Este pan que yo parto fue alguna vez avena...
Este pan que yo parto fue alguna vez avena,
este vino en un árbol extranjero
se zambulló en su fruta;
durante el día el hombre y por la noche el viento
segaron las cosechas, rompieron el gozo de la uva.
Alguna vez, en este vino, la sangre del verano
golpeteaba en la carne que vestía la viña,
un día en este pan
la avena al viento era alegría,
el hombre rompió el sol, abatió el viento.
Esta carne que partes, esta sangre a la que dejas
sembrar desolación entre las venas
fueron avena y uva
nacieron de la raíz sensual y de la savia;
mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
Este pan que yo parto fue alguna vez avena,
este vino en un árbol extranjero
se zambulló en su fruta;
durante el día el hombre y por la noche el viento
segaron las cosechas, rompieron el gozo de la uva.
Alguna vez, en este vino, la sangre del verano
golpeteaba en la carne que vestía la viña,
un día en este pan
la avena al viento era alegría,
el hombre rompió el sol, abatió el viento.
Esta carne que partes, esta sangre a la que dejas
sembrar desolación entre las venas
fueron avena y uva
nacieron de la raíz sensual y de la savia;
mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
Mi mundo es pirámide
Mitad del padre camarada
cuando imita al Adán que el mar sorbiera
en su casco vacío,
Mitad de la madre camarada
cuando salpica con su leche lasciva
la zambullida del mañana,
las sombras bifurcadas por el hueso del trueno
saltan hacia la sal que no ha nacido.
La mitad camarada era de hielo
cuando una primavera corrosiva
brotaba en la cosecha del glaciar.
la sombra y la simiente camarada
murmuraban el vaivén de la leche
encrespado en el pecho,
pues la mitad del amor era sembrada en el fantasma
estéril y perdido.
Las mitades dispersas se han vuelto camaradas
en un ente lisiado
la muleta que la médula golpea sobre el sueño
renguea en la calle del mar, entre la turba
de cabezas con lengua de marea y vejigas al fondo
y empala a los durmientes en la tumba salvaje
donde ríe el vampiro.
Las mitades zurcidas se partían huyendo
por el bosque de los cerdos salvajes y la baba en los árboles,
sorbiendo las tinieblas sobre el cianuro se abrazaban
y desataban víboras prendidas en su pelo;
las mitades que giran perforan como cuernos
al ángel arterial.
¿De qué color es la gloria? ¿La pluma de la muerte?
tiemblan esas mitades que taladran el ojo de la aguja en el aire
y a través del dedal horadan el espacio, manchado de pulgares.
El fantasma es un mudo que farfullaba entre la paja,
el fantasma que tramaba el saqueo en su vuelo
enceguece sus ojos rastreadores de nubes.
II
Mi mundo es pirámide. La sigilosa máscara
llora sobre el ocre desierto y el verano
agresivo de sal.
Con mi armadura egipcia fundiéndose en su sábana
araño la resina hasta un hueso estrellado
y un falso sol de sangre.
Mi mundo es un ciprés y un valle de Inglaterra
yo remiendo mi carne que retumbó en los patios
roja por la salva de Austria.
Oigo a través del tambor de los muertos, que mutilados jóvenes
mientras siembran sus vísceras desde un cerro de huesos
gritan Eloi a los cañones.
El cruce del Jordán arrasa mi sepulcro.
El casquete del Ártico y la hoya del sur
invaden mi jardín de casa muerta.
El que me busca lejos señalando en mi boca
las pajas de Asia me pierde cuando doblo
por el maíz atlántico.
Las mitades amigas, partidas mientras giran
en redes de mareas, se enredan a las valvas
y hacen crecer la barba del diablo no nacido,
sangran desde mi horquilla ardiente y huelen mis talones
las lenguas celestiales murmuran mientras yo me deslizo
atando la capucha de mi ángel.
¿Quién sopla la pluma de la muerte? ¿De qué gloria es el color?
en la vena yo soplo esta pluma lanuda
es el lomo la gloria en una laboriosa palidez.
Mi arcilla ignora el pecho y mi sal no ha nacido,
niño secreto, yo vago por el mar
en seco, sobre el muslo a medias derrotado.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
Mitad del padre camarada
cuando imita al Adán que el mar sorbiera
en su casco vacío,
Mitad de la madre camarada
cuando salpica con su leche lasciva
la zambullida del mañana,
las sombras bifurcadas por el hueso del trueno
saltan hacia la sal que no ha nacido.
La mitad camarada era de hielo
cuando una primavera corrosiva
brotaba en la cosecha del glaciar.
la sombra y la simiente camarada
murmuraban el vaivén de la leche
encrespado en el pecho,
pues la mitad del amor era sembrada en el fantasma
estéril y perdido.
Las mitades dispersas se han vuelto camaradas
en un ente lisiado
la muleta que la médula golpea sobre el sueño
renguea en la calle del mar, entre la turba
de cabezas con lengua de marea y vejigas al fondo
y empala a los durmientes en la tumba salvaje
donde ríe el vampiro.
Las mitades zurcidas se partían huyendo
por el bosque de los cerdos salvajes y la baba en los árboles,
sorbiendo las tinieblas sobre el cianuro se abrazaban
y desataban víboras prendidas en su pelo;
las mitades que giran perforan como cuernos
al ángel arterial.
¿De qué color es la gloria? ¿La pluma de la muerte?
tiemblan esas mitades que taladran el ojo de la aguja en el aire
y a través del dedal horadan el espacio, manchado de pulgares.
El fantasma es un mudo que farfullaba entre la paja,
el fantasma que tramaba el saqueo en su vuelo
enceguece sus ojos rastreadores de nubes.
II
Mi mundo es pirámide. La sigilosa máscara
llora sobre el ocre desierto y el verano
agresivo de sal.
