sábado, 12 de octubre de 2013

Music: Simon et les modanais - Etoile des neiges - Breve comentario de RM - Lyriks











Simon et les modanais - Etoile des neiges


Dans un coin perdu des montagnes
Un tout petit Savoyard
Chantait son amour
Dans le charme du soir
Près de sa bergère
Au doux regard

Etoile des neiges
Mon coeur amoureux
S'est pris au piège
De tes grands yeux
Je te donne en gage
Cette croix d'argent
Et de t'aimer toute ma vie j'en fais serment

Hélas, soupirait la bergère,
Que répondront nos parents ?
Comment ferons-nous ? Nous n'avons pas d'argent
Pour nous marier dès le printemps

Etoile des neiges
Sèche tes beaux yeux
Le ciel protège
Les amoureux
Je pars en voyage
Pour qu'à mon retour
A tout jamais, plus rien n'empêche notre amour

Et quand les beaux jours refleurirent
Il s'en revint au hameau
Et sa fiancée l'attendait tout là-haut
Parmi les clochettes des troupeaux

Etoile des neiges
Des garçons d'honneurs
Vont en cortège
Portant des fleurs
Et par un mariage
Finit notre histoire
De la bergère et de son petit Savoyard




Es una canción que me hace sonreír, bastante mala por cierto, pero pinta una época, en la puesta, una concepción del momento, lo cual es interesante.
Ella debe odiar ese vestuario, seguirá cantando "Etoile des neiges" hasta los 100 años disfrazada de lo mismo.
El coro, con el patap patap, genial!
rm



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Cuento: Felisberto Hernández - El Vestido Blanco - Links a mas Cuento







El vestido blanco


I
Yo estaba del lado de afuera del balcón. Del lado de adentro, estaban abiertas las dos hojas de la ventana y coincidían muy enfrente una de otra. Marisa estaba parada con la espalda casi tocando una de las hojas. Pero quedó poco en esta posición porque la llamaron de adentro. Al poco Marisa salía, no sentí el vacío de ella en la ventana. Al contrario. Sentí como que las hojas se habían estado mirando frente a frente y que ella había estado de más. Ella había interrumpido ese espacio simétrico llena de una cosa fija que resultaba de mirarse las dos hojas.

II
Al poco tiempo yo ya había descubierto lo más primordial y casi lo único en el sentido de las dos hojas: las posiciones, el placer de las posiciones determinadas y el dolor de violarlas. Las posiciones de placer eran solamente dos: cuando las hojas estaban enfrentadas simétricamente y se miraban fijo, y cuando estaban totalmente cerradas y estaban juntas. Si algunas veces Marisa echaba las hojas para atrás y pasaban el límite de enfrentarse, yo no podía dejar de tener los músculos en tensión. En ese momento creía contribuir con mi fuerza a que se cerraran lo suficiente hasta quedar en una de las posiciones de placer: una frente a la otra. De lo contrario me parecía que con el tiempo se les sumaría un odio silencioso y fijo del cual nuestra conciencia no sospechaba el resultado.

III
Los momentos más terribles y violadores de una de las posiciones de placer, ocurrían algunas noches al despedirnos.
Ella amagaba a cerrar las ventanas y nunca terminaba de cerrarlas. Ignoraba esa violenta necesidad física que tenían las ventanas de estar juntas ya, pronto, cuanto antes.
En el espacio oscuro que aún quedaba entre las hojas, calzaba justo la cabeza de Marisa. En la cara había una cosa inconsciente e ingenua que sonreía en la demora de despedirse. Y eso no sabía nada de esa otra cosa dura y amenazantemente imprecisa que había en la demora de cerrarse. 




IV
Una noche estaba contentísimo porque entré a visitar a Marisa. Ella me invitó a ir al balcón. Pero tuvimos que pasar por el espacio entre esos lacayos de ventanas. Y no sabía qué pensar de esa insistente etiqueta escuálida. Parecía que pensarían algo antes de nosotros pasar y algo después de pasar. Pasamos. Al rato de estar conversando y que se me había distraído el asunto de las ventanas, sentí que me tocaban en la espalda muy despacito y como si me quisieran hipnotizar. Y al darme vuelta me encontré con las ventanas en la cara. Sentí que nos habían sepultado entre el balcón y ellas. Pensé en saltar el bacón y sacar a Marisa de allí.

V
Una mañana estaba contentísimo porque nos habíamos casado. Pero cuando Marisa fue a abrir un roperito de dos hojas sentí el mismo problema de las ventanas, de la abertura que sobraba. Una noche Marisa estaba fuera de la casa. Fui a sacar algo del roperito y en el momento de abrirlo me sentí horriblemente actor en el asunto de las hojas. Pero lo abrí. Sin querer me quedé quieto un rato. La cabeza también se me quedó quieta igual que las cosas que habían en el ropero, y que un vestido blanco de Marisa que parecía Marisa sin cabeza, ni brazos, ni piernas.

Felisberto Hernández




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