Esbozos de vértigo
"Si se le pudiera enseñar geografía a una paloma mensajera, su vuelo inconsciente, directo hacia el objetivo, sería imposible" (Carl Gustav Carus).
El escritor que cambia de lengua se halla en la situación de esa paloma instruida y desconcertada.
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Es un error querer facilitar la tarea del lector: no lo agradece. Detesta comprender, prefiere embrollarse, atascarse, le gusta ser castigado. De ahí el prestigio de los autores confusos, la perennidad del fárrago.
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Bloy habla de la oculta mediocridad de Pascal. La expresión me parece sacrílega y, en efecto, lo es, aunque no completamente, pues Pascal, excesivo en todo, lo fue también en materia de sensatez.
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Los filósofos escriben para los profesores; los pensadores, para los escritores.
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The Anatomy of Melancholy: el título más bello que se ha encontrado jamás. Qué importa que el libro resulte luego más o menos indigesto.
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Quizás no debiéramos publicar más que el primer borrador de una obra, antes de saber, por tanto, adónde queremos ir a parar.
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Sólo las obras inacabadas, por inacabables, nos incitan a divagar sobre la esencia del arte.
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¿De qué me hubiera servido la fe si comprendo a Meister Eckhart corno si la poseyera?
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Lo que no puede expresarse en términos de mística no merece ser vivido.
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Emparentarse con esa Unidad primordial de la que el Rigveda dice que "respiraba por sí misma sin aliento"
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Conversación con un sub hombre. Tres horas que hubieran podido convertirse en un suplicio si no me hubiera repetido sin cesar que no perdía el tiempo, que al menos tenía la oportunidad de contemplar un espécimen de lo que será la humanidad dentro de algunas generaciones...
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No he conocido a nadie que propendiera a la autodegradación tanto como ella. Y sin embargo se mató para eludirla.
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L. quiere saber si poseo la línea del suicidio, pero yo escondo las manos: preferiría llevar siempre guantes en su presencia a mostrárselas.
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Un libro debe hurgar en las heridas, provocarlas incluso. Un libro debe ser un peligro.
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Dos viejas conversan con gravedad en el mercado. Al separarse, la más deteriorada de ellas concluye: "Para vivir tranquilo hay que procurar quedarse en lo normal de la vida".
Es, con otras palabras, lo que decía Epicteto.
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C. me comenta su estancia en Londres. Durante un mes entero permaneció en la habitación de un hotel, inmóvil frente a la pared. La experiencia le proporcionó una felicidad inusitada que hubiera deseado indefinida. Yo le hablo de un ejercicio análogo, el del misionero budista Bodhidharma, que duró nueve años...
Como envidio su proeza, de la que él no se vanagloria, le digo que aunque fuera la única hazaña de su vida debería enaltecerle ante sí mismo y ayudarle a superar las crisis de postración de las que no sabe cómo salir.
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París despierta. Es todavía de noche en esta mañana de noviembre. En la avenida del Observatorio un pájaro, uno sólo, ensaya algunos trinos. Me detengo y escucho. De pronto, oigo gruñidos en las inmediaciones. Imposible saber de dónde proceden. Por fin diviso a dos mendigos que duermen debajo de una camioneta: uno de ellos debe tener un mal sueño. Roto el encanto, sigo mi camino. En el urinario de la plaza de San Sulpicio tropiezo con una viejecilla medio desnuda... Horrorizado, me precipito dentro de la iglesia donde un cura jorobado, de mirada pérfida, explica a unos cuantos desgraciados de todas las edades que el fin del mundo es inminente y que el castigo será terrible.
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¡Dichosos aquellos que, por haber nacido antes de la Ciencia, tenían el privilegio de morir de su primera enfermedad!
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Haber introducido el suspiro en la economía del intelecto.
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Mis fatigas, mis trastornos, mi profundo y forzado interés por la fisiología me hicieron despreciar muy pronto toda especulación como tal. Y si durante tantos años no he progresado en nada, al menos he aprendido a fondo lo que es un cuerpo.
