El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos
Esta noche, dijo, desde el ocaso, me cubrían con una montaña negra
en un lecho de cedro.
Me escanciaban vino azul mezclado con amargura.
El cantar de la huestes de Ígor
Toda la noche escucha el llamamiento de la muerte, toda la noche
escucho el canto de la muerte junto al río, toda la noche escucho la
voz de la muerte que me llama.
Y tantos sueños unidos, tantas posesiones, tantas inmersiones en mis
posesiones de pequeña difunta en un jardín de ruinas y de lilas. Junto
al río la muerte me llama. Desoladamente desgarrada en el corazón
escucho el canto de la más pura alegría.
Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque al oír su
canto dije: es el lugar del amor. Y es verdad que he despertado en el
lugar del amor porque con una sonrisa de duelo yo oí su canto y me
dije: es el lugar del amor (pero tembloroso pero fosforescente).
Y las danzas mecánicas de los muñecos antiguos y las desdichas he-redadas y el agua veloz en círculos, por favor, no sientas miedo de de-cirlo: el agua veloz en círculos fugacísimos mientras en la orilla el
gesto detenido de los brazos detenidos en un llamamiento al abrazo,
en la nostalgia más pura, en el río, en la niebla, en el sol debilísimo
filtrándose a través de la niebla.
Más desde adentro: el objeto sin nombre que nace y se pulveriza en el
lugar en que el silencio pesa como barras de oro y el tiempo es un
viento afilado que atraviesa una grieta y es esa su sola declaración.
Hablo del lugar en que se hacen los cuerpos poéticos -como una cesta
llena de cadáveres de niñas. Y es en ese lugar donde la muerte está
sentada,viste un traje muy antiguo y pulsa un arpa en la orilla el río
lúgubre, la muerte en un vestido rojo, la bella, la funesta, la espectral,
la que toda la noche pulsó un arpa hasta que me adormecí dentro del
sueño.
¿Qué hubo en el fondo del río? ¿Qué paisajes se hacían y deshacían
detrás del paisaje en cuyo centro había un cuadro donde estaba pintada
una bella dama que tañe un laúd y canta junto a un río? Detrás, a
pocos pasos, veía el escenario de cenizas donde representé mi naci-miento. El nacer, que es un acto lúgubre, me causaba gracia. El humor
corroía los bordes reales de mi cuerpo de modo que pronto fui una fi-gura fosforescente: el iris de un ojo lila tornasolado; una centelleante
niña de papel plateado a medias ahogada dentro de un vaso de vino
azul. Sin luz ni guía avanzaba por el camino de las metamorfosis. Un
mundo subterráneo de criaturas de formas no acabadas, un lugar de
gestación, un vivero de brazos, de troncos, de caras, y las manos de
los muñecos suspendidas como hojas de los fríos árboles filosos
aleteaban y resonaban movidas por el viento, y los troncos sin cabeza
vestidos de colores tan alegres danzaban rondas infantiles junto a un
ataúd lleno de cabezas de locos que aullaban como lobos, y mi cabeza,
de súbito, parece querer salirse ahorapor mi útero como si los cuerpos
poéticos forcejearan por irrumpir en la realidad, nacer a ella, y hay
alguien en mi garganta, alguien que se estuvo gestando en soledad, y
yo, no acabada, ardiente por nacer, me abro, se me abre, va a venir,
voy a venir. El cuerpo poético, el heredado, el no filtrado por el sol de
la lúgubre mañana, un grito, una llamada, una llamarada, un
llamamiento. Sí. Quiero ver el fondo del río, quiero ver si aquello se
abre, si irrumpe y florece del lado de aquí, y vendrá o no vendrá pero
siento que está forcejeando, y quizás y tal vez sea solamente la
muerte.
La muerte es una palabra.
La palabra es una cosa, la muerte es una cosa, es un cuerpo poético
que alienta en el lugar de mi nacimiento.
