El mar cambia
-Está bien -dijo el hombre-. ¿Qué decidiste?
-No -dijo la muchacha-. No puedo.
-¿Querrás decir que no quieres?
-No puedo. Eso es lo que quiero decir.
-No quieres.
-Bueno -dijo ella-. Arregla las cosas como quieras.
-No arreglo las cosas como quiero, pero, ¡por Dios que me gustaría hacerlo!
-Lo hiciste durante mucho tiempo.
Era temprano y no había nadie en el café, con excepción del cantinero y los dos jóvenes que se hallaban sentados en una mesa del rincón. Terminaba el verano y los dos estaban tostados por el sol, de modo que parecían fuera de lugar en París. La joven llevaba un vestido escocés de lana; su cutis era de un moreno suave; sus cabellos rubios y cortos crecían dejando al descubierto una hermosa frente. El hombre la miraba.
-¡La voy a matar! -dijo él.
-Por favor, no lo hagas -dijo ella. Tenía bellas manos y el hombre las miraba. Eran delgadas, morenas y muy hermosas.
-Lo voy a hacer. ¡Te juro por Dios que lo voy a hacer!
-No te va a hacer feliz.
-¿No podías haber caído en otra cosa? ¿No te podrías haber metido en un lío de otra naturaleza?
-Parece que no -dijo la joven-. ¿Qué vas a hacer ahora?
-Ya te lo he dicho.
-No; quiero decir, ¿qué vas a hacer, realmente?
-No sé -dijo él-. Ella lo miró y alargó una mano-. ¡Pobre Phil! -dijo.
El hombre le miró las manos, pero no las tocó.
-No, gracias -declaró.
-¿No te hace ningún bien saber que lo lamento?
-No.
-Está bien -dijo el hombre-. ¿Qué decidiste?
-No -dijo la muchacha-. No puedo.
-¿Querrás decir que no quieres?
-No puedo. Eso es lo que quiero decir.
-No quieres.
-Bueno -dijo ella-. Arregla las cosas como quieras.
-No arreglo las cosas como quiero, pero, ¡por Dios que me gustaría hacerlo!
-Lo hiciste durante mucho tiempo.
Era temprano y no había nadie en el café, con excepción del cantinero y los dos jóvenes que se hallaban sentados en una mesa del rincón. Terminaba el verano y los dos estaban tostados por el sol, de modo que parecían fuera de lugar en París. La joven llevaba un vestido escocés de lana; su cutis era de un moreno suave; sus cabellos rubios y cortos crecían dejando al descubierto una hermosa frente. El hombre la miraba.
-¡La voy a matar! -dijo él.
-Por favor, no lo hagas -dijo ella. Tenía bellas manos y el hombre las miraba. Eran delgadas, morenas y muy hermosas.
-Lo voy a hacer. ¡Te juro por Dios que lo voy a hacer!
-No te va a hacer feliz.
-¿No podías haber caído en otra cosa? ¿No te podrías haber metido en un lío de otra naturaleza?
-Parece que no -dijo la joven-. ¿Qué vas a hacer ahora?
-Ya te lo he dicho.
-No; quiero decir, ¿qué vas a hacer, realmente?
-No sé -dijo él-. Ella lo miró y alargó una mano-. ¡Pobre Phil! -dijo.
El hombre le miró las manos, pero no las tocó.
-No, gracias -declaró.
-¿No te hace ningún bien saber que lo lamento?
-No.
-¿Ni decirte cómo?
-Prefiero no saberlo.
-Te quiero mucho.
-Sí; y esto lo prueba.
-Lo siento -dijo ella-; si no lo entiendes ...
-Lo entiendo. Eso es lo malo. Lo entiendo.
-¿Sí? -preguntó ella-. ¿Y eso lo hace peor?
-Es claro -la miró-. Lo entenderé siempre. Todos los días y todas las noches. Especialmente por la noche. Lo entenderé. No tienes necesidad de preocuparte.
-Lo siento...
-Si fuera un hombre...
-No digas eso. No podría ser un hombre. Tú lo sabes. ¿No tienes confianza en mí?
-¡Confiar en ti! Es gracioso. ¡Confiar en ti! Es realmente gracioso.