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Un viejo amigo vagabundo o, si se prefiere, músico ambulante, fue a pasar una temporada a casa de sus padres, en las Ardenas. Un domingo por la mañana, discutió por una tontería con su madre, maestra jubilada, cuando ésta se disponía a ir a misa. Fuera de sí, súbitamente pálida y muda, arroja al suelo sombrero, abrigo, blusa, falda, bragas, medias y, completamente desnuda, ejecutó una danza lasciva ante su marido y su hijo, quienes, pegados a la pared, aterrados y paralizados, fueron incapaces de detenerla con un gesto o una palabra. Acabada la demostración, se desplomó en un sillón y comenzó a sollozar.
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En la pared, un grabado muestra el ahorcamiento de rebeldes gascones; en su mirada se mezclan el sarcasmo, la hilaridad y el éxtasis. Diríase que lo único que temían es que su suplicio acabase...
Espectáculo de felicidad indecible y provocadora del que uno no consigue hartarse.
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La amistad es incompatible con la verdad. De ahí que sólo sea fecundo el diálogo mudo con nuestros enemigos.
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Nuestros allegados deberían procurar morirse cuando no estemos pasando por un periodo de atonía. ¡Qué esfuerzo debemos hacer si no para preocuparnos por su desventura!
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"Y los últimos serán los primeros" Fue el 30 de enero de 1958, durante el curso de Puech sobre el Evangelio según Tomás, en el Colegio de Francia, cuando este estribillo, en mitad de un comentario erudito, me sumió en un estado insólito. Si llegó a oírlo en plena agonía no me conmueve tanto.
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Un poeta español me envía una tarjeta de felicitación en la que aparece una rata, símbolo, me dice, de todo lo que podemos esperar del año. De todos los años, podría haber añadido.
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Todo aquel que es lo suficiente insensato como para embarcarse en una obra no tolera, en el fondo, la menor crítica acerca de lo que hace. Sus propias dudas respecto a sí mismo le consumen demasiado para que pueda hacer frente también a las que inspira a los demás.
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En la antigüedad, se decía que la doctrina de Epicuro tenía la "dulzura de las sirenas".
Perderíamos el tiempo buscando el sistema moderno que pudiera merecer ese elogio.
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Visita de un joven que una conocida me había recomendado, precisándome bien que se trataba de un "genio". Tras contarme con todo detalle un viaje que acababa de realizar por África, me habló de sus preocupaciones, de sus lecturas, de sus proyectos. En todo lo que decía había algo que molestaba, una fiebre vacía que me incomodaba. Imposible saber quién era, ni lo que valía. Al cabo de una hora se levantó, me levanté yo también, me miró fijamente y, concentrado y ausente a la vez avanzó hacia mí lentamente, muy lentamente, como un caracol alucinado. Recuerdo que pensé: "Este genio quiere asesinarme", y que retrocedí un paso con la firme decisión de pegarle un puñetazo en plena cara si continuaba acercándose. De repente se detuvo, hizo un gesto nervioso, como si se contuviera, como si estuviera resistiendo, a la manera de un nuevo doctor Huequilla, a una siniestra metamorfosis; luego se calmó y volvió a sentarse tratando de sonreír. Yo procuré no hacerle ninguna pregunta que pudiera trastornarle y reemprendimos nuestra conversación exactamente donde la habíamos dejado; a medida que él volvía en sí, yo sentía que su estado me embargaba y que era a mí a quien tocaba ahora levantarse. Afortunadamente, tuvo en ese momento la idea de marcharse.
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Son mis defectos de elocución, mis balbuceos, mi manera entrecortada de hablar, mi arte para farfullar, mi voz, mis erres del otro extremo de Europa, lo que me ha impulsado, por reacción, a cuidar un poco lo que escribo y a hacerme más o menos digno de un idioma al que maltrato cada vez que abro la boca.
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Entre las miserias (vejez, enfermedad, etc.) que justifican la búsqueda de la liberación, Buda cita el "nerviosismo" del actor. En materia de miedos habría que empezar y terminar por el del ser vivo en tanto que ser vivo.
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Un octogenario me confiesa bajo secreto que acaba de experimentar, por primera vez en su vida, la tentación de matarse. ¿Por qué tanto misterio? ¿Siente vergüenza por haber tardado tanto tiempo en conocer deseo tan legítimo o, por el contrario, horror ante lo que él debe considerar una monstruosidad?
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Es una lástima que Pascal no creyera oportuno escribir acerca del suicidio, tema, sin embargo apropiado para él. Sin duda habría estado en contra, pero con concesiones reveladoras.