Nunca de este modo lograrás circundarlo. Habla, pero sobre el es-cenario de cenizas; habla, pero desde el fondo del río donde está la
muerte cantando. Y la muerte es ella, me lo dijo el sueño, me lo dijo la
canción de la reina. La muerte de cabellos del color del cuervo, vesti-da de rojo, blandiendo en sus manos funestas un laúd y huesos de pá-jaro para golpear en mi tumba, se alejó cantando y contemplada de
atrás parecía una vieja mendiga y los niños le arrojaban piedras.
Cantaba en la mañana de niebla apenas filtrada por el sol, la mañana
delnacimiento, y yo caminaría con una antorcha en la mano por todos
los desiertos de este mundo y aun muerta te seguiría buscando, amor
mío perdido, y el canto de la muerte se desplegó en el término de una
sola mañana, y cantaba, y cantaba.
También cantó enla vieja taberna cercana del puerto. Había un payaso
adolescente y yo le dije que en mis poemas la muerte era mi amante y
mi amante era la muerte y él dijo: tus poemas dicen la justa verdad.
Yo tenía dieciséis años y no tenía otro remedio que buscar el amor ab-soluto. Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción.
Escribo con los ojos cerrados, escribo con los ojos abiertos: que se
desmorone el muro, que se vuelva río el muro.
La muerte azul, la muerte verde, la muerte roja, la muerte lila, en las
visiones del nacimiento.
El traje azul y plata fosforescente de la plañidera en la noche medieval
de toda muerte mía.
La muerte está cantando junto al río.
Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción de la muerte. Me
voy a morir, me dijo, me voy amorir.
Al alba venid, buen amigo, al alba venid.
Nos hemos reconocido, nos hemos desaparecido, amigo el que yo más
quería.
Yo, asistiendo a mi nacimiento. Yo, a mi muerte.
Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aun muerta te
seguiría buscando, a ti, que fuiste el lugar del amor.
Esta noche, dijo, desde el ocaso, me cubrían con una montaña negra
en un lecho de cedro.
Me escanciaban vino azul mezclado con amargura.
El cantar de la huestes de Ígor
Toda la noche escucha el llamamiento de la muerte, toda la noche
escucho el canto de la muerte junto al río, toda la noche escucho la
voz de la muerte que me llama.
Y tantos sueños unidos, tantas posesiones, tantas inmersiones en mis
posesiones de pequeña difunta en un jardín de ruinas y de lilas. Junto
al río la muerte me llama. Desoladamente desgarrada en el corazón
escucho el canto de la más pura alegría.
Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque al oír su
canto dije: es el lugar del amor. Y es verdad que he despertado en el
lugar del amor porque con una sonrisa de duelo yo oí su canto y me
dije: es el lugar del amor (pero tembloroso pero fosforescente).
Y las danzas mecánicas de los muñecos antiguos y las desdichas he-redadas y el agua veloz en círculos, por favor, no sientas miedo de de-cirlo: el agua veloz en círculos fugacísimos mientras en la orilla el
gesto detenido de los brazos detenidos en un llamamiento al abrazo,
en la nostalgia más pura, en el río, en la niebla, en el sol debilísimo
filtrándose a través de la niebla.
Más desde adentro: el objeto sin nombre que nace y se pulveriza en el
lugar en que el silencio pesa como barras de oro y el tiempo es un
viento afilado que atraviesa una grieta y es esa su sola declaración.
Hablo del lugar en que se hacen los cuerpos poéticos -como una cesta
llena de cadáveres de niñas. Y es en ese lugar donde la muerte está
sentada,viste un traje muy antiguo y pulsa un arpa en la orilla el río
lúgubre, la muerte en un vestido rojo, la bella, la funesta, la espectral,
la que toda la noche pulsó un arpa hasta que me adormecí dentro del
sueño.
