.[3] Por la empatía con que retrató la condición humana, Rembrandt ha sido considerado "uno de los grandes profetas de la civilización".[4]
-
- Ningún artista combinó nunca tan delicada habilidad con tanta energía y poder.[5]
Vida
Rembrandt[7] Harmenszoon van Rijn nació el 15 de julio de 1606 en Leiden, Holanda. Fue el noveno hijo del matrimonio de Harmen Gerritszoon van Rijn y Neeltgen Willemsdochter van Zuytbrouck.[8] De familia acomodada -su padre era molinero y su madre la hija de un banquero-, Rembrandt recibió su educación básica en latín, y posteriormente asistió a la Universidad de Leiden. Según sus coetáneos, el joven ya manifestaba una marcada afición a la pintura, que le llevó a convertirse en aprendiz de un pintor histórico de Leiden llamado Jacob van Swanenburgh, con quien estudiaría durante 3 años. Tras un breve pero intenso aprendizaje de seis meses con el célebre Pieter Lastman, en Ámsterdam, Rembrandt inauguró su propio estudio en Leiden en 1624 ó 1625 -las fechas difieren según cada fuente-, que compartía con su amigo y colega Jan Lievens. En 1627, Rembrandt empezó a impartir clases de pintura, y entre sus numerosos alumnos destacó Gerrit Dou.[9] En 1629 Rembrandt fue descubierto por el estadista Constantijn Huygens -padre del célebre matemático y físico Christiaan Huygens-, quien le facilitaría importantes encargos de la corte de La Haya. Como resultado de esta relación, el mismo príncipe Frederik Hendrik fue adquiriendo obras de Rembrandt hasta 1646.[10] A finales de 1631, Rembrandt se mudó a Ámsterdam, la capital de negocios del país, que crecía vertiginosamente gracias al comercio. Rembrandt empezó a trabajar como retratista profesional de creciente éxito. Alojado temporalmente en casa de un marchante de arte llamado Hendrik van Uylenburg, en 1634 contrajo matrimonio con su hija Saskia.[11] Saskia era una joven de buena familia: su padre había sido abogado y burgomaestre de Leeuwarden. Cuando Saskia quedó huérfana, siendo la hermana menor tuvo que irse a vivir con su hermana en Het Bildt. El matrimonio, celebrado en la iglesia local de St. Annaparochie, no contó con la asistencia de los parientes de Rembrandt. Ese mismo año Rembrandt se convirtió en un miembro más de la burguesía de Ámsterdam, así como de la sociedad local de pintores. Entre sus nuevos alumnos figuraban Ferdinand Bol y Govert Flinck.[12En 1635 el joven matrimonio se mudó a su nueva casa, situada en el elegante barrio de Nieuwe Doelenstraat. En 1639 se volvieron a mudar a la Jodenbreestraat, en el floreciente barrio judío, aún más caro.[12] [13] En realidad, Rembrandt podía haber pagado sobradamente el piso, pero al parecer su nivel de gastos siempre se mantuvo equilibrado con su nivel de ingresos, y también pudo haber realizado algunas inversiones poco afortunadas.[14] De cualquier modo, la presencia judía en el barrio le dio la oportunidad de encontrar rostros y figuras muy apropiadas para las escenas del Antiguo Testamento que entonces empezó a pintar.[15] Pese a la inicial bonanza económica, con el paso del tiempo la pareja atravesó numerosos reveses: así, su hijo Rumbartus murió a los dos meses de su nacimiento, en 1635, y su hija Cornelia murió a las 3 semanas de edad, en 1638. En 1640 el matrimonio tuvo una segunda hija, a la que también llamaron Cornelia, y que falleció al cabo de un mes. Sólo su cuarto hijo, Titus van Rijn (nacido en 1641) llegó a alcanzar la madurez. Saskia falleció en 1642, al poco del parto de Titus, probablemente por tuberculosis. Los dibujos de Rembrandt del lecho de muerte de su esposa son imágenes profundamente conmovedoras.[16] De cualquier modo, durante la enfermedad de Saskia contrataron a Geertje Dircx como niñera de Titus, y probablemente pasó a ser también la amante de Rembrandt. Posteriormente acusaría a Rembrandt de perjurio y obtendría una indemnización de 200 florines al año.