martes, 29 de septiembre de 2009

Literatura: Hermann Hesse. Narciso y Golmundo - Fragmento


Con apasionado fervor inició Narciso el contacto con esta alma joven cuya índole y destino había ya descubierto. Y Goldmundo, por su parte, profesaba encendida admiración a su hermoso e inteligentísimo maestro. Pero Goldmundo era tímido; no se le ocurría otro procedimiento para ganarse a Narciso que el de esforzarse hasta el agotamiento en ser un discípulo atento y estudioso. Y no era sólo la timidez lo que le detenía. Deteníale también cierto sentimiento de que Narciso era para él un peligro. No podía tener a un tiempo por ideal y por modelo al bueno y humilde abad y al agudo, erudito y precoz Narciso. Y, sin embargo, perseguía con todas las espirituales energías de su mocedad los dos ideales incompatibles. Esto le hacía sufrir a menudo. A las veces, en los primeros meses de su permanencia en la escuela, sentía en el corazón tal confusión y desgarramiento que le venía con fuerza la tentación de huir de allí o de desahogar en el trato con sus camaradas su angustia y su interna cólera. Con frecuencia, cualquier pequeña broma o impertinencia de estudiantes encendía súbitamente en él, de ordinario bondadoso, tan violenta furia y enojo, que sólo haciendo apelación a todas sus fuerzas podía dominarse y alejarse de allí con los ojos cerrados, pálido como un cadáver y en silencio. Iba entonces a la cuadra, junto al caballo Careto, apoyaba la cabeza en su cuello, lo besaba y se ponía a llorar. Y su dolencia fue agravándose y llegó a hacerse manifiesta. Se le enflaquecieron las mejillas, tenia a menudo la mirada apagada e hízose rara aquella risa suya qre todos amaban.

Ni él mismo sabía lo que le pasaba. Era su más sincero deseo y voluntad ser un buen alumno, iniciar prontamente el noviciado y convertirse luego en un piadoso y tranquilo hermano de los padres; creía que todas sus energías y facultades se orientaban hacia ese pío y dulce propósito y nada sabía de otros afanes. Por eso le resultaba extraño y triste advertir cuan difícil era de alcanzar tan simple y hermoso objetivo. Desalentábale y sorprendíale descubrir a veces en sí inclinaciones y estados de ánimo censurables: distracción y repelencia en el estudio, sueños y fantasías, o bien somnolencia en las lecciones, rebeldía y antipatía hacia el profesor de latín, irritabilidad y colérica impaciencia para con sus condiscípulos. Y lo más desconcertante era que su amor hacia Narciso no se compadecía bien con el que profesaba al abad Daniel. Al mismo tiempo, creía, en ocasiones, descubrir por íntima convicción que también Narciso le amaba, que se interesaba por él y que le esperaba.

Los pensamientos de Narciso se ocupaban de él mucho más de lo que el mozuelo presumía. Anhelaba trabar amistad con aquel joven hermoso, despejado, placiente; adivinaba en él su polo opuesto y su complemento, quisiera atraérselo, dirigirlo, instruirlo, elevarlo y conducirlo a plena floración. Pero se retraía. Y ello por varios motivos, casi todos conscientes. Impedíaselo, singularmente, la repugnancia que le inspiraban los maestros y monjes, no escasos en número, que se enamoraban de Discípulos y novicios. Con harta frecuencia había él mismo sentido sobre sí la mirada codiciosa de hombres de edad y con harta frecuencia también había respondido a sus amabilidades y zalamerías con un mudo rechazamiento. Ahora los comprendía mejor. Veía cuan seductor sería amar al hermoso Goldmundo, provocar su risa encantadora, acariciar con tierna mano su cabello rubio. Pero jamás lo haría, nunca jamás. De otra parte, como ayudante de clase que tenía la condición de maestro, aunque sin su dignidad ni autoridad, habíase acostumbrado a guardar una especial cautela y circunspección. Habíase habituado a tratar a quienes eran casi de su misma edad como si les llevara veinte años, y también a evitar severamente toda preferencia hacia alguno de ellos y a mostrar la máxima justicia y solicitud con los escolares que le resultaban antipáticos. Su servicio era un servicio que prestaba al espíritu; a él había consagrado su austera vida, y únicamente en secreto, en momentos de flaqueza, se permitía recrearse en el orgullo y en su superior saber e inteligencia. No; por seductora que fuese la amistad con Goldmundo, constituía un peligro y no debía permitir que rozara la médula de su vida. La médula y el sentido de su vida era el servicio al espíritu, el servicio a la palabra; era la tranquila, excelsa, altruista tarea de dirigir a sus discípulos —y no sólo a ellos— hacia altos objetivos espirituales.


Nota: Narciso y Golmundo es uno de los libros más maravillosos que he leído. Les recomiendo su lectura, habla de los sentimientos más elevados del ser humano con una brillante prosa.


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