EL PARQUE
En el aire reseco, flota miel diluída,
De los árboles bajan zumos de primavera,
La sangre de los troncos su subida acelera.
La abeja soberana va a quitar una vida.
Por el urbano parque de rojizos senderos,
Afeitadas gramillas y artificiales fuentes,
Paseo. Las estatuas tienen tristes las frentes,
Pero a sus pies las flores saltan de los canteros.
Bosquecillos de acacias, puestos de trecho en trecho,
Calan el horizonte, al dibujo sensible.
Zumba un oro ligero, mas sin cuerpo visible.
Hay arriba un zafiro ahuecado por techo.
En el verdoso lago, donde el pétalo ambula,
Señoriales, los cisnes, enarcados, navegan;
Finas columnas blancas se reflejan y juegan
A encontrarse en el agua, que las tuerce y ondula.
Como hace miles de años flota un áspero aliento
De mediodía, y bajo mi planta destructora
La gramilla aplastada no se duele ni llora;
Pugna por levantarse sobre el brazo del viento.
Como hace miles de años sube de las corola,
Un venenoso, dulce y profundo llamado:
Paréceme que algo va a serme revelado.
Retrocedo en el tiempo. Queman las amapolas.
¿Dónde he visto estos cisnes, esta hiedra, hace mucho?
¿Estas blancas columnas y este sol deslumbrante?
No tenía estas ropas grises de caminante:
Yo nadaba en un lago y escuché lo que escucho.
Una nota asustada, suelta mi pecho magro.
¿Siento mi voz acaso como por vez primera?...
Ah, el corazón disuelto de tanta primavera
Está fuera del tiempo y anticipa un milagro.
Está fuera del tiempo, porque vuelvo la vista
Al tupido boscaje de espinosas retamas
Y presiento que acechan las pupilas en llamas
De algún sátiro joven que el asalto se alista.
Va la tierra a prensarse bajo el casco de uña,
Y a su rito salvaje, veré alzarse las aves
De sus nidos ocultos, y los céspedes suaves
Encogerse al amago de la dura pezuña.
Algo de otras edades, de una extraña grandeza,
Sorprenderá a los cisnes blancos del siglo XX,
Sonreirán las bocas de mármol de la fuente
Al amor desusado de una fiera simpleza.
Por mirar cómo escapan las mujeres rosadas,
Las mujeres de piedra darán vuelta sus bustos,
Y en la sombra discreta de los negros arbustos
Habrá una fuga fina de blancas carcajadas.
Pero es grave el contraste: bajo mis ojos cae
Saliendo del boscaje, una cara pulida:
Es de mi siglo: un joven; por la boca sin vida
Pasa un cansancio lento que a lo real me trae.
Hacia mí se encamina con un paso que ondula
Su piel amarillenta le da una muerta gracia,
Ojeras prematuras sellan su aristocracia;
Pasa a mi lado, mira, me pesa y me calcula...
Galantería fácil, frase de primavera,
Irrumpe de su boca, tenue mancha lavada;
Miro sus manos pulcras y su barba afeitada;
Y se anima en sus ojos una llama ligera.
... Pero se aleja a paso reposado y tranquilo,
Algún cisne lo mira sin sorpresa en el lago,
sigue cantando el ave su canto fino y vago,
La araña no ha cesado de tejer con su hilo.
El sol, sobre su cuerpo, cobra la indiferencia
De un filósofo triste que contemplara escombros;
Cada vez más se alejan los rellenados hombros
Y a su paso las cosas se cargan de paciencia.
No han girado sus bustos las mujeres de piedra;
Sigue el agua goteando con idéntico canto;
En el bosque no hay risas ni carreras de espanto;
Mana un negro silencio, y está quieta la hiedra...
Allá lejos se pierde la figura del hombre;
Recuerdo su mirada, turbia y domesticada.
¡Oh suspicaz, moderna y pequeña mirada,
El corazón me llenas de una angustia sin nombre!
DOLOR
Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;
Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar
Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;
Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear
Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;
Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;
Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;
Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.
NATURALEZA MIA
Naturaleza mía, la que fuera
Como pesada abeja en primavera,
Ociosa y hecha para siestas de oro,
Voraz, aletargable, mudadera.
Bajo las tardes cálidas, dormida
De amor, ya el nuevo amor te daba brida,
Y tú arrastrabas un pesado cuerpo,
Pesado por el zumo de la vida.
