lunes, 2 de noviembre de 2009

Poesía: Blake. William. Cantares de Experiencia. Parte 3. La Niña Perdida - La Niña Encontrada

La Niñita Perdida


En el porvenir

proféticamente veo

que desde el sueño la tierra

(grabaos bien hondo la frase)

se alzará y buscará

mansamente a su hacedor;

y el desierto salvaje

se volverá un sereno jardín.

En las tierras del sur

donde el primor del verano

jamás se desvanece,

yace la hermosa Lyca.

Con siete veranos de edad,

dijo la hermosa Lyca,

ya deambuló largamente

y oyó el canto de las aves silvestres.


"Dulce sueño, ven a mí

debajo de este árbol.

Si lloran el padre y la madre,

¿dónde podría dormir Lyca?

Perdida en el desierto salvaje

está vuestra pequeñita.

¿Cómo podría Lyca dormir

cuando llora su madre?


Si su corazón duele

dejad a Lyca despierta;

si mi madre duerme,

Lyca no va a llorar.


Cerrada, cerrada noche

sobre este desierto reluciente

que tu luna se levante

mientras mis ojos cierro."


Lyca yace dormida

mientras las fieras de rapiña

salen de cavernas hondas

y advierten a la doncella dormida.

El rey león se yergue

y a la virgencita observa,

luego brinca alrededor

sobre el suelo bendito.


Juegan leopardos y tigres

en torno de la que allí reposa,

mientras el viejo león

inclina su dorada melena.


Y el pecho de ella lame,

y sobre su garganta

desde sus ojos en llamas

caen lágrimas color rubí;


En tanto la leona

soltaba su vestidito,

y a la cueva llevaron desnuda

a la doncella durmiente.



La Niñita Encontrada


La noche entera, infortunados,

van los padres de Lyca

a través de valles profundos

mientras los desiertos lloran.

Exhaustos y desconsolados,

roncos de tanto gemir,

siete días tomados de los brazos

las sendas del desierto rastrearon.


Duermen siete noches

entre sombras profundas,

y sueñan que ven a su niña

famélica en la salvaje arena.


Apagada, sin rumbo,

deambula la figura imaginada,

hambrienta, llorando, endeble,

con un sordo grito plañidero.

Erguida sobre su desasosiego,

la temblorosa mujer se apresta

con los pies pesados de dolor:

ya no logra seguir adelante.


Él la toma en sus brazos

armado con su profundo pesar,

hasta que en medio de su camino

ven recostado a un león.


Era imposible dar marcha atrás:

pronto su pesada melena

los abate contra el suelo,

y después los circunda al acecho.


Olfatea a su presa;

pero sus temores apacigua

mediante el lamido de sus manos,

y queda en silencio a su lado.

Lo miran a los ojos

llenos de extrema sorpresa,

y maravillados contemplan

a un espíritu de oro revestido.


Sobre su cabeza, una corona;

desplegada por los hombros

fluctúa su cabellera dorada.

Todo los temores se les diluyen.

"Seguidme", les expresa;

"No lloréis por la niñita;

en mi recóndito palacio

Lyca descansa dormida."


Ellos lo siguen entonces

hasta donde la visión llevaba,

y vieron a su hijita durmiendo

junto a los tigres feroces.


Hasta este día todavía moran

en un solitario valle;

no temen el aullido del lobo

ni al león cuando ruge.

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