Charles Rimbaud
France
II. POESÍAS DE 1869 - 187142
1
EL AGUINALDO DE LOS HUÉRFANOS43
I
El cuarto es una umbría; levemente se oye
el bisbiseo triste y suave de dos niños.
Sus cabezas se inclinan, llenas aún de sueños
bajo al blanco dosel que tiembla, al ser alzado.
En la calle, los pájaros, se apiñan, frioleros:
bajo el gris de los cielos, sus alas se entumecen;
y envuelto en su cortejo de bruma, el Año Nuevo,
arrastrando los pliegues de su manto de nieves,
sonríe entre sollozos, y canta estremecido...
II
Mientras tanto, los niños, bajo el dosel flotante,
hablan bajito como en las noches oscuras.
Escuchan, a lo lejos, algo como un murmullo...
y tiemblan al oír la voz clara y dorada
del timbre matinal que lanza y lanza aún
su estribillo metálico bajo el globo de vidrio...
––Pero el cuarto está helado... podemos ver, tiradas
en el suelo, las prendas de luto, en tomo al lecho:
¡el cierzo, áspero y crudo, gimiendo en el umbral
invade con su aliento mohino la morada!
Sentimos que algo falta, en la casa, en los niños...
¿Ya no existe una madre para estos pequeños,
una madre con risa fresca y mirada airosa?
¿Se ha olvidado, de noche, sola y casi dormida
de encender esa llama que la ceniza esconde,
de echar sobre sus cuerpos el plumón y la lana44,
pidiéndoles perdón, antes de abandonarlos?
¿No ha previsto que el frío hiere la madrugada,
que el cierzo del invierno acecha en el umbral?
––¡La esperanza materna, es la cálida alfombra,
es el nido45 mullido, en el que los chiquillos,
cual pájaros hermosos que acunan el follaje
duermen, acurrucados, sus dulces sueños blancos!...
––Pero éste es como un nido, sin plumas, sin tibieza,
en el que los pequeños tienen frío y no duermen,
miedosos, sólo un nido que el cierzo ha congelado...
III
Ya lo habéis comprendido: es que no tienen madre46
¡Sin madre está el hogar! ––y ¡qué lejos el padre!...
Una vieja criada se está ocupando de ellos;
y en la casona helada, los niños están solos.
Huérfanos de cuatro años... de pronto en su cabeza
se despierta, riendo, un recuerdo que asciende:
algo como un rosario desgranado al rezar47.
––¡Mañana deslumbrante, mañana de aguinaldos!
cada uno, de noche, soñaba con los suyos,
en un extraño sueño, poblado de juguetes
dulces vestidos de oro, joyas resplandecientes,
bailando en torbellinos una danza sonora,
bajo el dosel ocultos, y, luego, desvelados.
Se despertaban pronto y, alegres, se marchaban,
con los labios golosos, frotándose los párpados,
y el pelo alborotado en tomo a la cabeza,
con los ojos brillantes de los días festivos,
rozando con las plantas desnudas la tarima,
a la alcoba paterna: llamaban despacito...
¡entraban!... y en pijama... ¡todo eran parabienes,
besos como en guirnaldas y libre algarabía!
IV
¡Tenían tanto encanto las palabras ya dichas!
––Pero cómo ha cambiado la casa de otros tiempos48:
El fuego chispeaba, claro, en la chimenea,
alumbrando a raudales el viejo cuarto oscuro;
y los rojos reflejos lanzados por las llamas
jugaban en rodales por los muebles lacados...
––¡Cerrado y sin su llave estaba el gran armario!
Muchas veces, miraban la puerta parda y negra...
¡sin llave!... ¿no es extraño?... y soñaban, mirando,
en todos los misterios dormidos en su seno,
creyendo oír, lejano, en el ojo entreabierto,
un ruido hondo y confuso, como alegre susurro...49.
––La alcoba de los padres, hoy está tan vacía:
ningún rojo reflejo brilla bajo la puerta;
ya no hay padres, ni fuego, ni llaves sustraídas;
¡así pues, ya no hay besos ni agradables sorpresas!
Qué triste les va a ser el día de Año Nuevo.
––Y, absortos, mientras cae del azul de sus ojos,
lentamente, en silencio, una lágrima amarga,
murmuran: «¿Cuándo, ¡ay!, volverá nuestra madre?»
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Ahora, los pequeños duermen tan tristemente
que al verlos pensaríais que lloran mientras duermen,
con los ojos hinchados y el soplo jadeante.
¡Los niños pequeñitos son seres tan sensibles!