¿Qué hubo en el fondo del río? ¿Qué paisajes se hacían y deshacían
detrás del paisaje en cuyo centro había un cuadro donde estaba pintada
una bella dama que tañe un laúd y canta junto a un río? Detrás, a
pocos pasos, veía el escenario de cenizas donde representé mi naci-miento. El nacer, que es un acto lúgubre, me causaba gracia. El humor
corroía los bordes reales de mi cuerpo de modo que pronto fui una fi-gura fosforescente: el iris de un ojo lila tornasolado; una centelleante
niña de papel plateado a medias ahogada dentro de un vaso de vino
azul. Sin luz ni guía avanzaba por el camino de las metamorfosis. Un
mundo subterráneo de criaturas de formas no acabadas, un lugar de
gestación, un vivero de brazos, de troncos, de caras, y las manos de
los muñecos suspendidas como hojas de los fríos árboles filosos
aleteaban y resonaban movidas por el viento, y los troncos sin cabeza
vestidos de colores tan alegres danzaban rondas infantiles junto a un
ataúd lleno de cabezas de locos que aullaban como lobos, y mi cabeza,
de súbito, parece querer salirse ahorapor mi útero como si los cuerpos
poéticos forcejearan por irrumpir en la realidad, nacer a ella, y hay
alguien en mi garganta, alguien que se estuvo gestando en soledad, y
yo, no acabada, ardiente por nacer, me abro, se me abre, va a venir,
voy a venir. El cuerpo poético, el heredado, el no filtrado por el sol de
la lúgubre mañana, un grito, una llamada, una llamarada, un
llamamiento. Sí. Quiero ver el fondo del río, quiero ver si aquello se
abre, si irrumpe y florece del lado de aquí, y vendrá o no vendrá pero
siento que está forcejeando, y quizás y tal vez sea solamente la
muerte.
La muerte es una palabra.
La palabra es una cosa, la muerte es una cosa, es un cuerpo poético
que alienta en el lugar de mi nacimiento.
Nunca de este modo lograrás circundarlo. Habla, pero sobre el es-cenario de cenizas; habla, pero desde el fondo del río donde está la
muerte cantando. Y la muerte es ella, me lo dijo el sueño, me lo dijo la
canción de la reina. La muerte de cabellos del color del cuervo, vesti-da de rojo, blandiendo en sus manos funestas un laúd y huesos de pá-jaro para golpear en mi tumba, se alejó cantando y contemplada de
atrás parecía una vieja mendiga y los niños le arrojaban piedras.
Cantaba en la mañana de niebla apenas filtrada por el sol, la mañana
delnacimiento, y yo caminaría con una antorcha en la mano por todos
los desiertos de este mundo y aun muerta te seguiría buscando, amor
mío perdido, y el canto de la muerte se desplegó en el término de una
sola mañana, y cantaba, y cantaba.
También cantó enla vieja taberna cercana del puerto. Había un payaso
adolescente y yo le dije que en mis poemas la muerte era mi amante y
mi amante era la muerte y él dijo: tus poemas dicen la justa verdad.
Yo tenía dieciséis años y no tenía otro remedio que buscar el amor ab-soluto. Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción.
Escribo con los ojos cerrados, escribo con los ojos abiertos: que se
desmorone el muro, que se vuelva río el muro.
La muerte azul, la muerte verde, la muerte roja, la muerte lila, en las
visiones del nacimiento.
El traje azul y plata fosforescente de la plañidera en la noche medieval
de toda muerte mía.
La muerte está cantando junto al río.
Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción de la muerte. Me
voy a morir, me dijo, me voy amorir.
Al alba venid, buen amigo, al alba venid.
Nos hemos reconocido, nos hemos desaparecido, amigo el que yo más
quería.
Yo, asistiendo a mi nacimiento. Yo, a mi muerte.
Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aun muerta te
seguiría buscando, a ti, que fuiste el lugar del amor.
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