domingo, 10 de mayo de 2009

ricardo marcenaro bitácora. Mirando a Dios


Mirando a Dios

Así estaba titulada esta foto que me tomó Ega Kevorkian hace unos cuatro años.

Mi relación con Dios es muy particular y decir eso es decir una obviedad, somos personas, únicas, particulares, nuestra relación con las entidades, personas y cosas no pueden ser de otra forma que particulares.

No creo en un Dios de religiones que no ama a todos los justos del mundo, me es muy difícil creer otra cosa.

Creo que el Dios que nos habla en símbolos y nos visita en hechos que se producen, está muy conectado en como nos "aspectamos", digo aspectamos y quiero decir: forma y modo, o aspecto, como resultado de las reacciones que provocan nuestras acciones. Ejemplo: una persona que piensa negativamente todo el tiempo, genera hechos negativos, físicos, psicológicos o simbólicos, entonces: se aspecto negativamente.

Para mi Dios se llama: El Gran Humorista, muchas veces lo llamo así. Aquí una prueba.

Hace muchos años, cuando me había decidido a ser totalmente artista y nunca más vivir de otra cosa ni hacer otra cosa que arte, derecho que creo tenemos los artistas decididos, estaba en las orillas del Río de la Plata, en Olivos.

Examinaba el cascajo que deja la rompiente, pedazos del relleno que van agregando los municipios, escombros, restos de casa, de edificios, de calles y veredas, arquitecturas de Buenos Aires degradadas, escombros de ciudad.

Generalmente esto se ve como basura. Para un escultor es un mundo de esculturas, formas, símbolos, materiales para o que inspiran futuros trabajos. Todo es como se mira si, mejor si se ve. A ver es en lo que se está en continuo aprendizaje.

Me conmueve especialmente de este paisaje una gran lección para nuestro ego: todo lo que el ser humano construye: la naturaleza lo degrada. Es que somos naturaleza y todo de ella lo sacamos. Ella es movimientos puro y constante, nada se libra de su poder evolutivo. Nuestra superioridad es un mito cultural. Una página fácil de repetir entre tantos escritos, mas nada lo probará nunca. Ciudades que se degradan, que abandonadas, son recuperadas por las vegetaciones y los animales hasta desaparecen totalmente, me alivia este pensamiento.

Pasaba en ese momento por un acceso de pobreza que me tenía hasta sin monedas. Revisaba el piso con mi mirada mientras masticaba pensamientos de desespero, de repente levanto mi mirada al cielo que estaba hermoso, celeste intenso, despejado, soleado, el aire rico y digo en voz alta: "Dios, mandame un tesoro"

Al momento comencé a bajar la vista para seguir buscando entre los cascajos pero de repente me enderecé, y mirando nuevamente al cielo dije: "Dios, tesoros de amigos, familia, afectos y todo eso ya tengo, no me vengas con eso, me refiero a dinero"

Termino de decir eso, bajo la vista y en el lugar a mis pies en el que ya había revisado se distingue claramente la forma de un cofre marrón de plástico, de esos de juguete para niños, me quedé estupefacto, ahí no había nada, estaba seguro, no pude haberlo pasado por alto.

Me agaché lentamente, lo tomé entre los dedos, lo agité en el aire, un ruido a un objeto pequeño y a arenillas, pensé, dije: ¡no puede ser!, ¿Habrá una joya, un diamante o una esmeralda? ¿Porqué no? Pero no, no puede ser me decía hasta que deje de agitar y me decidí a abrir la tapa de plástico del cofre del tesoro.

Rodeada de arenillas de todos los colores, una piedra transparente, redonda pero aplastada por sus polos de manera tal que tenía una forma parecida a un plato volador. De inmediato alcé la cabeza, miré al cielo, reí, sentí que lo merecía, que merecía por idiota, teniendo lo más importante, el afecto, pedía tonteras injustas en comparación a las necesidades de otros, pero debió escucharme pues pedí muy desesperado.

Años después hice una pieza para mi bolsillo, una circunferencia de madera de unos 3 centímetros de diámetro, para intercambiar energía, como algo curativo, que me calmaba ansiedades y me ponía en paz, en mi centro, cuando estaba nervioso o algo me desubicaba, me ponía en la mano la pieza, a la que bauticé: Piedra de la Paciencia, la frotaba entre mis dedos, la apretaba contra mi palma, como masticándola y la calma, el orden, el foco, la paz, la energía para hacer, llegaba.

Un día estaba en la puerta del café La Biela, hablaba con Facundo Cabral, en ese momento estaba con un cáncer del que hablábamos, saqué de mi bolsillo mi Piedra de la Paciencia y le expliqué lo que hacía con ella y cual era su poder, de inmediato me dijo: "¡Uy! ¿Es para mí? Por supuesto se la di.

Entonces me hice otra que también se fue de mi mano para otra ayuda y así me empezaron a pedir que las hiciera y sentí que era algo útil, nunca las concebí como esculturas, eran casi objetos curativos. La cuestión es que las Piedras de la Paciencia son mi obra que más está en el mundo, en Francia, Alemania, Estados Unidos, Uruguay y otros lugares que ahora no recuerdo.

Hace pocos meses reparé que las Piedras de la Paciencia tenían la misma forma que aquella piedrita que estaba encerrada en el cofre. (Con lo que Dios se rió dos veces y me hizo reír muchas más)



Tuve otras experiencias que no pudieron ser otra cosa que Él, ya las contaré.





2 comentarios:

  1. si me encanta el blog, de acuerdo con romi.... me encantan, escribi mas escribi mas...

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  2. gracias Petuñi, te amo mucho, estoy uffff

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