CASTILLO
DE CSEJTHE
Le
chemin de rocs est semé de cris sombres
P.J.
JOUVE
Castillo
de piedras grises, escasas ventanas, torres cuadradas, laberintos subterráneos,
castillo emplazado en la colina de rocas, de hierbas ralas y secas, de bosques
con fieras blancas en invierno y oscuras en verano, castillo que Erzébet Báthory
amaba por su funesta soledad de muros que ahogaban todo grito.
El
aposento de la condesa, frío y mal alumbrado por una lámpara de aceite de
jazmín, olía a sangre así como el subsuelo a cadáver. De haberlo querido,
hubiera podido realizar su "gran obra" a la luz del día y diezmar
muchachas al sol, pero le fascinaban las tinieblas del laberinto que tan bien
se acordaban a su terrible erotismo, de nieve y de
murallas. Amaba el laberinto, que significa el lugar
típico donde tenemos miedo; el viscoso, el inseguro espacio de la desprotección
y del extraviarse.
¿Qué
hacía de sus días y de sus noches en la soledad de Csejthe? Sabemos algo de sus
noches. En cuanto a sus días, la bellísima condesa no se separaba de sus dos
viejas sirvientas, dos escapadas de alguna obra de Goya: las sucias,
malolientes, increíblemente feas y perversas Dorkó y Jó Ilona. Éstas intentaban
divertirla hasta con historias domésticas que ella no entendía, si bien
necesitaba de ese continuo y deleznable rumor. Otra manera de matar el tiempo
consistía en contemplar sus joyas, mirarse en su famoso espejo y cambiarse
quince trajes por día.
Dueña
de un gran sentido práctico, se preocupaba de que las prisiones del subsuelo estuvieran
siempre bien abastecidas; pensaba en el porvenir de sus hijos –que siempre
residieron lejos de ella; administraba sus bienes con inteligencia y se
ocupaba, en fin, de todos los pequeños detalles que rigen el orden profano de
los días.
MEDIDAS
SEVERAS
...la loi, froide par elle-même, ne
saurait
être accesible aux passions qui peuvent
légitimer
la cruelle action du meurte.
SADE
Durante
seis años la condesa asesinó impunemente. En el transcurso de esos años, no habían
cesado de correr los más tristes rumores a su respecto. Pero el nombre Báthory,
no sólo ilustre sino activamente protegido por los Habsburgo, atemorizaba a los
probables denunciadores. Hacia 1610 el rey tenía los más siniestros informes --
acompañados de pruebas-- acerca de la condesa. Después de largas vacilaciones, decidió
tomar severas medidas. Encargó al poderoso palatino Thurzó que indagara los luctuosos
hechos de Csejthe y castigase a la culpable. En compañía de sus hombres armados,
Thurzó llegó al castillo sin anunciarse. En el subsuelo, desordenado por la sangrienta
ceremonia de la noche anterior, encontró un bello cadáver mutilado y dos niñas
en agonía. No es esto todo. Aspiró el olor a cadáver; miró los muros ensangrentados;
vio la "Virgen de Hierro", la jaula, los instrumentos de tortura, las
vasijas con sangre reseca, las celdas --y en una de ellas a un grupo de
muchachas que aguardaban su turno para morir y que le dijeron que después de
muchos días de ayuno les habían servido una cierta carne asada que había
pertenecido a los hermosos cuerpos de sus compañeras muertas... La condesa, sin
negar las acusaciones de Thurzó, declaró que todo aquello era su derecho de mujer
noble y de alto rango. A lo que respondió el palatino:... te condeno a prisión
perpetua dentro de tu castillo.
Desde
su corazón, Thurzó se diría que había que decapitar a la condesa, pero un castigo
tan ejemplar hubiese podido suscitar la reprobación no sólo respecto a los Báthory
sino a los nobles en general. Mientras tanto, en el aposento de la condesa, fue
hallado un cuadernillo cubierto por su letra con los nombres y las señas
particulares de sus víctimas que allí sumaban 610...
En
cuanto a los secuaces de Erzébet, se los procesó, confesaron hechos increíbles,
y murieron en la hoguera. La prisión subía en torno suyo. Se muraron las
puertas y las ventanas de su aposento. En una pared fue practicada una ínfima
ventanilla por donde poder pasarle los alimentos.
Y
cuando todo estuvo terminado erigieron cuatro patíbulos en los ángulos del
castillo para señalar que allí vivía una condenada a muerte. Así vivió más de
tres años, casi muerta de frío y de hambre. Nunca comprendió por qué la
condenaron. El 21 de agosto de 1614, un cronista de la época escribía: Murió
hacia el anochecer, abandonada de todos. Ella no sintió miedo, no tembló nunca.
Entonces, ninguna compasión ni admiración por ella. Sólo un quedar en suspenso
en el exceso del horror, una fascinación por un vestido blanco que se vuelve
rojo, por la idea de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un
silencio constelado de gritos en donde todo es la imagen de una belleza
inaceptable. Como Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la
condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del
desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana
es horrible.
Prosa: Alejandra Pizarnik - La Condesa Sangrienta - Parte 5 - Castillo de Csejthe - Medidas severas - Links
El Árbol de Diana – Poesía:
La Condesa Sangrienta – Prosa:
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