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"Lo que caracteriza a los mediocres es su gusto por lo extraordinario" (Diderot)
... Y nos extrañamos aún de que el Siglo de las Luces no comprendiera a Shakespeare.
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No se escribe porque se tenga algo que decir, sino porque se tienen ganas de decir algo.
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Si existe un instante en el que debiéramos reventar de risa es cuando, bajo el efecto de un malestar nocturno insoportable, nos levantamos sin saber si vamos a redactar nuestra última voluntad o si nos contentaremos con algún miserable aforismo.
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¿Qué es el dolor? Una sensación que no quiere pasar inadvertida, una sensación ambiciosa.
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Existir es un plagio.
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Según la Cábala, desde el momento en que un ser es concebido, lleva en el seno de su madre un signo luminoso que se extingue al nacer...
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No quisiera vivir en un mundo vacío de todo sentimiento religioso. Y no pienso en la fe, sino en esa vibración interior, independiente de cualquier creencia, que nos proyecta hacia Dios y a veces más arriba.
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"Nadie ha podido jamás liberarse del Tiempo".
Eso yo ya lo sabía. Pero cuando es en el Mahabharata donde se lee, se sabe para siempre.
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Si el relato de la Caída resulta tan impresionante es porque su autor no nos describe entidades ni símbolos: ve a un Dios paseándose de verdad por un jardín, un Dios rural, como tan justamente lo ha calificado un exégeta.
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"Siempre que pienso en la crucifixión de Cristo cometo el pecado de envidia".
Si admiro tanto a Simone Weil es por esas aserciones suyas en las cuales rivaliza en soberbia con los grandes santos.
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Pretender que el hombre no puede vivir sin dioses es un error. Primero, porque crea simulacros de ellos. Segundo, porque lo soporta todo y a todo se habitúa: no es lo bastante noble para perecer de decepción.
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En aquel sueño adulaba a alguien a quien desprecio. Cuando desperté, sentí más asco de mí mismo que si realmente hubiera cometido semejante bajeza.
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Únicamente tengo la impresión de ser eficaz, de hacer algo positivo, cuando me tumbo para interrogarme indefinidamente y sin objeto.
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La esterilidad nos vuelve lúcidos y despiadados. En cuanto dejamos de producir, lo que hacen los demás nos parece carente de inspiración y de sustancia. Apreciación sin duda cierta; pero que deberíamos haber emitido cuando producíamos, cuando hacíamos precisamente como los demás.
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La verdadera elegancia moral reside en el arte de disfrazar las victorias propias en derrotas.
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Esas pesadillas machaconas, que no se acaban nunca, que se prolongan en vano a la espera de catástrofes nuevas. ¡Despertarse bruscamente por falta de interés!
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La muerte es un estado de perfección, el único al alcance del mortal.
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En la época en la que fumaba sin parar, el primer cigarrillo, después de una noche en blanco, tenía un sabor fúnebre que me consolaba de todo.
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En un tren de cercanías una niña de unos cinco años lee un libro ilustrado. Encuentra la palabra "paso" y le pregunta a su madre el significado, la cual le responde: "Paso es el tren que pasa, es un hombre que pasa por la calle, es el viento que pasa..." La chiquilla, que da la impresión de ser espabilada, no parece satisfecha de la respuesta. Seguramente los ejemplos le resultan demasiado concretos.
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Aquel día hablábamos de teología durante la comida. La criada, una campesina analfabeta, escuchaba de pie. "Yo sólo creo en Dios cuando me duelen las muelas", dijo. Después de toda una vida su intervención es la única que recuerdo.
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Leo en un semanario inglés una diatriba contra Marco Aurelio en la que se le acusa de hipocresía, filisteísmo y afectación. Furioso, me dispongo a responder, pero pensando en el emperador me contengo inmediatamente. No es justo indignarse en nombre de quien nos ha enseñado a no indignarnos jamás.
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Todas las concesiones que se hacen van acompañadas de un empobrecimiento interior del que no se es consciente en el momento.
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A un amigo que dice aburrirse porque no puede trabajar, le replico que el aburrimiento es un estado superior y que relacionarlo con la idea de trabajo es rebajarlo.
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Existir es un fenómeno colosal que no tiene ningún sentido. Así definiría el aturdimiento en el que vivo día tras día.
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Me da usted a entender que no valgo nada cuando afirmo, que sólo me destaco cuando dudo.
