A veces tus palabras caen como teclas de piano muerto, ese sonido horrendo de cuerdas anquilosadas, opacadas por el óxido y de verdad que no quisiera ser más joven que tú, y otra vez sobre la situación pasar la hoja como si fuese el habitante de un álbum.
¿Tardará mucho en cerrar mi sesión, capítulo, espacio permitido, las páginas que habilitan mi presencia, ésta que parezco tener en tu vida?, y que va haciendo a la nuestra de quita manos y estremecimientos que a los días, por decreto, de agua cristalina que sonríe contra las piedras, puliéndose, perfeccionándose, deba, por mandato de citas grabadas en la infancia ajena, opacarse mortecina, graduarse, normalizarse, ser aceptable a cánones que no figuraban en los planes, planos, plagios que se volvieron los discursos vaciados, las fotos recientemente viejas, la justicia recibida.
Cables que se cortan como los del piano, venidos de una gran tensión estallan, el acero herido al morir lastima las paredes que con la sangre lavan su polvo asqueroso, a mi me pasa, no siento nada, estupefacto de factores, desbordado de matemáticas, con mis costillas totalmente acostumbradas al golpe, insensible, absorto, desconocido, desconectado, así quedo, cortado.
La madera rechinada retumba. La astronauta me mira a través del inalámbrico:
– “¿Te pasa algo querido?”
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