Cuanto más vive, menos útil parece el haber vivido.
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Esas noches de mis veinte años en que pasaba horas con la frente pegada a los cristales mirando la oscuridad...
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Ningún autócrata ha dispuesto nunca de un poder comparable al que tiene un pobre diablo que piensa en matarse.
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Aprender a no dejar huellas es una guerra de cada instante que libramos contra nosotros mismos con el único fin de demostrarnos que, si nos empeñásemos, podríamos llegar a sabios...
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Existir es un estado tan inconcebible como su contrario, ¿qué digo?, más inconcebible aún.
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En la Antigüedad, los «libros» eran tan costosos que no se podían acumular a menos de ser rey, tirano, o... Aristóteles, el primero en poseer una biblioteca digna de ese nombre.
Un cargo más en el expediente de ese filósofo tan funesto en todos sentidos.
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Si me apegara a mis convicciones más íntimas, dejaría de manifestarme, de reaccionar de cualquier manera. Ahora bien, todavía soy capaz de sensaciones...
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Por muy horrible que sea un monstruo, nos atrae secretamente, nos persigue, nos obsesiona. Representa, aumentadas, nuestra superioridad y nuestras miserias, nos proclama, es nuestro portaestandarte.
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En el transcurso de los siglos, el hombre se ha esforzado en creer, ha pasado de dogma en dogma, de ilusión en ilusión, y ha consagrado muy poco tiempo a las dudas, breves intervalos entre sus períodos de ceguera. A decir verdad, no eran dudas, sino pausas, momentos de descanso consecutivos a las fatigas de la fe, de cualquier fe.
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Es incomprensible que aquel que goza de la inocencia, estado perfecto, quizá el único perfecto, quiera salir de él. Sin embargo, la historia, desde sus inicios hasta nuestros días, no es más que eso.
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Cierro las cortinas y espero. De hecho no espero nada, solamente me torno ausente. Limpio, aunque sólo sea por unos segundos, de las impurezas que opacan y obstruyen el espíritu, accedo a una conciencia vacía del yo, y me siento tan calmado como si reposara fuera del universo.
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En un exorcismo de la Edad Media, se enumeran todas las partes del cuerpo, inclusive las mínimas, que el demonio debe abandonar: se diría un tratado de anatomía loco que seduce por el exceso de precisión, por la profusión de detalles y lo inesperado. Un encantamiento minucioso. ¡Sal de las uñas! Es insensato pero no exento de efecto poético. Pues la verdadera poesía no tiene nada en común con la «poesía».
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En todos nuestros sueños sin excepción incluso si se remontan al Diluvio, está presente, aunque sólo sea durante una fracción de segundo, algún incidente mínimo que hemos presenciado la víspera. Esta regularidad que no he dejado de comprobar durante años, es la única constante, la única ley o apariencia de ley que me ha sido lado comprobar durante el increíble embrollo nocturno.
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La fuerza disolvente de la conversación. Se comprende por qué tanto la meditación como la acción precisan del silencio.
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La certeza de no ser más que un accidente me ha acompañado en todas las circunstancias, propicias o contrarias, y aunque me ha preservado de la tentación de creerme necesario, no me ha curado, sin embargo, de un cierto engreimiento inherente a la pérdida de las ilusiones.
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Es raro encontrar un espíritu libre y, cuando se encuentra, se percibe que lo mejor de él mismo no se revela en sus obras (cuando se escribe se llevan misteriosamente cadenas), sino en sus confidencias donde, liberado de sus convicciones o de sus posturas, así como de cualquier preocupación por el rigor o la honorabilidad, muestra sus debilidades. Y donde hace el papel de hereje frente a sí mismo.
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Si el forastero no es creador en materia de lenguaje, es porque quiere hacerlo tan bien como los autóctonos: lo logre o no, esa ambición es su pérdida.
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Empiezo y vuelvo a empezar una carta, no avanzo, me atasco ¿qué decir y cómo? Ni siquiera sé ya a quien estaba dirigida. Sólo la pasión o el interés encuentran de inmediato el tono necesario. Por desgracia, el desapego es indiferencia para el lenguaje, insensibilidad frente a las palabras. Ahora bien, al perder el contacto con las palabras, se pierde el contacto con los seres.