[12] Enterado de que Geertje había empeñado varias joyas que Rembrandt le había regalado a Saskia, el pintor hizo lo posible para mantenerla durante 12 años en un hospicio para pobres en Gouda. A finales de 1640 Rembrandt comenzó una relación con la mucho más joven Hendrickje Stoffels, a quien había contratado inicialmente como asistenta doméstica. El nacimiento en 1654 de su hija Cornelia motivó el envío de una carta acusatoria de parte de su iglesia reformada, en la que se le incriminaba "haber cometido los actos de una prostituta con Rembrandt el pintor". Habiéndolo admitido públicamente, fue excomulgada. Rembrandt, en cambio, no tuvo que enfrentar ningún cargo, puesto que no era miembro de dicha iglesia.[17] Aunque el matrimonio era válido a efectos legales, Rembrandt no se casó con Henrickje para no hacer peligrar la herencia de Titus, hijo de su anterior matrimonio.[16
Rembrandt siempre vivió por encima de sus posibilidades, invirtiendo en arte -a veces pujando por sus propias pinturas-, grabados -que solía utilizar en sus pinturas- y todo tipo de curiosidades. En 1656 ya se tomaron ciertas medidas en los juzgados para impedir su declaración de bancarrota, y el artista tuvo que vender la mayoría de sus pinturas y buena parte de su colección de antigüedades. La lista de objetos subastados se ha conservado, y da una idea de las posesiones materiales del pintor: dibujos y pinturas de los viejos maestros flamencos, bustos de emperadores romanos, fragmentos de armaduras japonesas, curiosidades traídas de Extremo Oriente, y colecciones de rarezas naturales y minerales. Los beneficios de estas ventas, realizadas entre 1657 y 1658, resultaron decepcionantes,[18] de modo que en 1660 no tuvo más remedio que vender su casa y su taller de grabado y mudarse a un apartamento más modesto en Rozengracht.[19] Rembrandt aún gozaba de cierto prestigio, y tanto las autoridades como sus acreedores solían mostrarse bastante tolerantes. Paradójicamente, la sociedad de pintores de Ámsterdam lo consideró un escándalo, y adaptó sus reglamentos para que nadie que estuviese en una situación económica como la de Rembrandt pudiese comerciar como pintor. Para evitar esta medida, Hendrickje y el propio Titus abrieron su propio negocio de arte en 1660, en el que Rembrandt trabajaba como empleado.[20]
Así, en 1661, esta "agencia artística" recibió el encargo de realizar una pintura para el recién construido ayuntamiento, pero sólo después de que Govert Flinck, el artista que había recibido inicialmente el encargo falleciese sin haber dado una sola pincelada. Desgraciadamente, la obra resultante -"La conspiración de Claudius Civilis"- fue rechazada y devuelta al pintor; el único fragmento conservado es sólo parte de la obra realizada.[21] Fue por entonces cuando Rembrandt, gravemente afectado por la edad y la pobreza, admitió a Aert de Gelder como su último alumno. Hacia 1662 aún recibía encargos importantes de retratos de las personalidades de su entorno.[22] El mismo Cosme III de Médici, Gran Duque de Toscana visitó a Rembrandt en su domicilio, cuando llegó a Ámsterdam en 1667.[23]
Rembrandt sobrevivió tanto a Hendrickje -fallecida en 1663- como a su hijo Titus, que murió en 1668, dejándole una nieta. Rembrandt murió un mes más tarde que su hijo, el 4 de octubre de 1669, y fue enterrado en una tumba sin nombre en el Westerkerk de Ámsterdam.[24Obra
En una carta a Huygens, Rembrandt ofrece el único testimonio conservado sobre sus aspiraciones como artista: "(alcanzar) el movimiento más grande y más natural",[25] si con esto se refería a sus objetivos materiales o de otro tipo es algo sujeto a la especulación, de cualquier modo Rembrandt representa la fusión entre lo corpóreo y lo espiritual como pocos pintores en el arte occidental.[26]
