En el fondo de la calle, un edificio público aspira el mal
olor de la ciudad.
Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se
acuestan para fornicar en la vereda.
Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene
la visión convexa de la gente que pasa en automóvil.
Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se
exhiben en los escaparates, adelgazan las piernas que
cuelgan bajo las capotas de las victorias.
Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba de
tragarse una mujer.
Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que es
un colegio sobre ruedas. Un perro fracasado, con ojos de
prostituta que nos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar.
De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe
de batuta todos los estremecimientos de la ciudad, para que
se oiga en un solo susurro, el susurro de todos los senos al
rozarse.
Oliverio Girondo
Buenos Aires, agosto, 1920.
ricardo marcenaro foto
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