Pero yo no dudo, yo soy un idólatra de la duda; alguien que duda en estado de ebullición, en trance; soy un fanático sin credo, un héroe de la fluctuación.
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Las indagaciones de Edipo, su búsqueda sin miramientos, y hasta sin escrúpulos, de la verdad, la obstinación que muestra en su propia ruina, recuerdan el camino y el mecanismo del Conocimiento, actividad particularmente incompatible con el instinto de conservación.
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Estar persuadido de algo es una hazaña inaudita, casi milagrosa.
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Lo que se le puede reprochar al Nietzsche del final es el exceso jadeante de su escritura, la ausencia de tiempos muertos.
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Sólo nos atraen, sólo son contagiosas las palabras surgidas de la iluminación o del frenesí, dos estados en los que se es irreconocible.
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Quienes sostienen que Cristo no fue un sabio se basan en las palabras que pronunció durante la Cena: "Haced esto en mi memoria"; pues el sabio no habla nunca en su propio nombre: el sabio es impersonal.
Admitámoslo. Pero es que Cristo nunca pretendió serlo. El se creía dios y eso exigía un lenguaje menos modesto, un lenguaje personal precisamente.
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Padecemos, luchamos, nos sacrificamos, aparentemente por nosotros mismos, pero en realidad por cualquiera, por un enemigo futuro, por un enemigo desconocido. Y eso es más cierto aún de los pueblos que de los individuos. Heráclito se equivocó: no es el rayo, sino la ironía lo que rige el universo. Ella es la ley del mundo.
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Incluso cuando nada sucede, todo me parece de más. ¿Qué decir entonces ante un acontecimiento, ante cualquier acontecimiento?
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Es una locura creer que caminamos sobre tierra firme. Nos convencemos de lo contrario en cuanto la historia se pone de manifiesto. Creíamos que nuestros pasos se adherían al suelo y bruscamente descubrimos que no existe nada que se parezca a un suelo ni tampoco nada que se parezca a unos pasos.
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En el SOHO, todos los animales se comportan decentemente salvo los monos. Se nota que el hombre no anda muy lejos.
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Del Diario de Dangeau: "La duquesa de Harcourt solicita y obtiene la herencia de un tal Foucault que se ha dado muerte". "Hoy el rey ha otorgado a la delfina los derechos de sucesión de un hombre que se ha suicidado. Ella espera obtener mucho dinero". A recordar cuando nos tiente la idea de declarar inocentes a aquellos empelucados y nos extrañemos de que la guillotina haya podido existir.
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Imposible acceder a la verdad a través de opiniones, pues toda opinión no es más que un punto de vista loco sobre la realidad.
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Según una leyenda hindú, Shiva comenzará a danzar en un momento dado; lentamente al principio, cada vez más rápido después, y no se detendrá hasta haber impuesto al mundo una cadencia desenfrenada, completamente opuesta a la de la Creación.
Esta leyenda no necesita comentario alguno: la historia se ha encargado de ilustrar su pertinencia.
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Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates intentaba aprender un aire de flauta. "¿Para qué quieres aprenderlo?", le preguntaron. "Para saberlo antes de morir".
Si me atrevo a recordar esta respuesta, trivializada en los manuales, es porque me parece la única justificación seria de la voluntad de conocimiento, tanto si se practica en el umbral de la muerte como en cualquier otro momento.
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Según Orígenes, sólo las almas predispuestas al mal, "por tener las alas quebradas" habitan un cuerpo.
En otras palabras: sin un apetito maligno ninguna encarnación, ninguna historia es posible. Evidencia terrible que se hace tolerable en cuanto la rodeamos de terminología teológica.
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Se dice que el Mesías no surgirá más que en un mundo "totalmente justo" o "totalmente culpable". Puesto que la segunda eventualidad es la única que merece ser considerada, por estar casi a la vista y armonizar perfectamente con lo que sabemos del futuro, es muy probable que el Mesías acabe manifestándose, respondiendo así, más que a una larga espera, a una viejísima aprensión.
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He observado con frecuencia que resulta más fácil volver a dormirse tras un sueño en el que se es asesinado que tras uno en el que se es asesino.
Un buen tanto para el asesino.