Con mi armadura egipcia fundiéndose en su sábana
araño la resina hasta un hueso estrellado
y un falso sol de sangre.
Mi mundo es un ciprés y un valle de Inglaterra
yo remiendo mi carne que retumbó en los patios
roja por la salva de Austria.
Oigo a través del tambor de los muertos, que mutilados jóvenes
mientras siembran sus vísceras desde un cerro de huesos
gritan Eloi a los cañones.
El cruce del Jordán arrasa mi sepulcro.
El casquete del Ártico y la hoya del sur
invaden mi jardín de casa muerta.
El que me busca lejos señalando en mi boca
las pajas de Asia me pierde cuando doblo
por el maíz atlántico.
Las mitades amigas, partidas mientras giran
en redes de mareas, se enredan a las valvas
y hacen crecer la barba del diablo no nacido,
sangran desde mi horquilla ardiente y huelen mis talones
las lenguas celestiales murmuran mientras yo me deslizo
atando la capucha de mi ángel.
¿Quién sopla la pluma de la muerte? ¿De qué gloria es el color?
en la vena yo soplo esta pluma lanuda
es el lomo la gloria en una laboriosa palidez.
Mi arcilla ignora el pecho y mi sal no ha nacido,
niño secreto, yo vago por el mar
en seco, sobre el muslo a medias derrotado.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
Nuestros sueños de Eunuco
I
Nuestros sueños de eunuco, sin semillas en la luz,
de luz y amor, los vaivenes del corazón,
castigan los miembros de sus hijos,
y amortajados su manto y su sábana,
acicalan a las novias oscuras, las viudas de la noche
presas entre sus brazos.
Las sombras de las niñas, con sudarios fragantes,
cuando se esconde el sol se apartan del gusano,
de los huesos del hombre, quebrados en sus lechos,
por nocturnas roldanas que vacían la tumba.
II
En ésta, nuestra época, el bandido y su hembra
fantasmas de una sola dimensión se aman sobre un carrete,
ajeno a la verdad de nuestros ojos,
y dicen engreídos sus naderías de media noche entre poses banales;
cuando paran las cámaras corren a su agujero
bajo el jardín del día.
Bailan entre nuestra calavera y sus linternas
imponen sus imágenes y echan fuera las noches;
miramos esa función de sombras que se besan o matan,
con fragancia de celuloide la mentira es amor.
III
¿Cuál es el mundo? ¿Cuál de nuestros dos modos de dormir
despertará cuando el bálsamo y su sarna
levanten esta tierra de ojos rojos?
Desatará las formas del día y sus aprestos,
los señores soleados, los ricachos galeses,
o impulsará a quienes se atavían en la noche.
La fotografía hizo sus bodas con el ojo,
y clavó en su pareja cáscaras fragmentarias de verdad;
el sueño ha sorbido desde su fe al durmiente
pues los amortajados se tornan médula en su vuelo.
IV
Este es el mundo: la engañosa semejanza
de nuestras trizas de materia que caen como harapos
desde los ademanes del amor y el rechazo;
el sueño que echa a los enterrados de su bolsa
venera a estos despojos tanto como a los vivos.
Este es el mundo. Tened fe.
Porque seremos como el gallo que grita
dispersando a los muertos; golpearán nuestras balas
la imagen de las planchas;
y dignos compañeros seremos de por vida,
y aquél que permanezca florecerá mientras ellos se aman,
gloria a nuestros errantes corazones.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
I
Nuestros sueños de eunuco, sin semillas en la luz,
de luz y amor, los vaivenes del corazón,
castigan los miembros de sus hijos,
y amortajados su manto y su sábana,
acicalan a las novias oscuras, las viudas de la noche
presas entre sus brazos.
Las sombras de las niñas, con sudarios fragantes,
cuando se esconde el sol se apartan del gusano,
de los huesos del hombre, quebrados en sus lechos,
por nocturnas roldanas que vacían la tumba.
II
En ésta, nuestra época, el bandido y su hembra
fantasmas de una sola dimensión se aman sobre un carrete,
ajeno a la verdad de nuestros ojos,
y dicen engreídos sus naderías de media noche entre poses banales;
cuando paran las cámaras corren a su agujero
bajo el jardín del día.
Bailan entre nuestra calavera y sus linternas
imponen sus imágenes y echan fuera las noches;
miramos esa función de sombras que se besan o matan,
con fragancia de celuloide la mentira es amor.
III
¿Cuál es el mundo? ¿Cuál de nuestros dos modos de dormir
despertará cuando el bálsamo y su sarna
levanten esta tierra de ojos rojos?
Desatará las formas del día y sus aprestos,
los señores soleados, los ricachos galeses,
o impulsará a quienes se atavían en la noche.
La fotografía hizo sus bodas con el ojo,
y clavó en su pareja cáscaras fragmentarias de verdad;
el sueño ha sorbido desde su fe al durmiente
pues los amortajados se tornan médula en su vuelo.
IV
Este es el mundo: la engañosa semejanza
de nuestras trizas de materia que caen como harapos
desde los ademanes del amor y el rechazo;
el sueño que echa a los enterrados de su bolsa
venera a estos despojos tanto como a los vivos.
Este es el mundo. Tened fe.
Porque seremos como el gallo que grita
dispersando a los muertos; golpearán nuestras balas
la imagen de las planchas;
y dignos compañeros seremos de por vida,
y aquél que permanezca florecerá mientras ellos se aman,
gloria a nuestros errantes corazones.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
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Poesia: Dylan Thomas - Este pan que yo parto fue alguna vez avena... - Mi mundo es pirámide - Nuestros sueños de Eunuco - Traduccion de Elizabeth Azcona Cranwell - Links
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