De la amabilidad del mundo
A la tierra llena de viento frío
todos llegasteis desnudos.
Sin temer cosa alguna, tiritabais
cuando una mujer os dio un pañal.
No os llamó nadie ni erais deseados.
No os fueron a buscar en carroza.
Erais desconocidos en la tierra
cuando un hombre os tomó de la mano.
A vosotros el mundo nada os debe:
fin. si queréis marcharos, nadie os retiene.
Quizá erais indiferentes para muchos,
pero a otros muchos, niños, les hicisteis llorar.
De la tierra llena de viento frío
con costras y con tiña al fin os vais.
Y casi todos habéis amado el mundo
si llegasteis a tener un palmo de esta tierra.
A la tierra llena de viento frío
todos llegasteis desnudos.
Sin temer cosa alguna, tiritabais
cuando una mujer os dio un pañal.
No os llamó nadie ni erais deseados.
No os fueron a buscar en carroza.
Erais desconocidos en la tierra
cuando un hombre os tomó de la mano.
A vosotros el mundo nada os debe:
fin. si queréis marcharos, nadie os retiene.
Quizá erais indiferentes para muchos,
pero a otros muchos, niños, les hicisteis llorar.
De la tierra llena de viento frío
con costras y con tiña al fin os vais.
Y casi todos habéis amado el mundo
si llegasteis a tener un palmo de esta tierra.
Balada del pobre Bertolt Brecha
Yo, Bertolt Brecht, vengo de la Selva negra.
Mi madre me llevó a las ciudades
estando aún en su vientre. El frío de los bosques
en mí lo llevaré hasta que muera.
Me siento como en casa en la ciudad de asfalto. Desde el
principio
me han provisto de todos los sacramentos de muerte:
periódicos, tabaco, aguardiente.
En resumen, soy desconfiado y perezoso, y satisfecho al fin
Con la gente soy amable. Me pongo
un sombrero según su costumbre.
Y me digo: son bichos de olor especial.
Pero pienso: no importa, también yo lo soy.
Por la mañana, a veces, en mis mecedoras vacías,
me siento entre un par de mujeres.
Las miro indiferentes y les digo:
con éste no tenéis nada que hacer.
Al atardecer reúno en torno mío hombres
y nos tratamos de gentleman mutuamente.
Apoyan sus pies en mis mesas.
Dicen: «Nos irá mejor». Y yo no pregunto: «¿Cuándo?»
Al alba los abetos mean en el gris del amanecer
y sus parásitos, los pájaros, empiezan a chillar.
A esa hora en la ciudad, me bebo mi vaso,
tiro la colilla del puro, y me duermo tranquilo.
Generación sin peso, nos han establecido
en casas que se creía indestructibles
(así construimos los largos edificios de la isla de Manhattan
y las finas antenas que al Atlántico entretienen).
De las ciudades quedará sólo el viento que pasaba por ellas.
La casa hace feliz al que come, y él es quien la vacía.
Sabemos que estamos de paso
y que nada importante vendrá después de nosotros.
En los terremotos del futuro, confío
no dejar que se apague mi puro «Virginia» por exceso de amargura,
yo, Bertolt Brecht, arrojado a las ciudades de asfalto
desde la Selva negra, dentro de mi madre, hace tiempo.
Yo, Bertolt Brecht, vengo de la Selva negra.
Mi madre me llevó a las ciudades
estando aún en su vientre. El frío de los bosques
en mí lo llevaré hasta que muera.
Me siento como en casa en la ciudad de asfalto. Desde el
principio
me han provisto de todos los sacramentos de muerte:
periódicos, tabaco, aguardiente.
En resumen, soy desconfiado y perezoso, y satisfecho al fin
Con la gente soy amable. Me pongo
un sombrero según su costumbre.
Y me digo: son bichos de olor especial.
Pero pienso: no importa, también yo lo soy.
Por la mañana, a veces, en mis mecedoras vacías,
me siento entre un par de mujeres.
Las miro indiferentes y les digo:
con éste no tenéis nada que hacer.
Al atardecer reúno en torno mío hombres
y nos tratamos de gentleman mutuamente.
Apoyan sus pies en mis mesas.
Dicen: «Nos irá mejor». Y yo no pregunto: «¿Cuándo?»
Al alba los abetos mean en el gris del amanecer
y sus parásitos, los pájaros, empiezan a chillar.
A esa hora en la ciudad, me bebo mi vaso,
tiro la colilla del puro, y me duermo tranquilo.
Generación sin peso, nos han establecido
en casas que se creía indestructibles
(así construimos los largos edificios de la isla de Manhattan
y las finas antenas que al Atlántico entretienen).
De las ciudades quedará sólo el viento que pasaba por ellas.
La casa hace feliz al que come, y él es quien la vacía.
Sabemos que estamos de paso
y que nada importante vendrá después de nosotros.
En los terremotos del futuro, confío
no dejar que se apague mi puro «Virginia» por exceso de amargura,
yo, Bertolt Brecht, arrojado a las ciudades de asfalto
desde la Selva negra, dentro de mi madre, hace tiempo.
Sobre una muchacha ahogada
Sin hundirse, la ahogada descendía
por los arroyos y los grandes ríos,
y el cielo de ópalo resplandecía
como si acariciara su cadáver.
Las algas se enredaban en el cuerpo
y aumentaba su peso lentamente.
Le rozaban las piernas fríos peces.
Todo frenaba su último viaje.
El cielo, anocheciendo, era de humo,
y a la noche hubo estrellas vacilantes.
Pero el alba fue clara para que aún
tuviera la muchacha un nuevo día.
Al pudrirse en el agua el cuerpo pálido,
la fue olvidando Dios: primero el rostro,
luego las manos y, por fin, el pelo.
Ya no era sino un nuevo cadáver de los ríos.
Sin hundirse, la ahogada descendía
por los arroyos y los grandes ríos,
y el cielo de ópalo resplandecía
como si acariciara su cadáver.
Las algas se enredaban en el cuerpo
y aumentaba su peso lentamente.
Le rozaban las piernas fríos peces.
Todo frenaba su último viaje.
El cielo, anocheciendo, era de humo,
y a la noche hubo estrellas vacilantes.
Pero el alba fue clara para que aún
tuviera la muchacha un nuevo día.
Al pudrirse en el agua el cuerpo pálido,
la fue olvidando Dios: primero el rostro,
luego las manos y, por fin, el pelo.
Ya no era sino un nuevo cadáver de los ríos.
Poesia: Bertolt Brecht - de Hauspostille (1927) - De la amabilidad del mundo - Balada del pobre Bertolt Brecha - Sobre una muchacha ahogada - Links Brecht Espanol - Italiano - English - Portugues
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