A principios del siglo XX, algunos estudiosos estimaron la obra de Rembrandt en unas 600 pinturas, casi 400 grabados y cerca de 2.000 dibujos.[27] Investigaciones realizadas desde 1960 hasta la actualidad -lideradas por el Proyecto de Investigación Rembrandt, coordinado por varios expertos holandeses sobre el pintor- han reducido esta cifra en unas 300 pinturas, aunque no sin generar cierta polémica.[28] Respecto a los grabados, generalmente realizados mediante punta seca o al aguafuerte, la cifra estimada es más estable, y se aproxima a las 300 piezas.[29] Es probable que Rembrant realizase más de los 2.000 dibujos que se le atribuyen, pero incluso esa cifra es posiblemente demasiado elevada según los estudios contemporáneos.[30]
En cierto momento se contaban hasta 90 autógrafos distintos de Rembrandt, aunque en la actualidad se sabe que muchos de sus alumnos debían copiar sus pinturas como parte de su aprendizaje. Investigaciones más recientes han reducido esta cifra hasta las 40 pinturas, suprimiendo algunos dibujos y 31 grabados, entre los cuales se cuentan algunas de las imágenes más representativas del grupo.[31] Muchos de sus autorretratos le muestran con ropajes anacrónicos, o haciéndose muecas a sí mismo. Sus autorretratos muestran la evolución desde el atribulado joven con talento, y el pintor exitoso de la década de 1630 hasta los sombríos retratos de su vejez, de enorme profundidad psicológica. Juntos componen la imagen de un hombre que atravesó todos los estados de la vida, y cuya expresión refleja las fuertes sacudidas que sufrió su espíritu a lo largo de su vida.[32]
Entre las características más notables de su obra destacan su uso del claroscuro, el manejo escenográfico de la luz y la sombra -fuertemente influido por Caravaggio, o, más posiblemente, por la escuela de los Caravaggisti de Utrecht- adaptados a sus propios fines.[33] Igualmente destacables son su visión dramática y emotiva de temas que tradicionalmente habían sido tratados de una forma impersonal: Rembrandt se caracteriza por el sentimiento de empatía que desprende su visión de la humanidad, independientemente de la riqueza o la edad del retratado. Su propio entorno familiar -su mujer Saskia, su hijo Titus, su amante Hendrickje- suelen aparecer de forma visible en sus pinturas, en ocasiones representando temas bíblicos, históricos o mitológicos.
Painter: Pontormo. (Jacopo Carrucci) 1494-1557 Part 1
Annunciation (detail) 2
Christ before Pilate
Cosimo il Vecchio
Jacopo Carucci (clic here Wiki) (May 24, 1494 — January 2, 1557), usually known as Jacopo da Pontormo, Jacopo Pontormo or simply Pontormo, was an Italian Mannerist painter and portraitist from the Florentine school. His work represents a profound stylistic shift from the calm perspectival regularity that characterized the art of the Florentine Renaissance. He is famous for his use of twining poses, coupled with ambiguous perspective; his figures often seem to float in an uncertain environment, unhampered by the forces of gravity.
Biography and Early Work
Jacopo Carucci was born at Pontorme, near Empoli. Vasari relates how the orphaned boy, "young, melancholy and lonely," was shuttled around as a young apprentice:
Jacopo had not been many months in Florence before Bernardo Vettori sent him to stay with Leonardo da Vinci, and then with Mariotto Albertinelli, Piero di Cosimo, and finally, in 1512, with Andrea del Sarto, with whom he did not remain long, for after he had done the cartoons for the arch of the Servites, it does not seem that Andrea bore him any good will, whatever the cause may have been.
Pontormo painted in and around Florence, often supported by Medici patronage. A foray to Rome, largely to see Michelangelo's work, influenced his later style. Haunted faces and elongated bodies are characteristic of his work. An example of Pontormo's early style is The Visitation of the Virgin and St Elizabeth, with its dancelike, balanced figures, painted from 1514 to 1516.
