La muerte de un hijo ahogado
(Segundo diario: 1840-1871)
Él, que llegó con éxito tras navegar el río peligroso
de su venida al mundo,
se ha vuelto a ir
a un viaje de descubridor
por este territorio en el que yo he vagado
sin llegar a tocarlo, a hacerlo mío.
Sus pies se resbalaron de la orilla,
y a él se lo llevaron las corrientes;
lo arrastró la crecida entre hielos y árboles
y se ha perdido en un lugar lejano,
la cabeza como una batisfera;
miró con las pequeñas burbujas de sus ojos
como un aventurero temerario
por un paisaje más raro que Urano
que todos conocemos y que algunos recuerdan.
Fue un accidente; se quedó sin aire
y, como un corazón, cayó en el río.
El cuerpo, que era seña
de mis planes y mapas del futuro,
lo sacaron del fondo con ganchos y con palos
entre los troncos que al flotar chocaban.
Era la primavera, el sol aún brillaba
y la hierba incipiente ganaba solidez;
la claridad alumbraba los surcos de las manos.
Estaba fatigada por las olas de aquel largo viaje.
Pisé la tierra firme. Las velas de aquel sueño
se vinieron abajo, destrozadas.
En esta tierra él
es mi bandera.
Versión de Lidia Taillefer y Álvaro García
Pre-textos/ Poesía 1991
Luna nueva
La oscuridad espera aparte desde cualquier ocasión que surja;
como la pena, siempre está disponible.
Ésta es sólo un modelo,
el modelo en el que hay estrellas
sobre las hojas, brillantes como clavos de acero
e incontables y sin que se las haga caso.
Caminamos juntos
sobre hojas muertas
húmedas en la luna nueva
entre las rocas nocturnas amenazadoras
que serían de un gris rosado
a la luz del día, roídas y suavizadas
por el musgo y los helechos, que serían verdes
en el olor mohoso a levadura fresca
de árboles que enraízan, la tierra devuelve
lo mismo a lo mismo,
y cojo tu mano, que tiene el aspecto que tendría
una mano si de veras existieras.
Deseo mostrarte la oscuridad
que tanto temes.
Confía en mí. Esta oscuridad
es un lugar al que puedes entrar y sentirte
tan seguro como en cualquier otra parte;
puedes poner un pie delante del otro
y creer a los lados de tus ojos.
Memorízalo. Lo sabrás
de nuevo cuando te corresponda.
Cuando la apariencia de las cosas te haya abandonado,
todavía tendrás esta oscuridad.
Algo propio que puedes llevar contigo.
Hemos llegado al borde:
el lago entrega su silencio;
en la noche exterior hay un búho
cantando, como una polilla
en la oreja, desde la costa lejana
que es invisible.
El lago, vasto y sin dimensiones,
repite todo, las estrellas,
las piedras, a sí mismo, incluso la oscuridad
en la que puedes caminar
hasta que se convierta en luz.
Otros posibles pensamientos desde debajo de la tierra
Abajo. Enterrada. Puedo oír
risas leves y pasos; la estridencia
del cristal y el acero
los invasores de quienes tenían
el bosque por refugio
y el fuego por terror y algo sagrado
los herederos, los que levantaron
frágiles estructuras.
Mi corazón enterrado por décadas
de pensamientos anteriores, reza todavía
Ah derriba este orgullo de cristal, babilonia
cimentada sin fuego, a través del subsuelo
reza a mi inexpresivo fósil Dios.
Pero se quedan. Extinguida. Siento
desprecio y, sin embargo, pena: lo que los huesos
de los grandes reptiles
desintegrados por algo
(digamos por el
clima) fuera del ámbito
que su simple sentido
de lo que era bueno les trazaba
sentían cuando eran
perseguidos, enterrada entre los suaves inmorales
insensibles mamíferos deshechos.
Versión de Lidia Taillefer y Álvaro García
Pre-textos/ Poesía 1991
Resurrección
Veo ahora veo
ahora no veo
la tierra es una ráfaga en mis ojos
ahora oigo
el crujido de la nieve
los ángeles que escuchan sobre mí
cardos resplandecientes de aguanieve
acumulada
esperan el momento
de elevarme
hasta el sol
con pilares, la última ciudad
o torres vivas
aún sin levantar
cuyas piedras latentes reposan rodeando
su fuego sagrado a mi alrededor
(pero la tierra cambia con la escarcha,
y los que se convierten
en las voces de piedra de la tierra
también cambian y dicen
dios no es
la voz del torbellino
en el juicio final
todos éramos árboles
Versión de Lidia Taillefer y Álvaro García
Pre-textos/ Poesía 1991
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