¿Qué hice de tí? Para enfrentar tus males
Sobre tus formas apreté sayales,
Y en flagelarte puse empeño tanto
Que hoy filosofas junto a los rosales.
Disminuida, atáxica, robada,
En tu pura pureza violada,
Miras te baten palmas los sensatos
Con tu ya blanca y última mirada.
MUNDO DE SIETE POZOS
Se balancea,
arriba, sobre el cuello,
el mundo de las siete puertas:
la humana cabeza...
Redonda, como dos planetas:
arde en su centro
el núcleo primero.
Ósea la corteza;
sobre ella el limo dérmico
sembrado
del bosque espeso de la cabellera.
Desde el núcleo
en mareas
absolutas y azules,
asciende el agua de la mirada
y abre las suaves puertas
de los ojos como mares en la tierra.
... tan quietas
esas mansas aguas de Dios
que sobre ellas
mariposas e insectos de oro
se balancean.
Y las otras dos puertas:
las antenas acurrucadas
en las catacumbas que inician las orejas;
pozos de sonidos,
caracoles de nácar donde resuena
la palabra expresada
y la no expresa:
tubos colocados a derecha e izquierda
para que el mar no calle nunca.
y el ala mecánica de los mundos
rumorosa sea.
Y la montaña alzada
sobre la línea ecuatorial de la cabeza:
la nariz de batientes de cera
por donde comienza
a callarse el color de vida;
las dos puertas
por donde adelanta
-flores, ramas y frutasla
serpentina olorosa de la primavera.
Y el cráter de la boca
de bordes ardidos
y paredes calcinadas y resecas;
Librodot Poesías Alfonsina Storni
el cráter que arroja
el azufre de las palabras violentas,
el humo denso que viene
del corazón y su tormenta;
la puerta
en corales labrada suntuosos
por donde engulle, la bestia,
y el ángel canta y sonríe
y el volcán humano desconcierta.
Se balancea,
arriba,
sobre el cuello,
el mundo de los siete pozos:
la humana cabeza.
Y se abren praderas rosadas
en sus valles de seda:
las mejillas musgosas,
Y riela
sobre la comba de la frente,
desierto blanco,
la luz lejana de una muerta...
En el aire reseco, flota miel diluída,
De los árboles bajan zumos de primavera,
La sangre de los troncos su subida acelera.
La abeja soberana va a quitar una vida.
Por el urbano parque de rojizos senderos,
Afeitadas gramillas y artificiales fuentes,
Paseo. Las estatuas tienen tristes las frentes,
Pero a sus pies las flores saltan de los canteros.
Bosquecillos de acacias, puestos de trecho en trecho,
Calan el horizonte, al dibujo sensible.
Zumba un oro ligero, mas sin cuerpo visible.
Hay arriba un zafiro ahuecado por techo.
En el verdoso lago, donde el pétalo ambula,
Señoriales, los cisnes, enarcados, navegan;
Finas columnas blancas se reflejan y juegan
A encontrarse en el agua, que las tuerce y ondula.
Como hace miles de años flota un áspero aliento
De mediodía, y bajo mi planta destructora
La gramilla aplastada no se duele ni llora;
Pugna por levantarse sobre el brazo del viento.
Como hace miles de años sube de las corola,
Un venenoso, dulce y profundo llamado:
Paréceme que algo va a serme revelado.
Retrocedo en el tiempo. Queman las amapolas.
¿Dónde he visto estos cisnes, esta hiedra, hace mucho?
¿Estas blancas columnas y este sol deslumbrante?
No tenía estas ropas grises de caminante:
Yo nadaba en un lago y escuché lo que escucho.
Una nota asustada, suelta mi pecho magro.
¿Siento mi voz acaso como por vez primera?...
Ah, el corazón disuelto de tanta primavera
Está fuera del tiempo y anticipa un milagro.
Está fuera del tiempo, porque vuelvo la vista
Al tupido boscaje de espinosas retamas
Y presiento que acechan las pupilas en llamas
De algún sátiro joven que el asalto se alista.
Va la tierra a prensarse bajo el casco de uña,
Y a su rito salvaje, veré alzarse las aves
De sus nidos ocultos, y los céspedes suaves
Encogerse al amago de la dura pezuña.
Algo de otras edades, de una extraña grandeza,
Sorprenderá a los cisnes blancos del siglo XX,
Sonreirán las bocas de mármol de la fuente
Al amor desusado de una fiera simpleza.
