En el porvenir
proféticamente veo
que desde el sueño la tierra
(grabaos bien hondo la frase)
se alzará y buscará
mansamente a su hacedor;
y el desierto salvaje
se volverá un sereno jardín.
En las tierras del sur
donde el primor del verano
jamás se desvanece,
yace la hermosa Lyca.
Con siete veranos de edad,
dijo la hermosa Lyca,
ya deambuló largamente
y oyó el canto de las aves silvestres.
"Dulce sueño, ven a mí
debajo de este árbol.
Si lloran el padre y la madre,
¿dónde podría dormir Lyca?
Perdida en el desierto salvaje
está vuestra pequeñita.
¿Cómo podría Lyca dormir
cuando llora su madre?
Si su corazón duele
dejad a Lyca despierta;
si mi madre duerme,
Lyca no va a llorar.
Cerrada, cerrada noche
sobre este desierto reluciente
que tu luna se levante
mientras mis ojos cierro."
Lyca yace dormida
mientras las fieras de rapiña
salen de cavernas hondas
y advierten a la doncella dormida.
El rey león se yergue
y a la virgencita observa,
luego brinca alrededor
sobre el suelo bendito.
Juegan leopardos y tigres
en torno de la que allí reposa,
mientras el viejo león
inclina su dorada melena.
Y el pecho de ella lame,
y sobre su garganta
desde sus ojos en llamas
caen lágrimas color rubí;
En tanto la leona
soltaba su vestidito,
y a la cueva llevaron desnuda
a la doncella durmiente.
La noche entera, infortunados,
van los padres de Lyca
a través de valles profundos
mientras los desiertos lloran.
Exhaustos y desconsolados,
roncos de tanto gemir,
siete días tomados de los brazos
las sendas del desierto rastrearon.
Duermen siete noches
entre sombras profundas,
y sueñan que ven a su niña
famélica en la salvaje arena.
Apagada, sin rumbo,
deambula la figura imaginada,
hambrienta, llorando, endeble,
con un sordo grito plañidero.
Erguida sobre su desasosiego,
la temblorosa mujer se apresta
con los pies pesados de dolor:
ya no logra seguir adelante.
Él la toma en sus brazos
armado con su profundo pesar,
hasta que en medio de su camino
ven recostado a un león.
Era imposible dar marcha atrás:
pronto su pesada melena
los abate contra el suelo,
y después los circunda al acecho.
Olfatea a su presa;
pero sus temores apacigua
mediante el lamido de sus manos,
y queda en silencio a su lado.
Lo miran a los ojos
llenos de extrema sorpresa,
y maravillados contemplan
a un espíritu de oro revestido.
Sobre su cabeza, una corona;
desplegada por los hombros
fluctúa su cabellera dorada.
Todo los temores se les diluyen.
"Seguidme", les expresa;
"No lloréis por la niñita;
en mi recóndito palacio
Lyca descansa dormida."
Ellos lo siguen entonces
hasta donde la visión llevaba,
y vieron a su hijita durmiendo
junto a los tigres feroces.
Hasta este día todavía moran
en un solitario valle;
no temen el aullido del lobo
ni al león cuando ruge.
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