No hay crítico comparable al cajón de nuestro escritorio.
Entre otras... ¡la más irreductible disidencia ortográfica! Ellos: Padecen todavía la superstición de las Mayúsculas.
Nosotros: Hace tiempo que escribimos: cultura, arte, ciencia, moral y, sobre todo y ante todo, poesía.
Los cubistas cometieron el error de creer que una manzana era un tema menos literario y frugal que las nalgas de madame Recamier.
¡Sin pie, no hay poesía! —exclaman algunos. Como si necesitásemos de esa confidencia para reconocerlos.
Esos tinteros con un busto de Voltaire, ¿no tendrán un significado profundo? ¿No habrá sido Voltaire una especie de Papa (negro) de la tinta?
En música, al pleonasmo se le denomina: variación.
Seurat compuso los más admirables escaparates de juguetería.
La prosa de Flaubert destila un sudor tan frío que nos obliga a cambiarnos de camiseta, si no podemos recurrir a su correspondencia.
El silencio de los cuadros del Greco es un silencio ascético, maeterlinckiano, que alucina a los personajes del Greco, les desequilibra la boca, les extravía las pupilas, les diafaniza la nariz.
Los bustos romanos serían incapaces de pensar si el tiempo no les hubiera destrozado la nariz.
No hay que admirar a Wagner porque nos aburra alguna vez, sino a pesar de que nos aburra alguna vez.
Europa comienza a interesarse por nosotros. ¡Disfrazados con las plumas o el chiripá que nos atribuye, alcanzaríamos un éxito clamoroso! ¡Lástima que nuestra sinceridad nos obligue a desilusionarla... a presentarnos como somos; aunque sea incapaz de diferenciarnos... aunque estemos seguros de la rechifla!
Aunque la estilográfica tenga reminiscencias de lagrimatorio, ni los cocodrilos tienen derecho a confundir las lágrimas con la tinta.
Renán es un hombre tan bien educado que hasta cuando cree tener razón, pretende demostrarnos que no la tiene.
Las Venus griegas tienen cuarenta y siete pulsaciones. Las Vírgenes españolas, ciento tres.
¡Sepamos consolarnos! Si las mujeres de Rubens pesaran 27 kilos menos, ya no podríamos extasiarnos ante los reflejos nacarados de sus carnes desnudas.
Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor.
El ombligo no es un órgano tan importante como imaginan ustedes... ¡Señores poetas!
¿Estupidez? ¿Ingenuidad? ¿Política?... “Seamos argentinos”, gritan algunos... sin advertir que la nacionalidad es algo tan fatal como la conformación de nuestro esqueleto.
Delatemos un onanismo más: el de izar la bandera cada cinco minutos.
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