ELEGIA A DOÑA JUANA LA LOCA
Diciembre de 1918. (Granada.)
A Melchor Fernández Almagro.
Princesa enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo cn un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Eras una paloma con alma gigantesca
cuyo nido fue sangre del suelo castellano,
derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
y al querer alentarlo tus alas se troncharon.
Soñabas que tu amor fuera como el infante
que te sigue sumiso recogiéndo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de perlas,
te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo.
Tenías en el pecho la formidable aurora
de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto
como alondra que mira quebrarse el horizonte
se torna de repente monótono y amargo.
Y tu grito estremece los cimientos de Burgos
y oprime la salmodia del coro cartujano,
y choca con los ecos de las lentas campanas
perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado.
Tenías la pasión que da el cielo de España,
la pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo
con la rueca de hierro y de acero lo hilado!
Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente
ni el laúd juglaresco que solloza lejano.
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
y un eco de trompeta su acento enamorado.
Y sin embargo, estabas para el amor formada,
hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo,
para llorar tristezas sobre el pecho querido
deshojando una rosa de olor entre los labios.
Para mirar la luna bordada sobre el río
y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño
y mirar los eternos jardines de la sombra,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz
o se enredan serpientes a tus senos exhaustos...?
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos?
¿Dónde fue la tristeza de tu amor desgraciado?
En el cofre de plomo, dentro de to esqueleto,
tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
Eloísa y Julieta fueron dos margaritas
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla,
a dormir entre nieve y cipresales castos.
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses tus cirios, la sierra tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico.
Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma to tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Diciembre de 1918. (Granada.)
A Melchor Fernández Almagro.
Princesa enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo cn un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Eras una paloma con alma gigantesca
cuyo nido fue sangre del suelo castellano,
derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
y al querer alentarlo tus alas se troncharon.
Soñabas que tu amor fuera como el infante
que te sigue sumiso recogiéndo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de perlas,
te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo.
Tenías en el pecho la formidable aurora
de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto
como alondra que mira quebrarse el horizonte
se torna de repente monótono y amargo.
Y tu grito estremece los cimientos de Burgos
y oprime la salmodia del coro cartujano,
y choca con los ecos de las lentas campanas
perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado.
Tenías la pasión que da el cielo de España,
la pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo
con la rueca de hierro y de acero lo hilado!
Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente
ni el laúd juglaresco que solloza lejano.
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
y un eco de trompeta su acento enamorado.
Y sin embargo, estabas para el amor formada,
hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo,
para llorar tristezas sobre el pecho querido
deshojando una rosa de olor entre los labios.
Para mirar la luna bordada sobre el río
y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño
y mirar los eternos jardines de la sombra,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz
o se enredan serpientes a tus senos exhaustos...?
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos?
¿Dónde fue la tristeza de tu amor desgraciado?
En el cofre de plomo, dentro de to esqueleto,
tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
Eloísa y Julieta fueron dos margaritas
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla,
a dormir entre nieve y cipresales castos.
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses tus cirios, la sierra tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico.
Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma to tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
¡CIGARRA!
3 de agosto de 1918. (Fuente Vaqueros, Granada.)
A Maria Luisa.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
que sobre el lecho de tierra
mueres borracha de luz.
Tú sabes de las campiñas
el secreto de la vida,
y el cuento del hada vieja
que nacer hierba sentía
en ti quedóse guardado.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
pues mueres bajo la sangre
de un corazón todo azul.
La luz es Dios que desciende
y el sol
brecha por donde se filtra.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
pues sientes en la agonía
todo el peso del azul.
Todo lo vivo que pasa
por las puertas de la muerte
va con la cabeza baja
y un aire blanco durmiente.
Con habla de pensamiento.
Sin sonidos...
Tristemente,
cubierto con el silencio
que es el manto de la muerte
Mas tú, cigarra encantada,
derramando son te mueres
y quedas transfigurada
en sonido y luz celeste.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
pues te envuelve con su manto
el propio Espíritu Santo,
que es la luz.
¡Cigarra!
Estrella sonora
sobre los campos dormidos,
vieja amiga de las ranas
y de los oscuros grillos,
tienes sepulcros de oro
en los rayos tremolinos
del sol que dulce te hiere
en la fuerza del estío,
y el sol se lleva tu alma
para hacerla luz.
Sea mi corazón cigarra
sobre los campos divinos.
Que muera cantando lento
por el cielo azul herido
y cuando esté ya expirando
una mujer que adivino
lo derrame eon sus manos
por el polvo.
Y mi sangre sobre el campo
sea rosado y dulce limo
donde claven sus azadas
los cansados campesinos.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
pues te hieren las espadas invisibles
del azul
3 de agosto de 1918. (Fuente Vaqueros, Granada.)
A Maria Luisa.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
que sobre el lecho de tierra
mueres borracha de luz.
Tú sabes de las campiñas
el secreto de la vida,
y el cuento del hada vieja
que nacer hierba sentía
en ti quedóse guardado.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
pues mueres bajo la sangre
de un corazón todo azul.
La luz es Dios que desciende
y el sol
brecha por donde se filtra.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
pues sientes en la agonía
todo el peso del azul.
Todo lo vivo que pasa
por las puertas de la muerte
va con la cabeza baja
y un aire blanco durmiente.
Con habla de pensamiento.
Sin sonidos...
Tristemente,
cubierto con el silencio
que es el manto de la muerte
Mas tú, cigarra encantada,
derramando son te mueres
y quedas transfigurada
en sonido y luz celeste.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
pues te envuelve con su manto
el propio Espíritu Santo,
que es la luz.
¡Cigarra!
Estrella sonora
sobre los campos dormidos,
vieja amiga de las ranas
y de los oscuros grillos,
tienes sepulcros de oro
en los rayos tremolinos
del sol que dulce te hiere
en la fuerza del estío,
y el sol se lleva tu alma
para hacerla luz.
Sea mi corazón cigarra
sobre los campos divinos.
Que muera cantando lento
por el cielo azul herido
y cuando esté ya expirando
una mujer que adivino
lo derrame eon sus manos
por el polvo.
Y mi sangre sobre el campo
sea rosado y dulce limo
donde claven sus azadas
los cansados campesinos.
¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
pues te hieren las espadas invisibles
del azul
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