domingo, 10 de enero de 2010

Poesía: Hsu Ling - Prefacio a "Los Nuevos Cantos Desde Una Terraza De Jade"




Thanks to Sylvie Blum photographer



Hsu Ling (507-583 d. J.)
Nombre de corte Hsiao-Mu, de Shantung. Su padre fue tutor de Hsiao Kang, y él llevó a Hsu Ling a la corte del príncipe. Disfrutó del mecenazgo del emperador, y se cree que éste le encomendó la compilación de los poemas de los Nuevos cantos.


Prefacio de Hsu Ling a:

Los nuevos cantos desde una terraza de jade

Ahora,
conquistadores de nubes y altos como el Sol,
hay palacios que Yu Yi jamás imaginó.
Sus mil portales, sus mil puertas
fueron alguna vez cantadas por Chang Heng.
En la terraza de discos de jade del rey Mu de Chou,
en la Casa de Oro del emperador Wu de Han,
hay árboles de jade con ramas de coral,
postigos de perla con marcos de carey,
y adentro viven bellas mujeres.


Estas bellezas
Son aristócratas de Wu-Ling,
elegidas para el harén imperial
entre las mejores familias de los Cuatro Clanes,
celebridades del serrallo.


También hay bellezas de Ying-Ch'uan y de Hsinshih,
beldades de Hochien y Kuanchin,
que desde mucho tiempo atrás han sido llamadas “graciosamente bellas”
y apodadas “sonrisas encantadoras”.


Hay damas semejantes del palacio del rey Ling de Ch'u,
cuyo talle grácil nadie, ha dejado de admirar;
o muchachas igualmente bellas del reino de Wei,
cuyas manos delicadas a todos maravillan.
Nuestras beldades conocen muy bien el Libro de los cantos,
son instruidas en los Ritos,
¡muy diferentes de la vecina del este, que arregla su propia boda!
y son agradables, refinadas,
iguales a Hsi Shih después de haber sido instruida.
Una beldad tenía un hermano que tocaba flautas,
y por eso ella estudió canto desde la infancia;
otra creció en Yang-O,
y desde el principio fue experta en la danza.
La nueva canción para laúd de otra
no esperó al poeta Shih Ch'ung.


La composición para laúd de otra dama
no dependió de Ts'ao Chich.
Una dama heredó su aptitud para la guitarra del clan Yang,
otra aprendió a tocar la flauta de la hija de Ch'in.


Parece que
cuando una favorita se hizo asidua en el Palacio de la Dicha Eterna,
la emperatriz Ch'en lo supo y se perturbó.
Y cuando una pintura mostró a una diosa,
en el Yen-Chih observaron con distante envidia.


La joven del este con sus sonrisas encantadoras
fue a servir el lecho real durante el cambio de Vestiduras.
Hsi-Tzu, frunciendo el entrecejo,
tuvo un lecho lujosamente cortinado.
Otra dama acompañó al emperador al Palacio Saso,
donde movió su talle al son de la Música del Remolino.
Eternamente feliz en el Palacio del Pato Mandarín,
una dama crea nueva música para los ritmos.


Una beldad peina su cabello en manojillos de rizos,
ve el reflejo de sus mechones laterales,
inserta hebillas de oro en la nuca,
fija una peineta enjoyada de través.
El negro Kohl de una ciudad del sur
acentúa sus cejas gemelas,
el rouge yen de un lugar del norte
da bello matiz a ambas mejillas.


También hay un divino joven en una cumbre montañosa
que compartió su droga con el emperador Wei
y uno con un fénix precioso en la cintura
que ofrece su calendario a Hsuanyan.
Las estrellas de oro rivalizan con el brillo de la estrella Wunu;
las lunas de almizcle compiten con la dulce luz de Ch'ang O.
De las seductoras mangas de un fénix resaltado
manó incienso del secretario Han.


Las largas faldas de la cola de la golondrina en vuelo
estaban destinadas a quedar atrapadas en el cinturón del príncipe de Ch'en
Aunque nunca se les hizo un retrato,
nuestras beldades nada envidian a esa dama cuyo retrato
pende en el Palacio de la Dulce Primavera.


Así, aunque estén muy lejos de ser diosas,
en nada se diferencian de aquélla que jugaba en la Terraza del Sol
Verdaderamente pueden ser llamadas
beldades que arruinan reinos y ciudades,
incomparables y únicas.


Además,
divino es su brillo,
exquisita su mente.
Aprecian soberbiamente la literatura,
son expertas en la destreza de la poesía.
Su tintero de colores
está junto a ellas todo el día.
Su caja de plumas
jamás está lejos de sus manos.
Las bellas piezas literarias que atestan sus gabinetes
no sólo hablan de los capullos de peonía.
Sus nuevas composiciones, versos tras versos,
son un gran avance sobre La oda a la vida.
Ya he descripto la belleza de nuestras damas,
y también he descripto su naturaleza dotada.


Y así,
a través de las espirales laberínticas de los palacios,
en las misteriosas alturas de los salones,
las llaves de la Grulla Escarlata imponen intimidad al alba,
los llamadores de bronce quedan en silencio al mediodía.


Antes de la hora de las Tres Estrellas
no se convoca a las damas para que traigan su edredón.
Hasta cinco días parece demasiado tiempo...
¿para quién peinarán su cabellera desprolija?
Lánguidas y ociosas, con pocas distracciones,
en plácida calma con muchas horas de ocio,
aborrecen la tardía campana del Palacio de la Dicha Eterna,
y están cansadas de la lenta flecha del tiempo del Salón Central


La dama de palacio no se deleita en el ocio;
dedica su tiempo a los últimos versos.
Pues la poesía puede
ser un substituto de la flor del olvido
y curar la enfermedad del tedio.


Sin embargo,
las obras famosas de otras épocas
y las composiciones artísticas de hoy,
depositadas en la Galería del Unicornio,
dispersas en la ciudad Hung,
no llegarán a nuestras beldades
si yo no las reúno.


Por lo tanto,
he escrito, consumiendo en mi lámpara
el aceite de medianoche,
blandiendo mi pluma hasta el alba.
He elegido cantos de amor,
diez libros en total.
No podrían compararse con las Odas ni los Himnos,
Pero responden a los altos niveles de los poetas de los Aires.


Después
estos libros fueron puestos en cajas de oro
y atados con hilos lujosos.


Mi libro será guardado en una caja de jade,
justo con Vasto Brillo: El arte de la inmortalidad,
y siempre estará debajo de una almohada bermellón.


Mi libro siempre se abrirá entre manos esbeltas,
después que nuestras damas terminen con sus cantos.
y hayan concluido la aplicación de sus cosméticos.


¡Adorables damas de Ch’i!
Siempre ayudarán a que las horas pasen más veloces.
¡Bellas sus plumas!
¡Bellas sus aromáticas cajas de cosméticos!



Selección y Traducción de Ruth Berg
Editorial Andrómeda, Argentina, 1994
Gracias


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