La madrugada del día
cuatro.
Sobre la paz la
tortura, desgracia de aquellos sin gracia, necesitando contagiar de opaco su
falta de ubicuidad, su difuminación de contorno, su no poder aprenderse, su ánimo
de vengar inferioridades. El tiempo de la vida se extiende presenciando
espectáculos donde lo íntimo se retuerce apagando los ojos vistos, la pantalla
de los iris devuelven un silencio de quien agazapado se mezquina para no ser
descubierto.
Al amar descubrimos,
al darnos a lo otro, al salir de uno.
El sol se tiende
sobre las paredes frías, la sombras duermen alargándose hasta hacerse tejido
sutil y transparente, las cotorras deshacen las cápsulas que guardan las
semillas de la lagestroemia o escupen dátiles al piso, hay un orden en la copa
de cedro azul maravilloso como en las orquídeas que en sus brazos he sembrado,
en el pasto a su pie creciendo libre también un orden se dispone, natural,
amable, que no discute, mostrándose sin engaños.
Madrugada silenciosa
en la cual recordar el día, no cómo fue, ni siquiera cómo lo vimos, solamente
cazamos imágenes rasguñadas que en un clic dejan incontables piezas de armar rompecabezas, pasando y
repasando a velocidad que les borronea las formas, yuxtaponiendo colores que
salidos del cuerpo disparan rayas deslizadas que la vista mezcla confusa, impresa
licuación…,…cerrar los ojos, detener, ver dentro, en los pedazos, igual que en aquellos
en que nos la pasamos todos, todo el tiempo, fingiendo entereza, composición.
A veces harta la
circunstancia humana, a la vez, el caos es irresistible.
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