miércoles, 3 de abril de 2013

Poesia: Cesare Pavese - Trabajar cansa - Tu - Vendra la muerte y tendra tus ojos - Verano - Links




Trabajar cansa

Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se miran
     a la cara
entre los tallos delgados: la mujer le muerde los
     cabellos
y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe
     turbada.
Coge el hombre su mano delgada y la muerde
y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndole dar
     tumbos.
La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.
La muchacha, sentada, se acicala el peinado
y no mira al compañero, tendido, con los ojos
     abiertos.

Los dos, ante una mesita, se miran a la cara
por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.
De vez en cuando, les distrae un color más alegre.
De vez en cuando, él piensa en el inútil día
de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer
que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.
Si con su piel le toca la pierna, bien sabe
que mutuamente se envían miradas de sorpresa
y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres
     que pasan
no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos
se desnudarán con un hombre. O es que acaso las
     mujeres
sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada.

Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún la
     mejillas
enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda
     gratitud.
Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un
     bosque,
interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía
     le quema.
Estrecha consigo el verde ramillete -recogido de la
     roca
de una cueva- de hermoso adianto y envuelve al
     compañero
con una mirada embelesada. Él mira fijamente la
     maraña
de tallos negruzcos entre el verde tembloroso
y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña
-presentida en el regazo del vestido claro-
y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violencia
le sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene
cada asalto con un beso y le coge las manos.
Pero esta noche, una vez la haya dejado, sabe dónde
     irá:
volverá a casa, atolondrado y derrengado,
pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado
la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente -y esta será su venganza- se imaginará
que aquel cuerpo de mujer que hará suyo
será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.

Versión de Carles José i Solsora





Tú,
sonrisa moteada
sobre nieves heladas-
viento de marzo,
ballet de ramas
combadas sobre la nieve,
gimiendo y encendiendo
tus pequeños "¡oh!"-
gamo de blancos miembros,
gentil,
podría saber
todavía
la gracia deslizante
de todos tus días,
la blonda espumosa
de todos tus caminos-
se ha helado el mañana
abajo en la llanura-
tú, sonrisa moteada,
tú, risa encendida.



Vendrá la muerte y tendrá tus ojos...

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.

Versión de Carles José i Solsora



Verano

Ha reaparecido la mujer de ojos entreabiertos
y de cuerpo concentrado, andando por la calle.
Ha mirado de frente, tendiendo la mano
en la calle inmóvil. Todo ha vuelto a resurgir.

En la luz inmóvil del día lejano
se ha quebrado el recuerdo. La mujer ha alzado
la frente sencilla y su mirada de entonces
ha reaparecido. Se ha tendido la mano hacia la mano
y el apretón angustioso era el mismo de entonces.
Todo ha recobrado colores y vida
con la mirada concentrada, con la boca entreabierta.

Ha regresado la angustia de días lejanos
cuando un inesperado e inmóvil estío
de colores y tibiezas emergía ante las miradas
de aquellos ojos sumisos. Ha regresado la angustia
que ninguna dulzura de labios abiertos
puede mitigar. Se cobija, fríamente,
en aquellos ojos, un inmóvil cielo.
Era tranquilo el recuerdo
bajo la luz sumisa del tiempo, era un dócil
moribundo para quien ya la ventana se aniebla y desaparece.
Se ha quebrado el recuerdo. El apretón angustioso
de la leve mano ha vuelto a encender los colores,
el verano y las tibiezas bajo el vívido cielo.
Pero la boca entreabierta y las miradas sumisas
no dan vida más que a un duro, inhumano silencio.

Versión de Carles José i Solsora


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