-¿Fue usted Por amor de Dios, ¿qué le ocurre?
-No sabe, Dacre, cuánto me alegro que de haya venido! Me hundí en un infierno. Fue algo espeluznante.
-¿Fue usted, pues, el que gritó?
-Debí de ser yo.
-Su grito resonó por toda la casa. La servidumbre está aterrada.
Encendió una cerilla y prendió la lámpara.
-Creo que podríamos encender otra vez el fuego de la chimenea -agregó, echando algunos leños encima de las ascuas-. ¡Válgame Dios, mi querido amigo, qué palidez la suya!
Cualquiera diría que ha visto un espectro.
-Los he visto. He visto varios.
-Según eso, el embudo de cuero ha entrado en acción.
-Ni por todo el dinero que usted me ofreciese volvería yo a dormir cerca de ese artefacto infernal.
Dacre rió con ganas y dijo:
-Yo contaba con que usted tendría una noche movidita. Me lo ha pagado haciéndomela pasar a mí, porque el alarido que lanzó no ha sido cosa muy agradable a una hora cercana a las dos de la mañana. Por lo que acaba usted de decir, me imagino que ha visto en sueños toda la espantosa escena.
-¿Qué escena espantosa?
-El tormento del agua o, como se llamaba en los simpáticos días del Rey Sol, el interrogatorio extraordinario. ¿Lo aguantó usted hasta el final?
-No, gracias a Dios. Me desperté antes de que empezase realmente.
-¡Vaya! De todo eso salió usted ganando. Yo resistí hasta el tercer cubo. Bueno; se trata de asunto viejo y como ya todos ellos están en sus tumbas, ¿qué importancia tiene el conocer los antecedentes que los llevaron hasta ese extremo? Me imagino que usted no tiene la más remota idea de qué escena fue la que vio en realidad.
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