Por mirar cómo escapan las mujeres rosadas,
Las mujeres de piedra darán vuelta sus bustos,
Y en la sombra discreta de los negros arbustos
Habrá una fuga fina de blancas carcajadas.
Pero es grave el contraste: bajo mis ojos cae
Saliendo del boscaje, una cara pulida:
Es de mi siglo: un joven; por la boca sin vida
Pasa un cansancio lento que a lo real me trae.
Hacia mí se encamina con un paso que ondula
Su piel amarillenta le da una muerta gracia,
Ojeras prematuras sellan su aristocracia;
Pasa a mi lado, mira, me pesa y me calcula...
Galantería fácil, frase de primavera,
Irrumpe de su boca, tenue mancha lavada;
Miro sus manos pulcras y su barba afeitada;
Y se anima en sus ojos una llama ligera.
... Pero se aleja a paso reposado y tranquilo,
Algún cisne lo mira sin sorpresa en el lago,
sigue cantando el ave su canto fino y vago,
La araña no ha cesado de tejer con su hilo.
El sol, sobre su cuerpo, cobra la indiferencia
De un filósofo triste que contemplara escombros;
Cada vez más se alejan los rellenados hombros
Y a su paso las cosas se cargan de paciencia.
No han girado sus bustos las mujeres de piedra;
Sigue el agua goteando con idéntico canto;
En el bosque no hay risas ni carreras de espanto;
Mana un negro silencio, y está quieta la hiedra...
Allá lejos se pierde la figura del hombre;
Recuerdo su mirada, turbia y domesticada.
¡Oh suspicaz, moderna y pequeña mirada,
El corazón me llenas de una angustia sin nombre!
DOLOR
Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;
Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar
Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;
Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear
Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;
Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;
Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;
Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.
NATURALEZA MIA
Naturaleza mía, la que fuera
Como pesada abeja en primavera,
Ociosa y hecha para siestas de oro,
Voraz, aletargable, mudadera.
Bajo las tardes cálidas, dormida
De amor, ya el nuevo amor te daba brida,
Y tú arrastrabas un pesado cuerpo,
Pesado por el zumo de la vida.
¿Qué hice de tí? Para enfrentar tus males
Sobre tus formas apreté sayales,
Y en flagelarte puse empeño tanto
Que hoy filosofas junto a los rosales.
Disminuida, atáxica, robada,
En tu pura pureza violada,
Miras te baten palmas los sensatos
Con tu ya blanca y última mirada.
MUNDO DE SIETE POZOS
Se balancea,
arriba, sobre el cuello,
el mundo de las siete puertas:
la humana cabeza...
Redonda, como dos planetas:
arde en su centro
el núcleo primero.
Ósea la corteza;
sobre ella el limo dérmico
sembrado
del bosque espeso de la cabellera.
Desde el núcleo
en mareas
absolutas y azules,
asciende el agua de la mirada
y abre las suaves puertas
de los ojos como mares en la tierra.
... tan quietas
esas mansas aguas de Dios
que sobre ellas
mariposas e insectos de oro
se balancean.
Y las otras dos puertas:
las antenas acurrucadas
en las catacumbas que inician las orejas;
pozos de sonidos,
caracoles de nácar donde resuena
la palabra expresada
y la no expresa:
tubos colocados a derecha e izquierda
para que el mar no calle nunca.
y el ala mecánica de los mundos
rumorosa sea.
Y la montaña alzada
sobre la línea ecuatorial de la cabeza:
la nariz de batientes de cera
por donde comienza
a callarse el color de vida;
las dos puertas
por donde adelanta
-flores, ramas y frutasla
serpentina olorosa de la primavera.
Y el cráter de la boca
de bordes ardidos
y paredes calcinadas y resecas;
Librodot Poesías Alfonsina Storni
el cráter que arroja
el azufre de las palabras violentas,
el humo denso que viene
del corazón y su tormenta;
la puerta
en corales labrada suntuosos
por donde engulle, la bestia,
y el ángel canta y sonríe
y el volcán humano desconcierta.
Se balancea,
arriba,
sobre el cuello,
el mundo de los siete pozos:
la humana cabeza.
Y se abren praderas rosadas
en sus valles de seda:
las mejillas musgosas,
Y riela
sobre la comba de la frente,
desierto blanco,
la luz lejana de una muerta...
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