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En un momento dado, todos hemos tenido una experiencia extraordinaria que será, a causa de su recuerdo, el obstáculo capital para la metamorfosis interior.
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Sólo conozco la paz cuando mis ambiciones se adormecen. En cuanto se despiertan, la inquietud regresa. La vida es un estado de ambición. El topo que horada sus túneles es ambicioso. En efecto, la ambición se encuentra en todo, se ven incluso sus huellas en los rostros de los muertos.
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Ir a la India en busca del Vedanta o del budismo, es tanto como ir a Francia en pos del jansenismo. Y todavía éste es más reciente, puesto que apenas hace tres siglos que desapareció.
No hay pizca de realidad en ninguna parte, salvo en mis sensaciones de no realidad.
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Existir sería una empresa absolutamente impracticable si dejáramos de darle importancia a lo que no la tiene.
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¿Por qué el Bahavagad Gîtâ sitúa tan alto «la renuncia al fruto de los actos»? Porque esa renuncia es rara, irrealizable, contraria a nuestra naturaleza, y porque alcanzarla es destruir al hombre que se ha sido y que se es, matar en uno mismo todo el pasado, la labor de milenios, liberarse, en una palabra, de la Especie, de esa odiosa e inmemorial chusma.
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Habría que haberse conservado en estado de larva, eximirse de evolucionar, permanecer inacabado, complacerse en la siesta de los elementos y consumirse tranquilamente en un éxtasis embrionario.
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La verdad reside en el drama individual. Si realmente sufro, sufro más que un individuo, sobrepaso la esfera de mi yo y me acerco a la esencia de los otros. La única manera de encaminarnos hacia lo universal es ocuparnos únicamente de lo que nos atañe.
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Cuando uno está firme en la duda, se experimenta más voluptuosidad haciendo consideraciones sobre ella que poniéndola en práctica.
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Si se quiere conocer un país, deben leerse sus escritores de segunda fila, pues son los únicos que reflejan su verdadera naturaleza. Los otros denuncian o transfiguran la nulidad de sus compatriotas: no quieren ni pueden situarse al mismo nivel que ellos. Son testigos sospechosos.
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En mi juventud me ocurría no cerrar los ojos durante semanas. Vivía en lo nunca vivido, tenía el sentimiento de que el tiempo de siempre, con el conjunto de sus instantes, se había recogido y concentrado en mi, donde culminaba y triunfaba. Claro que lo hacía avanzar, yo era su promotor y mandadero, la causa y la sustancia, y participaba en sus apoteosis como agente y como cómplice. En cuanto el sueño se va, lo increíble se torna cotidiano, fácil: entramos en él sin preparativos, nos instalamos, nos revolcamos en él.
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El número prodigioso de horas que he gastado preguntándome sobre el «sentido» de todo lo que es, de todo lo que sucede... Pero los espíritus serios saben que ese todo no tiene ningún sentido. Así que utilizan su tiempo y su energia en tareas más útiles.
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Mis afinidades con el byronismo ruso, de Pechorin a Stavroguin, mi hastío y mi pasión por el hastío.
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Fulano, a quien no estimo especialmente, estaba relatándome una historia tan estúpida que me desperté sobresaltado. Aquellos a quienes amamos difícilmente brillan en nuestros sueños.
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Faltos de ocupación, los viejos parecen querer resolver algo muy complicado y dedicar a ello todas las facultades de que aún disponen. esa es quizá la razón por la cual no se suicidan en mas como deberían hacerlo si estuviesen un poquitín menos absortos.
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El amor más apasionado no acerca tanto a dos seres como la calumnia. Inseparables, el calumniador y el calumniado constituyen una unidad «trascendente», están soldados para siempre el uno al otro. Nada podrá separarlos. Uno hace el mal, el otro lo recibe, pero si lo recibe es porque se ha acostumbrado a él, porque no puede prescindir de él, e inclusive lo desea. Sabe que sus deseos se verán satisfechos, que no será olvidado nunca, que estará, pase lo que pase, eternamente presente en el espíritu de su infatigable benefactor.
Filosofia: Cioran - El Inconveniente de Haber Nacido - Parte 15 - (De l'inconvenient d'etre ne - 1973) - Links a las partes antecedidas
Desgarradura:
El Inconveniente de Haber Nacido:
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