-Lo lamento. Parece que eso es todo lo que pudiera decir. Pero cuando nos entendemos, no vale la pena pretender que hacemos lo contrario.
-No, supongo que no.
-Volveré, si quieres.
-No; no quiero.
Después no dijeron nada por un largo rato.
-¿No crees que te quiero, no es cierto? -preguntó la joven.
-No hablemos de tonterías.
-Realmente, ¿no crees que te quiero?
-¿Por qué no lo pruebas?
-Haces mal en hablar así. Nunca me pediste que probara nada. No eres cortés.
-Eres una mujer extraña.
-Tú no. Eres un hombre magnífico y me destroza el corazón irme y dejarte...
-Tienes que hacerlo, por supuesto.
-Sí -dijo ella-. Tengo que hacerlo, y tú lo sabes.
Él no dijo nada. Ella lo miró y extendió la mano nuevamente. El cantinero se hallaba en el extremo opuesto del café. Tenía el rostro blanco y también era blanca su chaqueta. Conocía a los dos y pensaba que formaban una hermosa pareja. Había visto romper a muchas parejas y formarse nuevas parejas, que no eran ya tan hermosas. Pero no estaba pensando en eso, sino en un caballo. Un cuarto de hora más tarde podría enviar a alguien enfrente para saber si el caballo había ganado.
-¿No puedes ser bueno conmigo y dejarme ir? -preguntó la joven.
-¿Qué crees que voy a hacer?
Entraron dos personas y se dirigieron al mostrador.
-Sí, señor -dijo el cantinero y atendió a los clientes.
-¿Puedes perdonarme? ¿Cuándo lo supiste? -preguntó la muchacha.
-No.
-¿No crees que las cosas que tuvimos y que hicimos pueden influir en nuestra comprensión?
-"El vicio es un monstruo de tan horrible semblante" -dijo el joven con amargura- que... -no podía recordar las palabras-. No puedo recordar la frase -dijo.
-No digamos vicio. Eso no es muy cortés.
-Perversión -dijo él.
-¡James! -uno de los clientes se dirigió al cantinero-. Te ves muy bien.
-También usted se ve bien, señor -replicó al cantinero.
-¡Viejo James! -dijo el otro cliente-. Estás un poco más gordo.
-Es terrible la manera como uno se pone -contestó el cantinero.
-No dejes de poner el coñac, James -advirtió el primer cliente.
-No. Confíe usted en mí.
Los dos que se hallaban en el bar miraron a los que se encontraban en la mesa y después volvieron a mirar al cantinero. Por la posición en que se encontraban les resultaba más cómodo mirar al encargado del bar.
-Creo que sería mejor que no emplearas palabras como esa -dijo la muchacha-. No hay ninguna necesidad de decirlas.
-¿Cómo quieres que lo llame?
-No tienes necesidad de ponerle nombre.
-Así se llama.
-No -dijo ella-. Estamos hechos de toda clase de cosas. Debieras saberlo. Tú usaste muchas veces esa frase.
-No tienes necesidad de decirlo ahora.
-Lo digo porque así te lo vas a explicar mejor.
-Está bien -dijo él-. ¡Está bien!
-Dices que eso está muy mal. Lo sé; está muy mal. Pero volveré. Te he dicho que volveré. Y volveré en seguida.
-No; no lo harás.
-Volveré.
-No lo harás. A mí, por lo menos.
-Ya lo verás.
-Sí -dijo él-. Eso es lo infernal, que probablemente quieras volver.
-Por supuesto que lo voy a hacer.
-Ándate, entonces.
-¿Lo dices en serio? -no podía creerle, pero su voz sonaba feliz.
-¡Ándate! -dijo el hombre. Su voz le sonaba extraña. Estaba mirándola. Miraba la forma de su boca, la curva de sus mejillas y sus pómulos; sus ojos y la manera cómo crecía el cabello sobre su frente. Luego el borde de las orejas, que se veían bajo el pelo y el cuello.
-¿En serio? ¡Oh! ¡Eres bueno! ¡Eres demasiado bueno conmigo!