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En la iglesia de San Severino un coro italiano canta las Lamentaciones de Jeremías de Cavalieri. En el momento de más intensa emoción me digo que aprovecharé la primera oportunidad que tenga para ajustarle las cuentas a... Siempre en los instantes más "etéreos" me asalta el deseo de vengarme inmediatamente de un agravio antiguo, ocurrido hace diez, veinte, treinta años.
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No existe nadie cuya muerte, en un momento u otro, no haya deseado.
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Buen psicólogo pese a su chochez, D. se regocijaba de sus intuiciones. Cada vez que nos veíamos me decía que mis accesos de rabia le recordaban los del rey Lear y se ponía a declamar la famosa amenaza: "Un día haré algo... no sé aún qué, pero voy a horrorizar a todos los habitantes de la Tierra".
El vejete se reía luego como un niño.
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Según un texto hasídico, quien no encuentra la verdadera vía, o se aparta de ella de forma deliberada, acaba viviendo únicamente por "orgullo diabólico".
¡Cómo no darse por aludido!
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Eternidad. Me pregunto cómo he podido articular tantas veces esta palabra sin perder la razón.
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"Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios".
Grandes y pequeños, rasgo involuntario de humor. Hasta en el Apocalipsis son importantes las fruslerías; más aún, en ellas reside su atractivo.
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¡Qué deshonor, la muerte! Convertirse de repente en objeto...
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Detestar a alguien es desear que sea cualquier cosa salvo lo que es. T. me escribe diciéndome que soy el hombre que más ama en el mundo..., pero me suplica que abandone mis obsesiones, que cambie de rumbo, que sea otro, que rompa con el que soy. Es decir, rechaza mi ser.
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Desapego, serenidad palabras vagas, casi vacías, excepto en esos instantes en los que habríamos respondido con una sonrisa al anuncio de que sólo nos quedan algunos minutos de vida.
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De todo lo que supuestamente pertenece a lo "psíquico", nada es tan fisiológico como el tedio, activo en los tejidos, en la sangre, en los huesos, o en cualquier otro órgano tomado por separado. Si lo dejáramos actuar nos destruiría hasta las uñas.
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Por precaución terapéutica, vomitó en sus libros todo lo impuro que había en él, los residuos de su pensamiento, las heces de su espíritu.
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Ofrenda musical, Arte de la fuga, Variaciones Goldberg: en música, como en filosofía, y en todo, me gusta lo que hace daño por su insistencia, por su recurrencia, por ese interminable retorno que alcanza las zonas más profundas del ser y provoca una delectación casi insoportable.
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Qué lástima que la "nada" haya sido desvalorizada por el abuso de filósofos indignos de ella.
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Cuando nos hemos arrogado el monopolio de la decepción, mucho debemos violentarnos para reconocer el derecho de otros a sentirse decepcionados.
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Nada, ni siquiera la imagen de un cadáver, contribuye a hacernos modestos.
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Todo acto de valentía es obra de desequilibrados. Los animales, normales por definición, son siempre cobardes, salvo cuando saben que son más fuertes, lo cual es la cobardía misma.
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Si las cosas marchasen cada vez mejor, los ancianos, furiosos por no poder aprovecharse de ello, morirían de despecho. Afortunadamente, el rumbo tomado por la historia desde sus comienzos les tranquiliza, permitiéndoles dejar este mundo sin el menor rastro de envidia.
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Quienes usan el lenguaje de la utopía me resultan más extraños que un reptil prehistórico.
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No podemos estar contentos de nosotros mismos más que cuando recordamos esos instantes en los que hemos percibido lo que un adagio japonés llama el ¡ah! de las cosas.
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La ilusión engendra y sostiene el mundo: no se la destruye sin destruirlo. Eso es lo que yo hago cada día. Ejercicio aparentemente inútil, puesto que debo volver a empezar al día siguiente.
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El tiempo está carcomido por dentro, exactamente igual que el organismo y que todo lo contaminado por la vida. Decir tiempo es decir lesión ¡y qué lesión!
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Comprendí que había envejecido cuando advertí que la palabra Destrucción perdía poder en mí, que ya no me provocaba aquel escalofrío de triunfo y de plenitud parecido a la oración, a una oración agresiva...
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Aquel día, tras una serie de reflexiones más bien lúgubres, se apoderó de mí ese amor morboso por la vida que castiga o recompensa únicamente a quienes están condenados a la negación.
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