Charles Baudelaire
LXXIII
EL TONEL DEL ODIO
El Odio es el tonel de las pálidas Danaides;
La Venganza consternada con brazos rojos y fuertes
Se ha complacido en precipitar en sus tinieblas vacías
Grandes cubos colmados de sangre y de lágrimas de los muertos,
El Demonio hace hoyos secretos en esos abismos,
Por donde huirían mil años de sudores y esfuerzos,
Aunque ella lograra reanimar sus víctimas,
Y para oprimirlas resucitar sus cuerpos.
El Odio es un beodo en el fondo de una taberna,
Que siente siempre la sed nacer del licor
Y multiplicarse como la hidra de Lerna.
—Mas los bebedores felices conocen a su vencedor,
Y el Odio es consagrado a la suerte lamentable
De no poder jamás dormirse bajo la mesa.
1855.
LXXIV
LA CAMPANA RAJADA
Es amargo y dulce, durante las noches de invierno,
Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,
Los recuerdos lejanos lentamente elevarse
Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.
Bienaventurada la campana de garganta vigorosa
Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,
Arroja fielmente su grito religioso,
¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!
Yo, tengo el alma rajada, y cuando en su tedio
Ella quiere de sus canciones poblar el frío de las noches,
Ocurre con frecuencia que su voz debilitada
Parece el rudo estertor de un herido olvidado
Al borde de un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
Y que muere, sin moverse, entre inmensos esfuerzos.
1851.
LXXV
SPLEEN
(I)
Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,
De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso
Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio
Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.
Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera
Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;
El alma de un viejo poeta vaga en la gotera
Con la triste voz de un fantasma friolento.
El bordón se lamenta, y el leño ahumado
Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,
Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,
Herencia fatal de una vieja hidrópica,
El hermoso valet de coeur y la dama de pique
Charlan siniestramente de sus amores difuntos.
1857.
LXXVI
SPLEEN
(II)
Yo tengo más recuerdos que si tuviera mil años.
Un gran mueble de cajones atiborrado de facturas,
De versos, de dulces esquelas, de procesos, de romances,
Con abundantes cabellos enredados en recibos,
Oculta menos secretos que mi triste cerebro.
Es una pirámide, una inmensa cueva,
Que contiene más muertos que la fosa común.
—Yo soy un cementerio aborrecido de la luna,
Donde, como remordimientos, se arrastran largos gusanos
Que se encarnizan siempre sobre mis muertos más queridos.
Yo soy un viejo gabinete lleno de rosas marchitas,
Donde yace toda una maraña de modas anticuadas,
Donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,
Solos, exhalan el olor de un frasco destapado.
Nada iguala en longitud a las cojas jornadas,
Cuando bajo los pesados flecos de las nevadas épocas
El hastío, fruto de la melancólica incuria,
Adquiere las proporciones de la inmortalidad.
—Desde ya tú no eres más, ¡oh, materia viviente!
Que una peña rodeada de un vago espanto,
Adormecida en el fondo de un Sahara brumoso;
Una vieja esfinge ignorada del mundo indiferente,
Olvidada sobre el mapa, y cuyo humor huraño
No canta más que a los rayos del sol poniente.
1857.
EL TONEL DEL ODIO
El Odio es el tonel de las pálidas Danaides;
La Venganza consternada con brazos rojos y fuertes
Se ha complacido en precipitar en sus tinieblas vacías
Grandes cubos colmados de sangre y de lágrimas de los muertos,
El Demonio hace hoyos secretos en esos abismos,
Por donde huirían mil años de sudores y esfuerzos,
Aunque ella lograra reanimar sus víctimas,
Y para oprimirlas resucitar sus cuerpos.
El Odio es un beodo en el fondo de una taberna,
Que siente siempre la sed nacer del licor
Y multiplicarse como la hidra de Lerna.
—Mas los bebedores felices conocen a su vencedor,
Y el Odio es consagrado a la suerte lamentable
De no poder jamás dormirse bajo la mesa.
1855.
LXXIV
LA CAMPANA RAJADA
Es amargo y dulce, durante las noches de invierno,
Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,
Los recuerdos lejanos lentamente elevarse
Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.
Bienaventurada la campana de garganta vigorosa
Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,
Arroja fielmente su grito religioso,
¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!
Yo, tengo el alma rajada, y cuando en su tedio
Ella quiere de sus canciones poblar el frío de las noches,
Ocurre con frecuencia que su voz debilitada
Parece el rudo estertor de un herido olvidado
Al borde de un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
Y que muere, sin moverse, entre inmensos esfuerzos.
1851.
LXXV
SPLEEN
(I)
Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,
De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso
Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio
Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.
Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera
Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;
El alma de un viejo poeta vaga en la gotera
Con la triste voz de un fantasma friolento.
El bordón se lamenta, y el leño ahumado
Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,
Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,
Herencia fatal de una vieja hidrópica,
El hermoso valet de coeur y la dama de pique
Charlan siniestramente de sus amores difuntos.
1857.
LXXVI
SPLEEN
(II)
Yo tengo más recuerdos que si tuviera mil años.
Un gran mueble de cajones atiborrado de facturas,
De versos, de dulces esquelas, de procesos, de romances,
Con abundantes cabellos enredados en recibos,
Oculta menos secretos que mi triste cerebro.
Es una pirámide, una inmensa cueva,
Que contiene más muertos que la fosa común.
—Yo soy un cementerio aborrecido de la luna,
Donde, como remordimientos, se arrastran largos gusanos
Que se encarnizan siempre sobre mis muertos más queridos.
Yo soy un viejo gabinete lleno de rosas marchitas,
Donde yace toda una maraña de modas anticuadas,
Donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,
Solos, exhalan el olor de un frasco destapado.
Nada iguala en longitud a las cojas jornadas,
Cuando bajo los pesados flecos de las nevadas épocas
El hastío, fruto de la melancólica incuria,
Adquiere las proporciones de la inmortalidad.
—Desde ya tú no eres más, ¡oh, materia viviente!
Que una peña rodeada de un vago espanto,
Adormecida en el fondo de un Sahara brumoso;
Una vieja esfinge ignorada del mundo indiferente,
Olvidada sobre el mapa, y cuyo humor huraño
No canta más que a los rayos del sol poniente.
1857.
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