Cuento: Ernest Hemingway - El Mar Cambia - Bio - Links
Ernest Miller Hemingway (Oak Park, Illinois, 21 de julio de 1899 – Ketchum, Idaho, 2 de julio de 1961) fue un escritor y periodista estadounidense, y uno de los principales novelistas y cuentistas del siglo XX. Su estilo sobrio y minimalístico tuvo una gran influencia sobre la ficción del siglo XX, mientras que su vida de aventura y su imagen pública influenció generaciones posteriores. Hemingway escribió la mayor parte de su obra entre mediados de 1920 y mediados de 1950. Ganó el Premio Pulitzer en 1953 por El viejo y el mar y al año siguiente el Premio Nobel de Literatura por su obra completa. Publicó siete novelas, seis recopilaciones de cuentos y dos ensayos. Póstumamente se publicaron tres novelas, cuatro libros de cuentos y tres ensayos. Muchos de estos son considerados clásicos de la literatura de Estados Unidos.
Hemingway se crio en Oak Park (Illinois). Después de la escuela secundaria, trabajó durante unos meses como periodista del Kansas City Star, antes de irse al frente italiano donde se registró como conductor de ambulancia durante la Primera Guerra Mundial. En 1918, fue gravemente herido y regresó a su casa. Sus experiencias de la guerra sirvieron de base para su novela Adiós a las armas. En 1921 se casó con Hadley Richardson, la primera de sus cuatro esposas. La pareja se mudó a París, donde trabajó como corresponsal extranjero, y cayó bajo la influencia de los escritores y artistas modernistas de la comunidad de expatriados, la «Generación perdida» de la década de 1920. La primera novela de Hemingway, Fiesta, fue publicada en 1926.
Después de su divorcio de Hadley Richardson en 1927, Hemingway se casó con Pauline Pfeiffer. La pareja se divorció después de que regresó de la Guerra Civil Española, donde había sido periodista, y después de que escribió Por quién doblan las campanas. Martha Gellhorn fue su tercera esposa en 1940. Se separaron cuando conoció a María Welsh en Londres, durante la Segunda Guerra Mundial. Estuvo presente durante el desembarco de Normandía y la liberación de París.
Poco después de la publicación de El viejo y el mar en 1952, Hemingway se fue de safari a África, donde casi murió en dos accidentes aéreos sucesivos que lo dejaron con dolor y problemas de salud por gran parte del resto de su vida. Hemingway tenía residencia permanente en Cayo Hueso, Florida (durante la década de 1930) y Cuba (durante la década de 1940 y 1950). En 1959 compró una casa en Ketchum (Idaho), donde se suicidó el 2 de julio de 1961.
http://es.wikipedia.org/wiki/Ernest_Hemingway
Hemingway se crio en Oak Park (Illinois). Después de la escuela secundaria, trabajó durante unos meses como periodista del Kansas City Star, antes de irse al frente italiano donde se registró como conductor de ambulancia durante la Primera Guerra Mundial. En 1918, fue gravemente herido y regresó a su casa. Sus experiencias de la guerra sirvieron de base para su novela Adiós a las armas. En 1921 se casó con Hadley Richardson, la primera de sus cuatro esposas. La pareja se mudó a París, donde trabajó como corresponsal extranjero, y cayó bajo la influencia de los escritores y artistas modernistas de la comunidad de expatriados, la «Generación perdida» de la década de 1920. La primera novela de Hemingway, Fiesta, fue publicada en 1926.
Después de su divorcio de Hadley Richardson en 1927, Hemingway se casó con Pauline Pfeiffer. La pareja se divorció después de que regresó de la Guerra Civil Española, donde había sido periodista, y después de que escribió Por quién doblan las campanas. Martha Gellhorn fue su tercera esposa en 1940. Se separaron cuando conoció a María Welsh en Londres, durante la Segunda Guerra Mundial. Estuvo presente durante el desembarco de Normandía y la liberación de París.
Poco después de la publicación de El viejo y el mar en 1952, Hemingway se fue de safari a África, donde casi murió en dos accidentes aéreos sucesivos que lo dejaron con dolor y problemas de salud por gran parte del resto de su vida. Hemingway tenía residencia permanente en Cayo Hueso, Florida (durante la década de 1930) y Cuba (durante la década de 1940 y 1950). En 1959 compró una casa en Ketchum (Idaho), donde se suicidó el 2 de julio de 1961.
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