Alas Gustavo Moretto teclados,bandoneón y flauta
Alex Zuker bajo
Carlos Riganti batería y percusión
Fui a para a el teatro El Periscopio, de Mauricio Faberman, donde me quedé como sonidista e iluminador por un año, más o menos, de vocacional que no cobraba un peso pero que aprendía haciendo.
Ahí llegué por la hermana de Alex Zuker, Cristina, con quien habíamos trabajado en el Teatro del Carmelo, en una obra de teatro infantil, donde ella actuaba y yo, de osado, hice la escenografía, haciéndome asistente de María Amelia Bebán, la directora de la obra.
Eran los gloriosos años setenta, antes de los desquicios de Isabelita, los militares y las persecuciones donde de un para de golpes, toda la fiesta de hacer arte se acabó.
Ahí, en ese teatro lo conocí a Astor Piazolla, comenzaba como representante un pibe de jeens gastados, pelo largo y actitud muy puesta en lo que debía hacer un profesional, Daniel Grimbank, me lo recuerdo a Alex que puteaba porque era muy rockero y desidioso con las obligaciones a las que Daniel los quería someter, éramos todos demasiado jóvenes, mucho pájaro en el bocho.
Tocaba el bandoneón en ese conjunto, haciendo una fusión de rock con neto tono porteño tanguero, Daniel Vinelli, muy joven también, ya se le notaba que tenía una historia que escribir, que sería una voz, en el mundo musical.
La influencia del inmenso de Piazzolla se hacía sentir en los músicos progresistas que buscaban entonar con la circunstancia.
Piazzolla coqueteó un breve tiempo con la gente del rock, abierto a lo nuevo como era, un día sentenció a la generalidad de los jóvenes que tocaban rock, algo aún hoy totalmente vigente: "Muchachos, agarren las partituras", que era decirles: estudien música.
Ir a ese Teatro a trabajar cada noche, compartiendo el sueño de tantos que empezaban, que buscaban hacerse un lugar, pero sobre todo y como primero: manifestarse, fue un regalo de la vida que siempre le deberé a Cristina, Alex, y a Mauricio.
Un día fuimos con Sigfrido Radaelli, mi maestro a escuchar a Huerque Mapu, conjunto de folklore que había hecho el himno de Montoneros, miembros del Peronismo revolucionario, quienes luego pasaron a la clandestinidad como grupo terrorista, cuando Perón los echó de la plaza de Mayo.
Ese recital se interrumpió con una bomba de gas lacrimógeno que armó un desastre total en la sal con la gente aterrorizada yéndose al escenario, donde no había salida por ser un sótano.
Me acuerdo que fui tras de él, llegué a los baños y a unos ventanucos que daban al pozo del edificio, rompí los vidrios a puñetazos, asomando la nariz mientras una multitud gritaba, nos apretujábamos unos contra otros, desesperados, ahogándonos todos, el humo era terrible, asmático yo, creí que me moría.
Señales que la fiesta de los 60s y comienzos de los 70s, había acabado.
No más Paz y Amor.
El pájaro negro de la miseria humana, robaba almas y espíritus.
Ricardo Marcenaro
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