This early Visitation makes an interesting comparison with his painting of the same subject (at right), which was done about a decade later for the parish church of St. Michael in Carmignano, a few miles from Florence. Placing these two pictures together—one from his early style, and another from his mature period—throws Pontormo's artistic development into sharp relief. In the earlier work, Pontormo is much closer in style to his teacher, Andrea del Sarto, and to the early sixteenth century renaissance artistic principles. For example, the figures stand at just under half the height of the overall picture, and though a bit more crowded than true high renaissance balance would prefer, at least are placed in a classicizing architectural setting at a comfortable distance from the viewer. In the later work, the viewer is brought almost uncomfortably close to the Virgin and St. Elizabeth, who drift toward each other in clouds of drapery. Moreover, the clear architectural setting that is carefully constructed in earlier piece has been completely abandoned in favor of a peculiar nondescript urban setting.
The Joseph canvases (now in the National Gallery in London) offer another example of Pontormo's developing style. Done around the same time as the earlier Visitation, these works (such as Joseph in Egypt, at left) show a much more mannerist leaning.
In the years between the SS Annunziata and San Michele Visitations, Pontormo took part in the fresco decoration of the salon of the Medici country villa at Poggio a Caiano (1519-20), not far from Florence. There he painted frescoes in a pastoral genre style, very uncommon for Florentine painters; their subject was the obscure classical myth of Vertumnus and Pomona in a lunette.
In 1522, when the plague broke out in Florence, Pontormo left for the Certosa di Galluzzo, a cloistered Carthusian monastery where the monks followed vows of silence. He painted a series of frescoes, now quite damaged, on the passion and resurrection of Christ.
Jacopo Carrucci (clic aquí Wiki) (Pontormo, cerca de Empoli, 24 de mayo de 1494 – Florencia, 2 de enero de 1557), también conocido como Jacopo da Pontormo, Jacopo Contormo, o más comúnmente como Pontormo, fue un pintor renacentista italiano.
Biografía
Jacopo Carrucci nace en la localidad de Pontormo, cerca de Empoli. Giorgio Vasari, que relata cómo el niño huérfano paseaba «joven, sólo y melancólico», lo acoge como aprendiz.
Jacopo no llevaba muchos meses en Florencia cuando Bernardo Vettori lo envía a una estancia con el Leonardo da Vinci para más tarde estar a cargo de lo maestros Mariotto Albertinelli, Piero di Cosimo, y finalmente, en 1512, con Andrea del Sarto junto con Rosso Fiorentino, con quien no permanecería mucho tiempo ya que después de hacer los cartones para el arco de Servites, éstos no fueron del agrado de Andrea, lo que hace que se acabe de hartar y se marche.
Pontormo pinta solamente alrededor y en la misma Florencia, apoyado por el patrocinio de los Médici.
Con la visión puesta en Roma, se deja influencia por la obra de considerar en gran parte el trabajo de Miguel Ángel y luego, mediante la observación de los grabados de Durero por el llamado estilo nórdico. La frecuencia de caras y los cuerpos alargados son característicos de su trabajo. Un ejemplo del estilo temprano de Pontormo es la Visitación de la Virgen y Santa Isabel, con sus figuras balanceadas, pintado entre 1514 y 1516 para la iglesia de la parroquia de San Michele en Carmignano, en los alrededores de Florencia.
Entre 1519 y 1520 Pontormo participa en la decoración del fresco del salón de la villa de la familia Medici en Poggio a Caiano, no lejos de Florencia. Allí pinta el fresco en un estilo género pastoral, muy infrecuente para los pintores florentinos; su tema era el mito clásico de Vertumnus y Pomona en una luneta.
En 1522, cuando en Florencia se infecta con la plaga, con lo que Pontormo sale hacia la Cartuja de Galuzzo, un monasterio de clausura de la orden de los cartujos en donde los monjes seguían los votos de silencio. Pinta una serie de frescos, ahora dañados absolutamente, sobre la pasión y la resurrección de Cristo.
El Pontormo es uno de los más conspicuos representantes de una corriente que en los inicios del siglo XVI reaccionó contra el clasicismo pictórico derivado del Renacimiento, corriente que buscó concretar tal reacción por medio de una intensa experimentación y la superación de los cánones preestablecidos. En lo que atañe a Pontormo, su experimentación muchas veces expresa una personalidad extravagante.
En 1545 le fue encargada la decoración de la iglesia de San Lorenzo en Florencia, pero tal decoración fue destruida en el siglo XVIII.