Rimbaud y Verlaine
3
COMBATE DE HÉRCULES
Y DEL RÍO AQUELLO (13)
Antaño, el Aquelo de aguas henchidas salió de su vasto lecho;
tumultuoso irrumpió por los valles en cuesta envolviendo en sus aguas los rebaños
y el adorno de las mieses doradas.
Caen las casas de los hombres derruidas y los campos que se extienden a lo ancho
van siendo abandonados;
los coros de los faunos se han callado:
todos contemplaban el furioso río.
Alcides (14), al oír sus quejas, se compadeció de ellos:
para frenar los furores del río lanza a las aguas crecidas su enorme cuerpo,
expulsa con sus brazos las oleadas que espumean
y las devuelve domadas a su lecho.
La ola del río vencido se estremece con rabia.
Al instante, el dios del río adopta la forma de una serpiente:
silba, chirría y retuerce su torso amoratado
y con su terrible cola golpea las esponjosas orillas.
Entonces, Alcides se abalanza, con sus robustos brazos, le rodea el cuello, lo aprieta, lo destroza con sus potentes músculos,
y, volteando el tronco de un árbol lo lanza sobre él, dejándolo moribundo sobre la negra arena
y alzándose furioso, le brama:
«¿Te atreves a desafiar los músculos hercúleos, imprudente, no sabes que crecieron
en estos juegos -ya, cuando aún niño, estaba en mi primera cuna-:
ignoras que he vencido a los dos dragones?
Pero la vergüenza estimula al dios del río y la gloria de su nombre derrumbado,
en su corazón oprimido por el dolor, se resiste;
sus fieros ojos brillan con un fuego ardiente,
su terrible frente armada (15) surge desgarrando el viento;
muge, y tiemblan los aires ante su horrendo mugido.
Mas el hijo de Alcmena se ríe de esta lucha furiosa...
Vuela, coge y zarandea los miembros temblorosos y los esparce por el suelo:
aplasta con la rodilla el cuello que cruje
y aprieta con un nudo vigoroso la garganta palpitante, hasta que exhala estertores.
Y entonces, Alcides, arrogante, mientras aplasta al monstruo, le arranca de la frente ensangrentada un cuerno ––prueba de su victoria.
Al verlo, los Faunos, los coros de las Dríades (16) y las hermanas de las Ninfas
cuyas riquezas y refugios natales el vencedor había vengado se acercan hasta donde estaba, recostado perezosamente a la sombra de un roble,
evocando en su alegre espíritu los triunfos pasados.
Su alegre tropel lo rodea y corona su frente con múltiples flores y lo adorna con verdes guirnaldas.
Todos, entonces, cogen, como si fueran una sola mano, el cuerno que junto a él yacía (17),
llenando el despojo cruento de ubérrimas manzanas y de perfumadas flores (18).
Primer semestre de 1869
RIMBAUD
(Externo en el colegio de Charleville)
13 Poema escrito durante el mismo curso escolar que los anteriores. El texto que había que glosar pertenece al poeta del siglo XVIII J. Delille (17381813), autor de Jardins [Jardines] y traductor de
Virgilio; poeta de gran fuerza plástica, cuya poesía descriptiva nos lleva, por algunos derroteros íntimos, a la poesía romántica de la naturaleza y, por avenidas luminosas y bien ordenadas, hacia una sensibilidad que podríamos considerar parnasiana (y, como El Parnaso, con añoranzas barrocas).
El modelo es, pues, muy superior al que precede. Algunos de los elementos plásticos más interesantes del texto de Rimbaud ya están en el de Délille.
14 Mote de Hércules, heredado de su abuelo Alceo.
15 El río adopta la forma de un toro furioso.
16 Ninfas del bosque cuya vida dependía de la del árbol que habitaban.
17 Esta recreación del mito del cuerno de la Fortuna no está en el texto de Délille. También es preciso observar que en el modelo no hay una sola anotación cromática.
de lo salvaje, cruel y, en cierto modo, sádico con lo más poéticamente placentero de esta naturaleza
––guirnaldas de follaje, flores, frutos. Observemos cómo la narración mítica desemboca en la representación plástica del cuerno de la abundancia: lecciones escolares perfectamente aprendidas
y presagios de un poeta siempre hambriento ––y sediento.
Esta sensación de estar `leyendo' un bajorrelieve clásico la tendremos, de forma continuada, con el poema Sol y carne.
No hay comentarios:
Publicar un comentario