martes, 7 de julio de 2009

Cazador de Gatas Peludas (Mi Primer Trabajo:) - por Ricardo Marcenaro










A la edad de nueve años, hambriento de salir, tuve mi primer trabajo.

Vivía en la esquina, Don Luís, un personaje enraizado a mi más tierna infancia.

En su vereda como en casi toda la cuadra una línea de olmos enfilada (Ulmus campestris, de niño lo aprendí de papá y no se me fue nunca).

En una época del año los árboles se llenaban de gatas peludas, como en Buenos Aires se dice a una oruga de color verde muy vivo casi fluorescente, de pelos fuertes y carnosos en rama como si fuesen amenazantes árboles en bosque con una rara apariencia marina que prometía veneno.

Actualmente eso ya no pasa, la ciudad creció demasiado, se alargó la frontera con el campo, esas mariposas quedaron lejos de mi barrio de Olivos.

Las gatas peludas masticaban vorazmente las hojas de los olmos, recuerdo sus deposiciones como si fuera hoy, tenían una forma igual a esas granadas de fragmentación de la segunda guerra mundial pero sin el pico del que se desprende el seguro, perfectamente ovales con un diagrama de fragmentación muy similar a esa vil arma de matanza, las veredas se vestían de ellas como campo minado y eso parece que molestaba a las señoras.

Pero lo peor es que cayera alguna del árbol y uno tuviera la mala suerte de estar en el camino de su caída, ¡por Dios que ardía!, un verdadero infierno, Dios le puso esa defensa ponzoñosa a un bicho tan blando, para que un pico de ave no fuese a llegarle, ese mar ardiente de pelos verde anuncio la protegían.

Seguramente fue mi vecino que me dijo si no quería ganarme unos pesos (1).

Nuestros padres nos daban todos los viernes un dinero a mis dos hermanos y a mí, los tres teníamos una libreta, ahí se nos descontaba algo para la señora que ayudaba en la casa, debíamos anotar nuestros gastos, golosinas seguramente a esa edad, ya no recuerdo. Cada uno se quedaba con lo que ahorraba para acumular con algún fin a futuro.

Por otro lado estábamos comprometidos a lavar los platos cuando no había señora que ayude, entonces nos repartíamos, un día uno levantaba la mesa, el otro lavaba y el tercero secaba y guardaba, cada día cambiaba el turno para no repetirnos y distribuir pareja la carga.

Más allá de eso a mí me interesaba ganarme mi dinero, así que el peso por mi propia cuenta me debe haber llenado de luz los ojos, hacerlo fuera de casa, como lo hacía nuestro padre.

En ese tiempo no se hablaba del trabajo infantil y era parte de nuestra formación aprender a buscarnos el peso, o por lo menos eso creo, pues mi padre nos prohibía hablar de dinero, estaba muy mal visto por él hacerlo, mi madre era muy diferente en eso, mi padre y mi madre venían de dos mundos totalmente diferentes. Quizás lo de las libretas fue su forma de concilio.

Profundizando en mis recuerdos, Don Luís, Don Paz el verdulero que tenía quinta de verdura con caballo y carro para el reparto a domicilio incluido, eran personas con las que pasaba un buen rato del día hablando, me contaban historias de otros mundos y me daban ideas de cómo hacer dinero, era gente de pueblo, yo era muy curioso, amaba como amo aún aprender, los bombardeaba a preguntas y debería tener buenas ocurrencias, pues me querían, siempre me recibían, adoraban que era despierto y travieso, se reían mucho conmigo.

La cosa es que mi primer trabajo en el que gané dinero fuera de mi casa fue cazar estas gatas peludas que parecían Caterpillars del infierno, limpiar los árboles de ellas, evitar que en su voraz avance, descoparan los árboles atacados.

Mi equipo era una lata de duraznos (2), un gancho de metal que seguramente hicimos con mi padre y una escalera para subirme a los árboles.

Yo amaba treparme a ellos, a veces me parece que soñaba ser pájaro, muchos años soñé que volaba, como un pájaro pero siendo yo, claramente vi mis vuelos, me despertaba totalmente convencido de haber volado, iba al jardín antes de desayunarme, aleteaba con mis brazos a la carrera pensando de verdad que podía volverlo a hacer, que ya lo había hecho y que no podía ser que despierto me hubiese olvidado…

Fue un trabajo perfecto, amaba los árboles, adoraba estar a gran altura, para mi ellos y los techos lo eran, me emocionaba el riesgo de ser quemado por los rayos verdes de esos gusanos inmensos de casi diez centímetros de largo que se prendían con todas sus fuerzas de las ramillas con sus múltiples pies mientras le aplicaba mi gancho que los barría de su apoyo para que cayeran dentro de la lata, al querer ser sacado de ellas su tenacidad era increíble, no era un trabajo fácil.

Me llenaba el sentirme útil y correspondido, ayudaba a mis vecinos y ellos a mí.

En mis nueve años yo era un héroe, el que no le tenía miedo a esas infecciones que lo atacaban todo de golpe, había que cuidarse las espaldas, los brazos, ver bien dónde se ponían las manos, era la guerra de fantasía que juegan los niños pero con enemigos reales a los que nadie más que yo se animaba.

Volvía a casa loco de contento con mi dinero que mostraba a mis padres con orgullo a la vez que iba a mi escritorio a sacar del cajón mi libreta para anotar el depósito que acrecentaba las arcas de mi bolsillo.

Para mejor daba espectáculo, cosa que me encantaba, debería parecer un monito, me desplazaba de rama en rama colgándome, adoraba mecerme al aire, tenía una seguridad salvaje que aún tengo pero ya no más para esos trapecios de la naturaleza donde hoy se cuelgan mis ojos recordando esa habilidad que hoy practico con gracia totalmente diferente.

Eran las primeras sensaciones de libertad de niño signado por este sentimiento profundo que me llenaba de aire para construirme hombre que malamente podría soportar ahogo o cárcel alguna de cuerpo o mente.

No sé cómo lo veía entonces, ahora así lo veo.




(1) Pesos: Tipo de moneda de curso legal en la Argentina

(2) Duraznos: Melocotones