domingo, 30 de agosto de 2009

Ocultar - ricardo marcenaro prosa

Ocultas caras que hablan por los dedos, niñas que no se aceptan, mal crecidas, algo les tiembla en la voz, algo les duda en la letra.

Turbiedad, la tarde clara se desrama entre calidades degradadas, pasan cuadros nebulosos que van amputando cuerpos y rostros, un sopor temeroso, acostumbrado, se desliza por una calle secreta llena de callejas sin salida,

Inútil llamar, las sombras se pierden en los costados donde no dan ni sol ni luna, ni aire ni fuego.

Presentada de espaldas y presentida de frente, cortó los peldaños que pudo, extraña escala traumatizada por los vientos y vaya a saber qué, atada por soga que lucha intemperies, despeluchándose como un cebo.

¿Qué es fea, qué es gorda, que esta casada o en pareja, que solo quiere pasar el rato donde las horas mueren acostumbradas? ¿Qué tiene miedo? Que sí. Sí: ¡qué grave le suena!, acostumbrada a los ni.

A perder jugó por no haber aprendido juego mejor, la cuna pinchaba como la llama de una vela que se consume en la noche tenebrosa, no la quería pero se acostumbro a ser mortecina como la sombra que la alimentaba con su seno indiferente, grito en lloro harto de pedir satisfecho tardíamente, hábito fijó, enamorada de cierta pena.

Sus ojos se mueven con una curiosidad tentativa, moran provisorios hasta que el calor la empuja afuera, nació derretida y con eso ya fue bastante.

Pronta a reparar los ventanucos que osaron desvestir sus cortinados gruesos, removiendo el polvo, los tapona nuevamente, ningún callejón ha de develarle, atrincherada en su temperatura sin temperamento más que para lo casero donde reina indica, entre brújulas sin norte y mapas corregidos.

Nada en ella es misterio más que su incógnita, un pase simple de números confusos, una tabla fija sobre la que se repiten funciones, saludos, alegrías suspendidas del espejo inquisitorio,

Luz que huye para agrandar impresiones de la soledad que no tiene reparo, aportando su opacidad a un ser social descolorido, se cubre aterrorizado a ser descubierto. Sin temblar, firme como un cucharón clavado a la manteca, deja correr las horas, floja de piso.

Ricardo Marcenaro

30 de agosto de 2009

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