Ricardo Marcenaro bitácora - Sueño, sueño.

Eros cero, tenés razón, el dedo que se lo mire puesto frente a los ojos como si fuera un caño humeante que acaba de disparar su mejor tiro al aire.

Se le fue la frase que le tiró él para tantearle los gustos.

Él, escandalizando siempre, su mejor deporte, un ataque para la defensa, no esperaba el golpe, lo daba antes.

Ella iba derecha ha por lo suyo, él lo intrigaba, lo llenaba de eléctrica expectativa, sabía cómo era en la cama y sabía que era aún mejor de lo que sabía que sabía, eso la inquietaba terriblemente.

Otra vez las distancias, los viajes y los lugares que raramente habían visitado su vida comúnmente pero por separado, con mismos símbolos.

Él la había asombrado diciéndole cuatro cosas muy precisas que solo alguien que la conociera de muchos años y muy íntimamente podría saber, ¿quién era este tipo se preguntaba?, como nos preguntamos todos sobre el otro cuando seducimos y somos seducidos.

Todas esas corrientes le pasaban por la mente, el cuerpo, le movían el espíritu y ahí estaba arriba de un avión, el pecho retumbándole a latigazos, los pies que le sudaban como nunca.

A medida que el auto la acercaba las sensaciones retumbaban en sus brazos que esperaban su abrazo, silencio con risas y locura inmediata sin tocar el piso, revolcarse, desparramar sábanas y almohadas.

La noche en olas y el aire que gime, ríe y grita por turnos, extendidamente, acabarse y no acabarse nunca.

Sueños, sueños pensó, suspiró, apoyó su cara en la mano, cerró los ojos, la vio entrar nuevamente, llena de espuma.

Abrió los ojos, sonó el timbre.