Pero el ángel que vela junto a las cunas llega
para secar sus ojos, y de esta pesadilla
nace un alegre sueño, un sueño tan alegre
que sus labios cerrados piensan, al sonreír...
––Y sueñan que, apoyados en sus brazos llenitos,
igual que al despertarse, adelantan su cara
mirando en derredor con mirar distraído,
creyéndose dormidos en paraísos rosas.
Canta en la chimenea alegremente el fuego...
un cielo azul y hermoso entra por la ventana;
el mundo se despierta y se embriaga de luces...
y la tierra, desnuda, y alegre, al revivir,
tiembla henchida de gozo con los besos del sol...
y en el caserón viejo todo es tibio y rojizo50:
los vestidos oscuros ya no cubren en el suelo,
el cierzo ya no grita, dormido en el umbral...
¡Diríase que un hada ha invadido las cosas!
––Los niños han gritado, alegres... allí, mira...
unto al lecho materno, en un fulgor rosado,
allí, sobre la alfombra, un objeto destella...
Son unos medallones de plata, blancos, negros,
de nácar y azabache, con luces rutilantes:
son dos marquitos negros con un festón de vidrio,
y en letras de oro brilla un grito: «A NUESTRA MADRE»51
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Diciembre de 1869
41 El texto en prosa continúa de la manera siguiente: «El final es demasiado íntimo y dulce: lo
conservo en el tabernáculo de mi alma.»
42 Este conjunto de poemas está considerado como la parte esencial de la poesía en verso de
Rimbaud; desde los meses de aprendizaje (es difícil hablar de años, cuando se trata de nuestro
poeta) a la madurez poética ––apenas dos años. Un trayecto fulgurante que impresiona aún más
que el salto posterior al poema en prosa. El Poeta tiene cuando los compone dieciséis o diecisiete
años. En este tránsito podemos recorrer toda la poesía francesa del siglo XIX, desde el romanticismo
social ––a lo Victor Hugo–– al simbolismo presurrealista. La notas que acompañan
estos poemas intentan poner de manifiesto este recorrido, a la par que se van haciendo las indicaciones
oportunas, para que se pueda tomar conciencia de los modelos imitados y abandonados
a lo largo de dos años escasos.
43 Este primer poema de Rimbaud muestra hasta qué punto la poesía del inventor de la alquimia
del verbo arranca del romanticismo en su dimensión menos visionaria: la poesía socializante,
como manifestación de amor y de compasión hacia los pobres, los humildes y todos los miseriosos.
Un ambiente que Rimbaud hereda de Victor Hugo, de Lamartine y de Francois Coppée
(1842-1908), autor de Los humilde , y que comparte con algunos miembros de su generación,
algo más viejos que él; Jean Richepin, en particular (1849-1926), autor de La canción de los
pordioseros.
44 Tendencia a emplear los términos concretos, aquí las materias naturales de las que están hechas
las mantas, que Rimbaud sentirá a lo largo de toda su carrera poética.
45 El tema del nido es recurrente en la poesía de Rimbaud. Refugio, ensoñación de la vuelta la
hogar, al pueblo..., como veremos en más de una ocasión.
46 Es aquí donde el tema tratado descubre su claro ascendente hugoniano, más allá del tema general
de lo cotidiano y miserioso: el poema de La Leyenda de los Siglos, «Los pobres»; estamos
frente al mismo cuadro: los niños huérfanos, la madre muerta, el padre lejos, el frío como negación
simbólica del hogar.
47 Comparación que pertenece al mundo religioso; una constante en el imaginario rimbaldiano.
48 Nos hemos permitido conservar los guiones que emplean Rimbaud o las personas que copiaron
sus poemas. A veces son el simple indicativo de un cambio temático en el poema; otras, las
más, están marcando la estructura dialógica ––diálogos de las plurales voces del yo–– que organiza
la mayoría de estos poemas.
49 Tema doméstico recurrente; cfr. el poema El aparador.
50 Iremos observando a lo largo de la lectura de estos poemas cómo el color rojizo (roux, vermeil)
es para el poeta una de las expresiones máximas de lo positivo. Alianza pues, aquí, de dos componentes
básicos de la felicidad sensorial rimbaldiana: la tibieza y el color rojizo de la materia.
51 El poema, romántico en toda su extensión, acaba condensado en este gesto pamasiano: un camafeo,
blanco, negro y dorado, sintetiza con sus destellos todo el poema. Por otro lado, la anotación
final va al encuentro de un nuevo poema de V. Hugo, A una madre: «¡Oh el amor de una
madre, amor que nadie olvida, / pan saludable y fuerte que Dios reparte y multiplica!»